La veintena de personas que permanecían acogidas en el albergue provisional del polideportivo de sa Blanca Dona, habilitado por el Consell por el estado de alarma, fueron realojados en hostales este sábado. Pero, de momento, sólo saben que es una solución efímera y temen «ir de un sitio para otro» o, en el peor de los casos, volver a dormir en algún banco o parque. Desde el Consell se insiste en que no se va a quedar nadie en la calle y, de hecho, hoy se reúne la consellera de Bienestar Social, Carolina Escandell, con el alcalde de Ibiza, Rafa Ruiz, para buscar la mejor alternativa para los usuarios del refugio empadronados en Vila, que son la mayoría.

Tres de ellos empezaron a movilizarse desde que les anunciaron que debían abandonar el albergue de sa Blanca Dona de cara al pasado viernes, aunque finalmente les dieron un día más de plazo. Son Francisco Suárez, Alberto Oliva y Juan, que prefiere no dar su apellido para evitar problemas en su trabajo, donde se incorporó hace diez días. Estos portavoces han labrado una amistad durante su confinamiento y ahora echan de menos el compañerismo que allí encontraban y que alivió las secuelas de vivir en la calle. «Ahora somos como una familia», confiesan.

La incertidumbre

La incertidumbre

Francisco, Juan y Alberto acaban de pasar su primera noche en el Hostal Europa Púnico, junto a otros siete compañeros del refugio. «Estamos en cinco habitaciones dobles y ahora tenemos tele e internet, ya que en Blanca Dona apenas había señal y siempre se caía», explican en la agradable y soleada terraza del céntrico hostal. Así y todo, echan de menos el albergue. «Al llegar aquí, nos dijeron que solo podíamos estar hasta el miércoles». «No tenemos la tranquilidad de contar con un sitio más estable, al menos durante unos meses», subrayan.

También recuerdan que fueron muy duros sus primeros días durante el estado de alarma, pero que su estancia en el polideportivo se fue haciendo más amena. Sobre todo cuando, con el inicio de la desescalada, se fueron algunos de los perfiles más problemáticos y con dificultades para la convivencia. Por ello, insisten en que la falta de atención puede limitar las habilidades sociales hasta hacer imposible una reinserción.

«Si uno se separa, pierde el trabajo y acaba en la calle y no tiene apoyo o empieza a beber, se va a hundir más», advierte Alberto. «Pero si se le da apoyo emocional y psicológico, esa persona se puede recuperar».

Ninguno de los tres lleva mucho tiempo como sin techo. Juan es ibicenco y cuenta que trabaja desde los 14 años como transportista. Hace un año que está en la calle y, de momento, es el único que acaba de encontrar trabajo. Alberto, madrileño y cocinero, trabajó durante siete años en Menorca en la hostelería, pero perdió la casa en la que vivía en alquiler con opción a compra. «El casero no quería pagar los gastos que le correspondían», señala. También rompió con su pareja y, cuando llegó a Ibiza a principios de marzo, ya estaba durmiendo en su coche. Había sido preseleccionado para trabajar en la cocina de un hotel y tenía la perspectiva de salir de ese pozo, pero el coronavirus lo paró todo.

Francisco, asturiano de Luarca, llegó en la isla en el 90 para cumplir con la mili en sa Coma. Él es el que, a principios de mayo, tuvo que ser trasladado al hospital mallorquín de Son Espases tras sufrir un infarto y salvar la vida gracias a un desfibrilador del polideportivo. «Ahora llevo una placa de 7x7 en el corazón y debo tomar un medicamento, pero un día no me lo consiguieron en Blanca Dona y tuve que llamar a mi exmujer para que fuera a la farmacia», recuerda.

De la construcción a la calle

De la construcción a la calle

Hace un año que Francisco se quedó sin trabajo en la construcción. Relata que su jefe se jubiló, cerró la empresa y, sin ingresos, acabó durmiendo en el parque de la Paz. Hasta que el estado de alarma le llevó a sa Blanca Dona y a permanecer bajo un mismo techo durante más de tres meses. «Allí estábamos mucho mejor, porque la gente podía correr y jugar fuera a tenis o baloncesto», evoca. «Aquí puedes ir de la terraza a la cama o a pasear, pero ayer fuimos al puerto y estaba vacío, daba pena», apunta.

«Tal y como está la situación, mucha de la gente que ahora se queda sin trabajo acabará como nosotros este invierno o el año que viene», añade Juan, «sin poder pagar un piso o una habitación y abocada a la calle». Con las perspectivas de esta temporada, Alberto y Francisco dudan de que, a corto plazo, puedan correr la misma suerte que su amigo y encontrar un trabajo.

«Se gastan un dineral»

«Se gastan un dineral»«Al menos ahora tengo tres días con internet para tramitar las ayudas», se consuela Alberto. «Porque con el aforo limitado en las bibliotecas y sin dinero para tomar un café en un bar con internet, no ha sido posible».

Al estar sin ingresos, ven con reparos «el dineral que se están gastando ahora pagando habitaciones en un hostal». «Preferiríamos estar en una carpa o un pabellón en sa Coma, que no resultaría tan caro y nos podríamos autogestionar la comida y la limpieza», aseguran. Creen que así recuperarían esa sensación de pertenencia a un grupo y un arraigo que les ha dado la confianza para seguir luchando.

También recuperaron aficiones y habilidades en el albergue provisional, como el dibujo. Consiguieron que les llevaran lienzos y pinturas y un grupo de usuarios, entre ellos Alberto y Juan, se entregaron con tanta dedicación que ahora quieren recuperar los cuadros. Juan ha quedado cuarto en el concurso de relatos por el confinamiento, pero lamenta que Alberto no haya ganado el certamen. «Igual es porque era muy largo, de 15 páginas, pero era buenísimo lo que escribió», destaca.

La lectura ha sido su otro gran pasatiempo en los días encerrados en sa Blanca Dona. Juan ha disfrutado con las biografias de John Fitzgerald Kennedy y Wiston Churchill. A Alberto le gustó 'Alguien voló sobre el nido del cuco', de Ken Kesey, pero le marcó más el paralelismo que encontró con su situación personal y los avatares del protagonista de 'La Busca', la primera parte de la trilogía 'La lucha por la vida', de Pío Baroja.

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