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Imaginario de Ibiza: Pou de Corona, el manantial junto al camino

Este antiguo monumento hídrico, uno de los más singulares de la isla por la estructura de su capilla, es parada obligada durante un recorrido por el llano

Pou de Corona, con su plazoleta alargada y estrecha. X.P.

¿Y la muerte? La muerte es un pozo y la filosofía una noria. (Ricardo Güiraldes)

No importa la época en que se rodea el Pla de Corona. Da igual si la hierba se ha secado por la canícula, el campo exhibe un verde esplendoroso salpicado de margaritas o los almendros ya han florecido y embrujan al caminante como el pavo real que despliega su penacho de plumas. El llano tiene tantos alicientes que alguno siempre acaba pasando desapercibido: la arquitectura de las casas payesas en los márgenes, los campos roturados, los muros de piedra seca que escalonan la falda del monte, la iglesia enjalbegada, las terrazas soleadas de las tabernas del pueblo, los rebaños de cabras y ovejas, las hileras de vides, las veredas que atajan entre los cultivos, los precipicios de sa Penya Esbarrada, los islotes de ses Margalides…

Ante tal concatenación de estímulos, resulta fácil no prestarle debida atención al Pou de Corona, uno de los más importantes y originales de la isla. Aguarda a unos 700 metros al oeste del pueblo de Santa Agnès, siguiendo la carretera que bordea el llano en dirección a los acantilados, y en ocasiones la hierba crece tanto que queda medio oculto. Sin embargo, al observarlo, con su plazoleta estrecha y alargada que desemboca en el camino –estructura y emplazamiento que denotan su estatus–, uno se pregunta si fue primero el manantial o el sendero. Fuerza a cavilar, asimismo, sobre la fe del primer hombre que excavó un hoyo en la faz de la tierra buscando agua sin saber a qué profundidad la hallaría o disponer de una mínima garantía de éxito.

Los historiadores sitúan a este pionero tras la Edad de Piedra, en el Neolítico, justo en el instante en que irrumpieron la agricultura y la ganadería. Esta nueva forma de vida generó la necesidad de disponer de una fuente de agua permanente para regar los cultivos y satisfacer las necesidades de las familias y sus animales. A partir de entonces, la explotación de los acuíferos subterráneos ha sido una constante en la humanidad.

Los primeros escritos que aluden a los pozos son obra del arquitecto romano Marco Vitruvio (siglo I antes de Cristo), que trabajaba para Julio César. En su obra ‘De Architectura’ explica cómo elegir el lugar donde abrir un agujero: «Para buscar agua, te tumbas en el suelo al amanecer, con la barbilla apoyada en la tierra para limitar la búsqueda a lo que puedas ver en tal posición. La encontrarás donde veas salir los vapores de la tierra».

El método de Vitruvio se extendió y perfeccionó con el tiempo, pero en Ibiza quienes han detectado tradicionalmente las fuentes subterráneas han sido los zahoríes, con la oscilación del péndulo o el subibaja de la vara.

Alguno de ellos, no se sabe hace cuántos siglos (está documentado en 1708), determinó la ubicación del Pou de Corona y acertó de pleno, ya que ha aliviado la sed de paisanos y animales a lo largo de la historia. El pozo, se dice que muy hondo, destaca por su singular capilla, más grande de lo habitual, que es de planta cuadrangular, con los muros de mampostería ligeramente ataludados. Está rematada con un arco escarzano, mientras que el conjunto de la construcción se encuentra coronado de forma piramidal. Esta fusión entre curva y poliedro constituye una sorprendente anomalía. Frente al brocal, dos pilas grandes de piedra conservadas parcialmente, y su lado, varios escalones para superar el desnivel con el bancal más alto. Como para no aproximarse y escuchar su eco.

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