«Era poco diplomático, con mucho carácter y estricto, pero también muy bondadoso, honrado y culto». Así recuerda Joan Marí Riera a su tío abuelo Vicent Ferrer Guasch, más conocido como mossènyer en Cama en su época como párroco de Sant Joan de Labritja. Su relación familiar era aún más estrecha porque su madre, viuda, era ahijada de don Vicent. «Desde pequeño, cuando mi madre trabajaba en los hoteles del port de Sant Miquel, yo pasaba dos semanas de vacaciones con él en Sant Joan», recuerda.

En esa casa, can Joan d'en Cama, nació en 1906 Vicent Ferrer, el último de nueve hermanos. No fue el único que se dedicó al sacerdocio, ya que Pep, 19 años mayor que él, fue nombrado párroco de Sant Elm en 1917.

«Me decía que yo también me hiciera cura», bromea Marí a los pies de la muralla, en el mismo escenario que tantas veces describió su tío abuelo para concluir que «tenía siete vidas». «¿Ves ese andamio? Desde allí se tiró Vicent para escapar», detalla señalando al baluarte de Sant Jordi.

En uno de sus últimos paseos por Dalt Vila, Marí se encontró con que una retroexcavadora había derruido la cueva que mucha gente conocía como sa cova d'en Cama a raíz de la historia de supervivencia del cura. Su hermano Pep no corrió la misma suerte.

Los dos vivían juntos en el número 4 de la Costa de sa Drassaneta y ejercían en la misma parroquia, ya que Vicent había sido nombrado vicario de Sant Elm. Les acompañaba una de sus hermanas, Eulària Ferrer Guasch, que era soltera. Al inicio de la Guerra Civil, tras la persecución religiosa que emprendieron las columnas de Bayo y Uribarri en Ibiza, Pep y Vicent se escondieron en los bajos de la casa. «Como tenía una entrada por la Costa de sa Drassaneta y otra por la calle Passadís, pensaban que, si llamaban a una puerta para ir a por ellos, podrían escapar por la otra».

«Al cabo de unos días, unos republicanos que tenían confianza con la tía Eulària le dijeron que sus hermanos ya no corrían peligro». «Con toda su buena fe, les avisó de que ya podían salir, pero los detuvieron al principio del carrer de la Mare de Déu, cuando iban de camino a Sant Elm».

'Fets del Castell'

'Fets del Castell'

Los dos hermanos fueron encerrados en el Castillo, con otras 150 personas. El 13 de septiembre, tres aviones de la Italia fascista bombardearon el puerto y Dalt Vila, cobrándose unas 40 vidas. Esa misma noche, antes de abandonar Ibiza, los milicianos anarquistas fusilaron masivamente a los presos del Castillo. Como recoge el investigador José Miguel Romero en 'Els morts', allí asesinaron a 95 personas,18 de ellas sacerdotes, como Pep Ferrer Guasch.

«A Vicent, el primer disparo le entró por la mandíbula inferior del lado izquierdo, le salió por la mejilla y cayó el suelo. Le pegaron el tiro de gracia para rematarlo, que le atravesó el arco superciliar y la ceja. No perdió el ojo, pero tuvo problemas de vista y, de viejo, quedó ciego», explica Marí.

Tras el fusilamiento, Vicent Cama se cubrió con cadáveres para que los milicianos no advirtieran que seguía respirando. Al percibir que habían abandonado el recinto, salió por la puerta trasera del Castillo de madrugada, a la calle del Calvari. «Como él conocía bien esa zona, sabía que debajo de ese baluarte había un montón de escombros», detalla Marí, señalando el andamio de las obras del aparcamiento.

«Saltó por ese rincón de la muralla, con dos heridas de bala, y se rompió una tibia y el peroné». Se arrastró como pudo hasta la pequeña cueva para refugiarse. Dos días después, lo encontró allí escondido un conocido suyo de Sant Joan, Morna. «Lo cuidó, pero, como decía que estaba muy cerca de las murallas, le pidió que lo llevase a un escondite cercano».

Morna arrastró al sacerdote herido hasta otra pequeña cueva entre la vegetación de es Soto, frente al banco labrado en piedra conocido como la cadira del Bisbe. Siguió escondido, cuidado y alimentado por su conocido de Sant Joan, hasta que el 20 de septiembre llegaron las tropas del bando nacional y se sintió a salvo.

Aparcamiento subterráneo

Aparcamiento subterráneo

Al descubrir que sa cova d'en Cama había desaparecido, Marí revivió de nuevo aquellos relatos de su tío abuelo. «Hablé con el jefe de obras y me dijo que, aunque la tiraban abajo, habían escaneado toda la zona del aparcamiento para reconstruirla. Pero ya no será lo mismo», se resigna. Este último extremo, la posible reconstrucción de cueva, aún no ha sido confirmado por el Ayuntamiento de Ibiza, dado que estos días se encontraban de vacaciones varios técnicos.