Es Jondal es una anomalía entre las playas ibicencas, porque, en vez de arena, tiene en sus orillas un formidable desgalgadero de còdols, montones de redondos y pulidos cantales de considerable tamaño que durante un tiempo orilló el turismo. Es Jondal era entonces un lugar poco frecuentado, tranquilo y, en cierta manera, primitivo. Hoy, el lugar es otro. La modalidad del quiosco discotequero con plataformas de madera, camas balinesas en vez de hamacas y un insoportable pumba-pumba, han conseguido que muchos ibicencos hayamos buscado otros rincones, litorales rocosos o solitarios varaderos, para darnos un chapuzón con tranquilidad. Si traigo a colación es Jondal es porque fue allí donde, por primera vez, se me impuso la presencia de la piedra que no sé muy bien de dónde sale cuando los fondos de la playa son inmensos arenales en los que no se ve ni un solo canto.

Misterios de la Geología. Sea cual sea la explicación, mi afición por coleccionar piedras nació en es Jondal. Sucedía que, de vez en cuando, una piedra, como si diera un grito, llamaba mi atención porque era distinta a las demás. En su forma, textura y color, se me ofrecía simbólica y significante. Y acudí después a las canteras litorales de calizas y marès, donde el mar y el viento nos han dejado sorprendentes esculturas. Y vi que su inmovilidad era sólo aparente, porque los temporales, de un año para otro, modificaban sus formas. Desde entonces, he recogido toda clase de piedras, laminares, horadadas, acribilladas por minúsculos orificios de extraña filigrana, antropomórficas que recuerdan rostros o bustos de guerrero, tubulares, etc.

Algunas piedras sugieren, incluso, cierto dramatismo en sus oquedades, grietas y protuberancias que les dan formas inconcebibles, mientras otras son lisas, relajantes al tacto y como acariciadas durante milenios por el mar. Algunas piedras las cruzan finísimas líneas que parecen ofrecer mensajes encriptados. Y las hay, por supuesto, de todos los colores, blancas, negras, azuladas, verdes, de tonos almagres o vinosos, ocres, grises y también moteadas. Lo que en realidad descubre cada piedra es un sorprendente microcosmos de materia inorgánica que, desde su realidad compacta y cerrada, desde su silencio, habla sin necesidad de palabras.

Metamorfosear

Y provoca preguntas. ¿No es la supuesta creatividad del artista una guisa de copia, desde el momento en que todo lo que hace es imitar, combinar, metamorfosear, deformar, disfrazar, fragmentar, recomponer, complicar o simplificar las formas, texturas y colores que ya existen en la Naturaleza? Es la pregunta que se hace el poeta Joan Oliver: «¿qué puede crear una criatura?». Posiblemente, sólo des-cubrir o des-velar lo que ya existe. En última instancia, el arte está en la mirada, en el hallazgo que hace la mirada, en la emoción de la mirada. Las piedras siempre han estado ahí, pero hay que verlas. Todo está en la atención que les dediquemos.

De nuestro mayor escultor, Antoni Hormigo, aprendí que en el artista no pesa tanto la intencionalidad, cuanto un misterioso impulso interior que le empuja y le lleva a hacer determinada obra que, en cierta manera, a él mismo le sorprende una vez acabada. La verdadera obra de arte que el artista desea y busca empecinadamente con su trabajo es al final una emergencia en buena medida imprevisible porque en ella intervienen esas fuerzas misteriosas que son la necesidad y el azar.

Ahora sé que las piedras hablan. El hombre de la Edad de Piedra también lo sabía y las hacía cantar. Hoy, sin embargo, pasamos por alto su mensaje porque, entre todo lo que conocemos, la piedra nos parece la entidad más pobre y anodina. Y sin embargo, las piedras acumulan más pasado que cualquier otra realidad. Y es mayor su memoria. A mí me ha costado entenderlo, pero ahora lo sé. Y desde que lo supe, busco esa piedra que, por su cualidades, materiales y formales, por sus disonancias y armonías, sea más fácil de leer y me diga algo. Piedra viva o piedra muerta, pedernal, caliza o arenisca, tanto da.

Cualquier piedra tiene historia, no en vano fuimos barro, luego planta, después animal y ahora somos consciencia. ¿Seremos ángeles, al fin? Lo cierto es que todo comenzó en la materia supuestamente inanimada, es decir, en la piedra. Otro poeta, José María Valverde, habla de la educación de la mirada para descubrir las secretas confidencias de la materia; habla de la importancia que tiene concentrarse en su condición mineral de la piedra, observándola hasta olvidarnos de nosotros mismos y ver en ella la oscura acción del tiempo, sus simbolismos a medio revelar y esa música callada que oye la imaginación y siente el tacto.

Sólo entones entendemos que la piedra, cada piedra, condensa y solidifica un caos telúrico y ciego que en nuestras manos deviene cosmos ordenado, inspirador, con sentido. Es algo que los artistas saben bien. Esa piedra que hemos recogido deviene así realidad numinosa y, en cierta manera, pierde su hermetismo. Theilard de Chardin tenía muy claro que todo es necesidad, destino y finalidad en el orden de la Naturaleza, era consciente de la vitalidad de la piedra, de su chispa espiritual, de su condición generadora.

El misterioso canto de las piedras

?En las piedras que encuentro, en Ibiza y en Formentera, están los númenes de nuestras islas. Pienso en los ‘betilos’ de nuestros ancestros púnicos que veían la piedra como un elemento sagrado, como un ‘signo de la divinidad’. No me extraña que todavía hoy, los escritores, escultores, músicos y poetas, descubran el misterioso canto de las piedras. Carmen Riera las ve así: «Després de mirar molta estona les superficies de les pedres plenes d’engrunes i esberles, crestalls i protuberàncies, dubto que procedeixin del tracte amb els elements o siguin fruit de l’erosió. Penso, per contra, que estan sotmeses a sensacions i commocions misterioses que només una contemplació quasi mística ens faria desxifrables. Potser cal intentar-ho!».