«En la vida habíamos oído hablar de Halloween y ojalá no nos lo hubieran traído, porque ya hemos perdido toda la esencia del día de Tots Sants», sentencia el filólogo y exconseller de Cultura Joan Marí Tur. Pero apunta que la cultura norteamericana no ha sido la única culpable de la pérdida de las tradiciones, sino que también han acabado fusionados el día de Todos los Santos y el Día de los Muertos.

«El día 1 era un día de alegría y fiesta en las casas y se celebraba la trencada de piñones, mientras que el día 2 tenía una connotación de tristeza y se visitaba el cementerio». «Al menos en Sant Josep era así», precisa Marí. Para la trencada, se recogían las piñas de los pins vers de las propias fincas y se compraban algunas nueces y cacahuetes, que se acompañaban con vino.

Sin derroche de flores

Sin derroche de flores

«Además, no había todo este derroche de flores y la gente que llevaba alguna era porque la tenía en su casa». «Entre otras cosas, porque en el pueblo no teníamos floristería en esa época», recuerda. Si por la mañana se honraba a los antepasados en el camposanto, los josepins también solían acudir a misa en la tarde del Día de los Muertos para rezar tres rosarios. «No uno, ¡tres! Es que Sant Josep es un pueblo muy devoto y siempre tira para arriba», bromea Marí.

Otra de las diferencias entre el campo y la ciudad es que, en Vila, los niños podían disfrutar con los rosarios de fruta confitada y alguna galleta que los padrinos solían regalar a los ahijados. «Todos los niños iban con el collar colgando el día de Tots Sants, pero en los pueblos no había esa costumbre», explica el filólogo y director de la Enciclopèdia d'Eivissa i Formentera, Felip Cirer.

Se da la circunstancia de que Cirer combinó tanto Vila como la pagesia durante su niñez. A pesar de nacer en la ciudad, su madre ejerció como maestra en Santa Gertrudis y le tocó vivir diez años en el pueblo. Cirer también valora que, a pesar de la implantación de Halloween, en los últimos años han recuperado fuerza las costumbres como la trencada de trencadapinyolsque, prácticamente, se habían dejado de lado. «Quizás ha sido como contraposición a las modas que nos vienen de Norteamérica».

De su niñez también recuerda que, en esta festividad, comían más buñuelos que panellets, que eran demasiado caros. Pero hay un recuerdo que evoca con más viveza que el dulce de los rosarios o de los postres del día de Tots Sants: el miedo que pasaba durante la velada.

Supersticiones atávicas

Supersticiones atávicas

«En las casas payesas siempre acabábamos contando historias de miedo mientras comíamos almendras o partíamos piñones», evoca Cirer. Había un relato muy famoso y que se narraba como verídico. «Un hombre pidió que le enterrasen en la cocina de su casa, pero en el ataúd acabaron poniendo el tronco de una higuera para disimular».

La antropóloga y directora del Museu d'Etnografia d'Eivissa, Lina Sansano, da una explicación al desenlace del cuento con el falso entierro en la cocina. «Los ibicencos de entonces eran mucho más supersticiosos de lo que parece y, si no se cumplía la voluntad que había pedido una persona antes de morir, creían que su espíritu se aparecería».

«La gente era muy miedosa y, como no había nada iluminado, los hombres se tapaban la cara con un capuchón y no saludaban si se cruzaban con otro en un camino, porque estaba mal visto andar de la noche por fuera». Este temor se relacionaba con el sonido de las lechuzas y con algunos lugares que los vecinos consideraban de mal agüero, como algún cruce de camino o un árbol. «En Sant Miquel existe todavía la expresión surt por (sale miedo) para referirse a un sitio así», apunta Sansano.

Pero a los difuntos también se les rendía un reconocimiento en todas las casas en la víspera del Dia des Morts. Así, tras la velada de Tots Sants, se dejaba una vela y la mesa puesta para honrarlos en la visita que se les atribuía durante aquella noche.

«Se les dejaba frutos secos y alguna que otra vianda, porque pensaban que los muertos de la casa visitaban a sus familiares».

«En algunos casos, se prendía una vela para cada uno de los familiares que se quería recordar», precisa Sansano.

La antropóloga explica que los ibicencos fueron incluyendo en la jornada de Tots Sants las costumbres del Dia des Morts, cuando se visitaban los cementerios, ya que el día 2 es laboral. También apunta que, además del componente religioso que aportó la llegada del cristianismo, la festividad tiene su origen en el equinoccio de otoño.