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Un ibicenco bucea todos los días del año en busca de nuevas babosas de mar

Joan Pereyra ya ha identificado a 89 especies en Ibiza y lleva 25 días siguiendo a una pulpa y sus huevas

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Un ibicenco bucea todos los días del año en busca de nuevas babosas de mar Joan Pereyra

Da igual la hora. También da lo mismo si hay luz o ya es de madrugada, si llueve o el agua está demasiado fría. El objetivo es claro: buscar pequeños bichitos marinos, fotografiarlos y documentarlos. Es lo que hace el ibicenco Joan Pereyra, que bucea desde pequeño, pero, desde hace tres años, lo hace cada día. Es su hobby y su pasión. Asegura que una vez mete la cabeza en el mar, los problemas y las preocupaciones se pausan.

Se licenció en Veterinaria, aunque ya no ejerce. Ahora ha cambiado la bata de la consulta por el traje de neopreno y la cámara de fotos. «Soy muy friki. A veces me meto en el agua a las tres de la madrugada porque sé que es el mejor momento para encontrar lo que busco», cuenta.

¿Qué busca? Principalmente opistobranquios, que son pequeñas babosas de mar que han perdido la concha o es prácticamente imperceptible y que no tienen depredadores porque uno de sus mecanismos de defensa es el color llamativo; eso hace que ningún animal se las coma. «Algunas son de tres milímetros y otras de palmo y medio», explica. En el primer caso, se complica su búsqueda. «Son tan pequeñas que, a veces, pasan desapercibidas», añade. ¿Y cómo sabe que están ahí? «Me guío por lo que hay documentado sobre la época en la que se pueden ver, a qué profundidad están y el alimento que comen», subraya.

Pereyra ha buceado por todo el mundo, desde Sudáfrica hasta Filipinas, pasando por El Caribe y El Pacífico, pero si tuviera que elegir un sitio serían las Islas Galápagos. «Llegas, te metes en el agua y lo que ves en un documental está ahí», afirma. Aun así, nada es comparable al Mediterráneo. «No tenemos ballenas ni corales espectaculares, pero la vida marina que hay es brutal. Cada día veo algo nuevo que me sorprende, incluso las praderas de posidonia. Se puede decir que tenemos una guardería de miles de peces y caracoles en casa», sostiene.

Este submarinista explica que en verano puede estar hasta tres horas bajo el agua con una botella, pero en invierno, con las bajas temperaturas, apenas sobrepasa la hora. Y es que, como fotógrafo submarino, apenas se mueve. Ha llegado a estar horas quieto esperando el momento perfecto para disparar la foto. De hecho, conseguir el momento preciso de un pez le llevó el año pasado hasta 18 horas en total bajo el agua. Hablamos del reyezuelo.

Pereyra quiso fotografiar al macho, que es el que guarda los huevos en la boca hasta que las crías nacen para que nadie se las coma. Vive en sitios oscuros, normalmente en cuevas, y cada dos o tres minutos abre la boca, tira los huevos y se los vuelve a meter; lo hace para oxigenarlos y cuando no hay animales a su alrededor. «Fui, cada día, a las siete de la mañana y me pasaba dos horas esperando a captar ese momento», indica. Y lo consiguió. Disparó la foto a unos siete metros de distancia en Cala Molí. El pez muere una vez nacen las crías y tras 15 días sin comer por evitar que se mueran.

Objetivos

Cada año se plantea un reto y, en lo que llevamos de 2022, ya lo ha cumplido. Lleva 25 días siguiendo a una pulpa, como en el documental ‘My octopus Teacher’ que habla sobre la relación de amistad entre un hombre y un pulpo. Sin embargo, reconoce no haberlo visto todavía. «Según el día, he ido a las 6.30 de la mañana o a las ocho de la tarde, pero solo se deja hacer fotos por la tarde, que es el momento en el que está más tranquila», señala.

Pereyra insiste en que los pulpos tienen su propia personalidad y hay que tener paciencia. Y, de eso, él tiene mucha. «Las pulpas incuban los huevos entre uno y tres meses según la temperatura del agua. En este caso está a bastante profundidad y el agua a 17 grados», dice, sin desvelar dónde podríamos encontrarla. «No se asusta porque ya se ha acostumbrado a mi», añade, a pesar de que la fotografía a apenas un palmo de distancia.

