El hisopo, recién extraído de la nariz de Fernando y quién sabe si cargado o libre de virus, baila en un líquido de intenso color rojo. María Zamora, enfermera de la Unidad Volante de Atención al Coronavirus (UVAC) asociada al centro de salud de Vila, ha tomado la muestra y, siguiendo la guía marcada en el palo blanco, lo ha partido para que quepa en el recipiente de plástico en el que en unas horas llegará al laboratorio de Microbiología del Hospital Can Misses. Conservado en frío y bailando en ese líquido rojo que no es otra cosa que una disolución estabilizadora para el transporte de muestras de origen vírico.

Fernando y su mujer, Mercedes, han sido los penúltimos de la mañana en hacerse la prueba. María les ha alertado —«molesta un poco»— y dado indicaciones —«no eche la cabeza tan hacia atrás»— después de recordarles que en un par de días tendrán los resultados. El matrimonio, con las mascarillas ya bien colocadas sobre la boca y la nariz, se marcha a su casa a esperar los resultados mientras María y Bunta Kulnarong, primera enfermera que trabajó en este dispositivo, se ocupan de la última PCR de la mañana.

Han sido apenas cinco tomas de muestras, nada que ver con las más de medio centenar diarias que han llegado a hacer. Jornadas en las que no tenían tiempo ni de respirar, explican a primera hora de la mañana, en su consulta, en la planta baja del centro de salud, donde preparan el día y donde tienen todo el material que necesitan.

Sobre uno de los mostradores hay decenas de botes para depositar las muestras. A un lado, las dos mesas metálicas con ruedas en las que las dos enfermeras llevan todo lo necesario para la toma de muestras que, a partir de las nueve y media de la mañana, hacen en la carpa habilitada hace meses en el aparcamiento. Para María, que se incorporó a la UVAC en septiembre, la rutina ha sido siempre la misma. No así para Bunta, que se presentó voluntaria ya en marzo, cuando buscaban profesionales para este dispositivo. «Hacía falta gente y no me lo pensé mucho», comenta la enfermera, que recuerda que en aquel momento formaba equipo con un médico, Enrique Garcerán. «Al principio era todo improvisado, veíamos las cosas sobre la marcha», rememora la enfermera, que destaca que al principio toda su actividad se centraba en domicilios: «Íbamos nosotros con uno de los coches que nos prestaron. Podíamos llegar a hacer diez o quince domicilios en un día».

Intentaban tomar las muestras siempre fuera del domicilio —«en las casas de campo era fácil, pero en los pisos era más complicado, a veces las hacíamos en el rellano»— y tenían que ir varias veces cada día a descargar los contenedores negros en los que dejaban todo aquello que, tras cada actuación, se quitaban porque había estado expuesto al virus. Lo que en argot sanitario se conoce como «sucio». Cuando llegaban a las casas, explica, la gente se quedaba bastante impresionada: «Entre vernos vestidos con los EPI, lo que veían en la televisión y el aislamiento...», reflexiona. En aquellas visitas notaba las ganas que los usuarios, encerrados en sus casas, tenían de hablar con alguien.

María se incorporó a la unidad, que ya funciona sin médico, en septiembre, hace ahora tres meses. También como voluntaria. De sus inicios en la UVAC la enfermera (que lleva sin ver a su familia, en Jaén, desde marzo) recuerda los cambios de protocolo y el incremento de la demanda de PCR. También el intenso calor que, bajo el uniforme y todas las protecciones (doble mascarilla, pantalla, doble guante, bata impermeable...), pasaron en la carpa. «Acabábamos con la ropa completamente sudada», apunta Bunta. Tanto calor hacía que tenían que usar hielo para mantener frescas las muestras que recogían, señala la enfermera, que explica que siguen haciendo domicilios. Casos especiales. Cuando los pacientes no pueden o no deben salir de sus casas. Ahora, ya sin un coche propio, las lleva hasta las casas una auxiliar en uno de los vehículos del Área de Salud.

A las nueve y media ambas abandonan la consulta. Cada una empujando un carrito con el material. Llevan dos botes para conservar las muestras, una caja de porexpán para mantenerlas en frío, los kits para hacer las pruebas, el material de protección, los documentos de los pacientes citados y todo lo necesario para la desinfección. Al llegar a la carpa, antes de ponerse los guantes, María se quita, con un movimiento reflejo, la pulsera que lleva en la mano derecha. Ambas se ponen gel, los guantes, una mascarilla encima de la que ya llevan, la pantalla y la bata impermeable, que se atan la una a la otra. Cuesta. Las tiras se rompen. Por suerte, esparadrapo para solventarlo en plan McGyver no les falta a Bunta y María, que, hasta el momento, no se han contagiado.

Y empiezan a atender pacientes. Ahora con algo más de calma que en aquellas jornadas interminables en las que tomaban muestras a más de medio centenar de personas. Pueden dar con más tranquilidad las explicaciones y atender a las dudas que les plantean. Hubo un momento, cuando los teléfonos estaban saturados y a los usuarios les costaba contactar con la sanidad pública en que ellas recibían todas las quejas, dudas y comentarios sobre las pruebas, las citas, los rastreos... Todo. «Éramos la parte accesible», justifica Bunta, antes de acercarse al coche de Mercedes y Fernando, los penúltimos de la mañana en la carpa, tras la que se desvisten con cuidado, dejando todo el equipo en el contenedor negro, y desinfectan los carritos antes de regresar de nuevo a la consulta para guardar, en la nevera, los contenedores con las muestras. Antes de que acabe la mañana, un celador del Área de Salud las llevará al laboratorio, explican en la sala, donde lo preparan todo para el domicilio que tienen previsto a media mañana. Ambas disfrutan de ese contacto más directo con los pacientes. «Como enfermera, lo que te gusta es cuidar a tus pacientes», indica María, que tiene sobre la mesa un ejemplar a medias de 'Así habló Zaratustra', de Nietzsche. Bunta, asiente. Confiesa que cuando se presentó voluntaria para la UVAC no imaginaba que sería para tanto tiempo. «Echo de menos la consulta», afirma.