El documental 'Vivir sin país, el exilio del pueblo rohingya', que dirige Albert Martos con la producción de Pauxa, se encuentra en fase de realización, con el premontaje de las entrevistas y la elaboración del guión definitivo.

Pero el tráiler de la película, que ya se encuentra disponible en el canal de Vimeo de Pauxa producciones, ya permite que puedan empezar a enviarlo a los festivales especializados en documentales para buscar coproducción y canales de distribución. También mantienen contactos con Televisión Española o Al Jazeera, entre otras televisiones internacionales.

Pero, más allá de su rédito comercial, que prevén destinar a la ayuda a los refugiados, el equipo de Pauxa ya cuenta con la satisfacción de haber aportado su grano de arena para dar a conocer la tragedia del pueblo rohingya y ayudar a sensibilizar de la magnitud de una tragedia humanitaria que consideran que se está silenciando.

La mayor parte de la semana de rodaje se llevó a cabo en el campo de refugiados de Kutupalong, el mayor del mundo, con 700.000 personas hacinadas en los barrios chabolistas que han levantado con cañas de bambú y cualquier retal de aluminio o plásticos. Albert Martos y Luna Alcántara también visitaron el campamento de Hakim Para Camp, donde la activista Razia Sultana lleva a cabo su labor contra la trata de blancas, que este año le ha valido uno de los Premios Mujer Coraje que concede el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Pero Bangladés acoge ya una decena de campamentos para los musulmanes huidos de Myanmar, todos ellos en la región fronteriza, la más pobre e inhabitable de Bangladés. El hacinamiento de centenares de miles de personas en condiciones miserables, además de los riesgos sanitarios y los brotes de cólera, ha causado otros efectos medioambientales.

En el caso de Kutupalong, la zona en la que sobreviven los refugiados se ha levantado sobre una jungla, ahora deforestada. «El campamento también se ha extendido por un parque natural que era una reserva de elefantes». De esta manera, las rutas naturales por las que se desplazaban los paquidermos han desaparecido por la inesperada presión humana, con lo que ahora «han quedado confinados en rincones de la zona», lamenta Martos.