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Turismo

Turismo de excesos en Ibiza: el West End vuelve a las andadas

La arteria principal amanece cada jornada llena de detritus, meadas, vasos y botellas rotos y, sobre todo, alfombrada por cientos de globos y envases de gas de la risa

El West vuelve a convertirse cada noche en una pocilga

El West vuelve a convertirse cada noche en una pocilga. J.M.L.R.

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El West vuelve a convertirse cada noche en una pocilga. José Miguel L. Romero

Fue un espejismo. Los dos años que prácticamente estuvo cerrado el West de Sant Antoni nos hizo creer que nada allí volvería a ser igual. Pero sigue igual. Hay lo mismo que antes de que la crisis sanitaria detuviera el tiempo en esa zona. El West ha vuelto a las andadas. No hay vía pública en la isla, posiblemente en todo el mundo, donde haya tantos restos de globos y envases metálicos de óxido nitroso por metro cuadrado como en la calle Santa Agnès: los 200 metros que hay entre su comienzo, en s’Era d’en Manyà, y su final, en la calle General Balanzat, aparecen alfombrados cada madrugada por esos plásticos y recipientes que contienen el llamado gas de la risa, que se venden cada noche en esa barriada como si fueran pipas. «Cada día es igual», confirma uno de los trabajadores de la empresa de limpieza y recogida de residuos que desde las 6.30 horas lava la cara a la pocilga en la que, desde el atardecer, se convierte esa vía pública. Cada mañana, asegura, se encuentran el mismo escenario, el mismo panorama tras la batalla etílica nocturna: les toca, bien con las manos, bien mediante manguerazos, limpiar aquel estercolero, sobre el que, a pesar del peligro (abundan los vasos y botellas rotos), algunos turistas ebrios, bamboleantes, se atreven a caminar descalzos al amanecer.

Los 200 metros de la calle Santa Agnès aparecen alfombrados cada madrugada por esos plásticos y recipientes que contienen el llamado gas de la risa, que se venden cada noche en esa barriada como si fueran pipas

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Al anochecer, en los aledaños se viven escenas que los más optimistas creían que no se repetirían una vez concluyera lo peor de la pandemia: dos británicos, frente a frente, orinan en el delgado tronco de uno de los árboles del paseo marítimo. Están tan beodos que no se dan cuenta de que se salpican uno a otro. Un transeúnte les llama la atención: le hacen una peineta y le insultan a gritos mientras siguen meando a escasos metros de las familias y de los niños que transitan cerca. Y sólo son las 21.45 horas. La noche promete. A la entrada del West, en la esquina con la calle General Balanzat, los vendedores de gas de la risa toman posiciones y despliegan su intendencia. Una mujer se sienta junto a dos enormes termos cargados, se supone, de café o de alguna bebida estimulante que va repartiendo a lo largo de la noche en pequeños vasos desechables que por la mañana aparecen tirados por el suelo.

En la arteria principal del West, y desde primeras horas de la noche, cada pocos metros hay apostados hombres (la mayoría, subsaharianos) que venden desde gafas (los que disimulan) a óxido nitroso. Uno de ellos intenta ligar con una británica, a la que coge una mano que acerca hasta su pene. Ella intenta zafarse, pero él la agarra por la espalda y, entre risas, de ambos, la manosea, hasta que la mujer consigue despegarse (no es fácil, es un tipo fornido) y logra volver con sus amigas. Él sigue cerca y a lo suyo, intentando vender más de esos cargadores para montar nata cuya inhalación provoca un colocón instantáneo. Y peligroso: es fácil ver a tipos enormes, del tamaño de jugadores de rugby, desplomarse tras respirar un globo cargado con esa sustancia.

Una vecina cuenta cómo, sorprendida, a mediados de la pasada semana pasó por allí camino de su trabajo y al ver cómo estaba el suelo pensó al principio que se había celebrado un cumpleaños con cientos de invitados

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Por la calle corre el alcohol. Los bares sirven las bebidas en cubetas repletas de botellines mientras los globos empiezan, poco a poco, a tapizar el suelo. Una vecina cuenta cómo, sorprendida, a mediados de la pasada semana pasó por allí camino de su trabajo y al ver cómo estaba el suelo pensó al principio que se había celebrado un cumpleaños con cientos de invitados… hasta que cayó en la cuenta de que además había esparcidos decenas de envases metálicos de gas de la risa.

Al amanecer se aprecian los resultados de la bacanal nocturna en la calle Santa Agnès. A las 5.45 horas aún hay quien intenta vender gas en s’Era d’en Manyà o camellos que se entretienen hinchando globos para consumo propio. El asfalto negro sobre el que el Consistorio pretendía que Okuda plasmara una de sus obras aparece lleno de vómitos, meadas, cubatas desparramados, restos de comida rápida y de sus envases, arroz esparcido (del que enseguida dan cuenta las palomas), botellas de plástico y de cristal (muchas rotas), vasos estrellados en el suelo, latas y cientos de globos y envases metálicos de óxido nitroso (en el suelo hay un vaso de una conocida marca de hamburguesas lleno hasta arriba de esos cargadores), desde arriba hasta el Passeig de ses Fonts. Sólo hay esa alfombra de basura en esa calle. En las aledañas apenas hay restos, quizás porque están desiertas por la noche como consecuencia de que numerosos negocios cerraron hace años. Muchos tienen colgado el cartel de se vende o traspasa.

El asfalto negro sobre el que el Consistorio pretendía que Okuda plasmara una de sus obras aparece lleno de vómitos, meadas, cubatas desparramados, botellas, vasos estrellados en el suelo, latas, cientos de globos, cargadores de óxido nitroso...

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Tanta porquería requiere desplegar cada día y durante todo el verano un extraordinario y exprofeso dispositivo para restaurar esa vía pública. Los basureros comienzan a las 6.30 horas y a las 8 horas ya han dejado la zona como la patena, o casi. Primero, dos mujeres retiran de las repisas decenas de hamburguesas a medio comer, vasos, botellas y envases arrumbados. Luego se recogen los cubos de basura, en cuyo entorno hay todo tipo de desperdicios. Después empujan a manguerazos los globos, las latas y el gas de la risa que hay sobre el asfalto hasta amontonarlos: así es más fácil retirar toda esa inmundicia. Los parterres próximos también están llenos de detritus. Una mujer se afana desde primeras horas de la mañana en recoger, uno a uno, los vasos de bebida gaseosa, la comida rápida y, sobre todo, los cargadores de gas (estos con una escoba) que hay dentro de esas zonas ajardinadas. Llena el recogedor varias veces.

La tarea de limpieza es hercúlea, pero en apenas hora y media consiguen adecentar la calle con un sólo objetivo: que por la noche vuelva a convertirse en una pocilga y se llene otra vez de globos de colores.

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