En su cámara están los miles de huevitos que cuida dentro de una cueva. «Ha puesto piedras delante para protegerlos. No puedes tocar ni una porque si no se enfada y cubre totalmente los huevos para que no los veas», explica. Y él, lo respeta. «Llevo cuatro días yendo y no he hecho ni una foto porque no quiere. Me he dado cuenta de que cuanto más maduros están los huevos y más cerca están de la eclosión, más recelosa está la pulpa», sostiene.

Joan Pereyra DI

No es la primera vez que ve una puesta de una pulpa, pero sí confía en que en dos semanas sea una realidad. Ya ha visto tres que han desaparecido, una de ellas ante sus propios ojos. «Vi a la pulpa protegiendo a sus crías y yo estaba haciendo la foto y se puso nerviosa. Entonces miré y y vi a dos meros, uno a cada lado, mirando a la pulpa. Los asusté. Me fui y, cuando volví, los meros habían mordido a la pulpa y le faltaba una pata. Ahí aprovecharon para comerse los huevos», lamenta.

El siguiente objetivo es conseguir una foto del actus signatus, un pez hoja que confía en poder encontrar en las aguas de Talamanca. «Voy a hacer las inmersiones que haga falta para, como mínimo, descartar que ahí no está», confiesa.

Especies identificadas

Pereyra lleva ya 89 especies de opistobranquios identificadas. Es todo un logro, sobre todo si se tiene en cuenta que es en la Costa Brava y en La Herradura (Granada) donde más especies se han documentado en España, unas 150. «En unos años creo que podré llegar a las 120», dice el ibicenco.

¿Cómo sabe qué bicho es? Preguntando a los que saben. «Hago la foto y, después, hablo con especialistas que me asesoran sobre el tipo de especie que es», indica. Así se ha llevado gratas sorpresas, como el día que se cruzó con la okenia picoensis, un pequeño nudibranquio (también una babosa de mar) de apenas diez milímetros. «La primera vez que se supo sobre este bicho fue en 2017 en la Isla del Pico (Azores) y, cuatro años después, se localizó en La Herradura y en la Costa Brava. La sorpresa fue que, cuatro meses después, la vi en Cala Olivera», explica.

Lo mismo le sucedió con la cerberilla, que solo se ha fotografiado cuatro veces desde que se descubriera en 1964 porque vive enterrada y come anemonas que están en la arena, y lo consiguió. «Hay otro opistobranquio que solo se había visto en La Manga del Mar Menor porque hay allí un tipo de alga específica que también tenemos en Talamanca. Y pensé: aquí también tiene que haber. Así que me sumergí a las tres y media de la madrugada y lo pillé a medio metro de profundidad cuando estaba comiendo esta alga», relata.

Ahora hace tres meses que no se ha topado con ningún molusco diferente, pero sabe que ese momento llegará de nuevo. Si hay algo en lo que cree Pereyra es en la persistencia, no en la casualidad. Y en que hay que estar preparado. «Bucear requiere tener en alerta todos los sentidos. Tienes que mirar a todos los lados, controlar tu flotabilidad, saber tu consumo de aire y tener en cuenta la cantidad de nitrógeno que vas acumulando en la sangre mediante un ordenador de buceo. No es bajar y ya está, aunque con el tiempo empiece a ser algo automático», reitera.

Si se tiene esto en cuenta, dice que cualquiera puede hacer una inmersión y disfrutar de lo que sconlleva. «Aunque bucees en un sitio muy urbanizado, como Cala Vedella o Cala Tarida, en el momento en el que te metes en el agua estás en otro mundo, estás en paz», subraya.

De momento, explica que no se ha llevado ningún «susto», pero también reconoce que siempre va tranquilo y a sitios con salida fácil. «Si encuentro el bicho a diez metros, no voy a bajar 15; no tiene sentido», cuenta. De hecho, el 90% de los nudibranquios que encuentra están a menos de diez metros de profundidad.

Asociación de fotógrafos

Junto a otros compañeros ha creado una asociación de fotógrafos submarinos bajo el nombre ‘Es Blau’, que tiene en estos momentos una exposición de fotografías submarinas nocturnas en el Puerto de Sant Miquel.

Sus propios trabajos se pueden seguir en Instagram en el perfil @jpereyra2020.

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