Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

De pesca con 'nansa' o 'nanses'

La nasa o ‘nansa’ es un aparejo de pesca artesanal concebido como una jaula-trampa que se construye con juncos, mimbres o cañas, en cuyo interior se coloca un cebo. Consta de una pieza exterior o ‘buc’ de forma acampanada, cilíndrica o redonda como una gran calabaza, unida por la base a otra pieza (’anfàs’) en forma de embudo que queda orientada al interior de la primera y a la que se da entrada por una boca estrecha por la que los peces pueden entrar, pero no salir

Salvador Oriol teje una ‘nansa’. Arxiu Magón

En función del pescado que captura, la nasa, con diferentes formas y tamaños, puede ser boguera, xuclera, sipiera, porrussera, pagellera, mabrera, saupera, de roca, gambina o llagostera. Todavía en los años 50 era común ver nasas apiladas en las cubiertas de las pequeñas barcas y llaüts que amarraban en el rincón de sa Riba. Como era frecuente ver en el barrio pesquero, en la Penya, la Bomba y en los mismos muelles, a un pescador tejiendo la urdimbre de una nasa, un hacer artesano preciso y paciente muy parecido al trabajo de palma del payés que hacía canastas, capachos, paneras, cofines o espuertas. Y un detalle divertido: en la plaça de sa Drassaneta llegué a ver una nasa grande, sin el anfàs o embudo, -sólo la pieza superior acampanada- que, fijada en el suelo con tres piedras atadas a su base, se utilizaba como jaulón de un gallo o puede que fuera una gallina, que de tanto no me acuerdo. ¡Ingeniosa ocurrencia!

La mayoría de las nasas eran sencillas y de mediano tamaño, pero las había de trama más tupida, reforzada incluso con doble junco para capturas que eran muy capaces de destrozarlas a coletazos. Lo conseguían los congrios, las morenas y, con sus tentáculos, también los pulpos. En algunos casos se utilizaban las varillas que crecen en los troncos de los olivos (rebotins), para dar consistencia a las nasas que se dedicaban a la pesca de las langostas. Aun así, reblandecidas por el salobre y el uso, las nasas se renovaban cada año. Pocas personas son hoy capaces de construir una nasa. Consiguen hacerlo, paradójicamente, quienes ya no las usan, algunos payeses que dominan el trabajo de palma. Podemos verlos en los mercadillos rurales de Sant Rafel, Portmany, Labritja o Forada, y por ellos sé las cuatro cosas que aquí recojo.

Me dicen que el mejor momento de recoger las varas, arrebassar els joncs, es en julio y agosto, preferentemente los junquillos verdes, en flor y cuando amarillean, bien rectos y tan largos como sea posible, de 80 o 90 cm, para reducir las uniones al tejer la trama. Mi interlocutor en Forada no quiere salir en los papeles, pero me deja que grabe las explicaciones que me da y que le agradezco: «De tots els joncs recollits se’n feien tres tries, els joncs més fins per les nanses de fora, els joncs una mica més gruixuts per les nanses de terra i els més gruixuts de tots per les nanses sipieres. En tenir els joncs a casa, s’escaparraven amb Ganivet les puntes i es feien manats que s’embolicaven en sacs perquè perdesssin l’aigua. Al cap d’una setmana es tornaven de color grogós, però encara convenia estener-los al sol vuit o deu dies, girant-los de tant en tant i retirant-los a la nit. Quan els joncs adquirien el color de la palla era arribat el moment de treballar-los. I aixó no era tot. Haviem de tenir a ma fil de cotó i cànem per lligar el joncs i les costeres, rebotins d’olivera i branquetes de mata per fer els cercols, espart per estrenyer la boca de l’anfàs i un tros de xarxa per la tapa de la nansa».

En los años que aquí recuerdo, hasta bien entrados los 60, cuando nuestros fondos no estaban esquilmados como ahora, el arte de pescar con nasas, aunque fuera a pequeña escala, daba vida a una familia. Bastaban dos hombres y una pequeña barca para aprovechar las ventajas que la nasa tenía sobre otras formas de pesca al aprovechar los buenos caladeros que proporcionaban las zonas rocosas costeras en las que las artes de arrastre no podían trabajar porque rompían las mallas. El conocimiento de estos fondos lo daba la experiencia y era un tesoro que el pescador guardaba celosamente. He oído decir que las barcas, al salir del puerto, solían aproar al engaño, en dirección distinta a su pesquera.

Buen paladar de los peces

Antes o después, sin embargo, los buenos caladeros eran conocidos, pero es lo que había. Nadie podía adueñarse de un trozo de mar y, como se decía, en esto de la pesca ‘quien antes llega, antes se la lleva’. La pesca con nasa se practicaba entre junio y octubre y el resultado dependía de muchos factores, el estado de la mar, las corrientes y sobre todo el cebo, casi siempre pescado azul, sardinas o boquerones que se machaban para potenciar su olor. Y es que los peces no son tontos, tienen buen paladar. Si el cebo había estado en contacto con el hielo perdía olor y el pez no entraba. Me cuentan el caso curioso de un pescador que con cebo fresco volvía de vacío hasta que cayó en la cuenta que dejaba las sardinas de cebo sobre la cubierta de su barca recién alquitranada, lo que daba a las mallas un regusto a brea que los peces rechazaban.

Finalmente, en lo que se refiere a la pesca en sí misma, es decir, a cómo se colocaban las nasas, cabe decir que iban sujetas y separadas unas de otras unas siete brazas en un cordaje de esparto (calament o corda mare) con anclaje de piedra (pedral) y un corcho de localización en superficie.

La clave

NO SIN ANTENAS

No voy a repetir lo que ya explicó con todo detalle en ‘La pesca d’abans a les Pitiüses’ don Antoni Prats Calbet. Sólo me falta decir que en la nasa entraba de todo, besugos, pageles, congrios, morenas, pulpos, langostas, etc. Por cierto, concretamente para las langostas, el pescador tenía viveros de los que iba sacando piezas con tiento para que los precios no bajaran. Un fastidio era que se les rompieran las antenas porque en la Peixateria no las querían. En tal caso iban al ranxo de la barca o se comían en casa, pero con el consiguiente disgusto porque lo suyo era venderlas y salvar el jornal.

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