Cristina Molina sabe lo que es luchar para hacerse un hueco en la vida. Vio a su madre, Luisa, una de las Madres de la Plaza de Mayo, defender la memoria de los desaparecidos en la dictadura de Videla „«tengo un hermano desaparecido», recuerda„, se enfrentó a un cáncer y emigró de Argentina a mediados de los 80 en busca de una vida mejor. Por todo eso, además de por haber dedicado más de dos décadas a trabajar para mejorar la vida de las mujeres de Ibiza Cristina Molina, médica de Atención Primaria del servicio de Planificación Familiar del centro de salud de Es Viver, recibe mañana (Club Diario, 20 horas) el Premi 8 de Març de la Associació de Dones Progressistes d´Ibiza i Formentera.

Cristina Molina apenas tiene un minuto de descanso en su consulta. Es miércoles por la tarde, momento reservado para las adolescentes. Algunas de las chicas que se sientan frente a ella son las nietas de las primeras mujeres a las que atendió la médico poco después de empezar a trabajar en la unidad, que puso en marcha la doctora Montserrat Pastor poco antes de que Molina, su marido y su hija aterrizaran en España. «Justo entró en funcionamiento el mercado comunitario europeo y mi título se quedó durmiendo en el Ministerio de Educación», recuerda. Tuvo que esperar un año y medio. Y entonces le comunicaron que le convalidaban todo, pero debía hacer un examen de medicina legal para tener el título de médico.

Acostumbrada a trabajar en Argentina, Molina no podía quedarse en casa de manos cruzadas. Necesitaba un hospital, pacientes, actividad: «Me presenté a la dirección de Can Misses para prestar asistencia voluntaria». La enviaron a Ginecología. Estuvo dos años, tiempo que aprovechó para que la gente la conociera, y luego pasó otro más en Anatomía Patológica, aprendiendo a hacer citologías. No tuvo un contrato hasta 1991, cuando consiguió todos los papeles.

La familia emigró de Argentina „«un país que vive en crisis y donde había una inflación diaria»„ porque no había trabajo. «Pedí una excedencia de dos años y no volví», comenta Molina, que destaca que lleva casi la mitad de su vida en la isla: «Llegué con 31 años y llevo 28 aquí». Casi tres décadas de «mucho trabajo». Cuando comenzó en la unidad, recuerda, la población era de 60.000 personas, ahora es de 140.000 «y hasta hace dos años no se abrió la unidad de la mujer de Sant Antoni, de manera que atendíamos a toda la isla». De hecho, asegura: «No doy abasto». No hay más que ver la sala de espera para entenderla.

De aquellos primeros años en la consulta recuerda la sensación de haber llegado «de verdad» al primer mundo. En Argentina, no tenían ecógrafo y hacían las exploraciones a mano. Otra cosa que le sorprendió fue que aquí se considerara «primitivo» el tema de la lactancia materna, que en su país era tan importante. «Me sentía un poco antigua, pero allí era importante porque la mortalidad perinatal era del 30 por ciento», comenta con una sonrisa la doctora, que no esconde que aquellos primeros años fueron duros. «Cuando eres extranjera tienes que hacer el doble de méritos para demostrar quién eres», apunta. Eso es algo en lo que ya no tiene que esforzarse. «Creo que al principio estaban más pendientes de averiguar de dónde era mi acento que de lo que les decía», reconoce.

Desde que comenzó en Planificación Familiar tuvo claro que lo suyo era la lucha contra los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. En su consulta, asegura, es más profesora que médica, la mayoría de las veces. «Hay muchos mitos, a veces tienes que convencer de lo que es mejor para ellas a algunas pacientes, que parece que se creen más lo que les cuentan en el mercado que lo que les dices tú», explica. Una de las cosas que más le ha costado en los últimos años ha sido que las mujeres entendieran que la citología pasaba a hacerse cada tres años. También vencer la resistencia a la polémica vacuna del cáncer de cuello de útero ha sido difícil.

Esperando «el píldoro»

La doctora Molina tiene claro que el peso de la contracepción y la protección frente a enfermedades venéreas sigue recayendo sobre las mujeres. «Llevo mucho tiempo esperando el píldoro, en el primer congreso de la Sociedad de Contracepción al que fui, en 1992 en Toledo, ya se hablaba de él», lamenta. El hecho de que no se haya comercializado un anticonceptivo masculino, pero sí se haya puesto a la venta la Viagra demuestra que los máximos responsables de los grandes laboratorios farmacéuticos son, en su mayoría, hombres. En este sentido, explica que el año pasado leyó en una publicación científica que se había abandonado un ensayo porque se detectó que el anticonceptivo bajaba un poco la libido en el hombre. «Algo banal», apunta antes de recordar los riesgos de la píldora femenina «que se han ido reduciendo con los años»: riesgo tromboembólico „«una mujer de cada 100.000»„ y aumento de los triglicéridos y el colesterol.

En la consulta, en ese mismo día, ha atendido a una chica de quince años que se ha quedado embarazada y a otra de 16 años que se ha quedado en estado por segunda vez. Ellas son su caballo de batalla en estos momentos. En las charlas y talleres en los institutos, cuando habla del preservativo, aún sigue escuchando de boca de los chicos la frase: «Eso no me lo pongo, yo, a pelo». El logro no es que las chicas lleven condones, sino que no accedan, por inseguridad o por miedo a que las rechacen, a tener relaciones sexuales sin protección. «Ella tiene el poder de decir que si no se lo pone, no hay nada», insiste.

En los últimos años, esta labor de educación se ha centrado también en las inmigrantes de países «con más desigualdad entre el hombre y la mujer», parejas en las que ellos deciden cuándo deben llegar los niños. Independientemente de que ellas quieran o no. «En el caso de las árabes, si al año de estar casadas no se han quedado embarazadas vienen por si hay algún problema», indica. Molina tiene claro su compromiso con las mujeres. Atiende a todas las que puede en largas jornadas, a veces, de mañana y tarde. Las adolescentes pueden ir los miércoles sin necesidad del volante del médico, aunque sea solo para resolver una duda. Y en los armarios de su consulta guarda anticonceptivos que consigue de las farmacéuticas para aquellas que no tienen recursos. Ahora espera que al Gobierno no se le ocurra retirar de la Seguridad Social el implante subdérmico, que se está aconsejando a muchas mujeres como anticonceptivo.

Aunque le encanta su trabajo, algo que se deduce por la sonrisa con la que recibe a toda mujer que cruza la puerta de su consulta, reconoce que sufre con algunas de las historias que pasan por ella. «No lo puedes resolver todo», lamenta. El peor momento de su carrera profesional fue cuando amenazaron (prefiere guardarse el nombre del responsable político que lo hizo) con cerrar la unidad. La respuesta de Cristina Molina fue tan clara como simple: «Si eso iba para adelante me plantaba en Vara de Rey con todas las mujeres de Ibiza».