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Epígrafe

Rusia, entre Oriente y Occidente

Algunos eslavistas sostienen que desde 1991, las elites rusas han creado una nueva identidad nacional basada en una mezcla de zarismo, comunismo y estalinismo

Putin el 12 de abril en el Cosmodromo de Tsiolkovsky. efe

En una obra de referencia sobre los orígenes de la ciencia y la civilización en China, el historiador británico Joseph Needham planteaba cuestiones fundamentales: ¿por qué la ciencia moderna no se desarrolló en China, cuando era técnicamente superior a Occidente antes del siglo XVI? Si en Occidente, los orígenes de la ciencia moderna van asociados a la expansión colonial y al inicio de una economía mercantil origen del capitalismo; si en Occidente la transición de la Edad Media al Renacimiento estuvo marcada por la secularización y el cambio social; si el movimiento intelectual de la Ilustración es indisoluble de las revoluciones que acabaron con las monarquías absolutistas del Antiguo Régimen, en cambio en China el desarrollo técnico apenas produjo transformaciones sociales. Tanto en China como en Rusia se pasó de la monarquía absoluta de los zares a la revolución bolchevique, y algo similar sucedió en China con el triunfo del maoísmo. Admitamos que la construcción democrática y las culturas políticas son muy diferentes en Oriente y Occidente.

Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas, la idea de un Occidente paladín de las libertades, la democracia y la ciencia, culturalmente hegemónico y superior en el conocimiento, ha sido problematizado por la historia poscolonial. Tal vez el origen de esta perspectiva deba situarse en la obra de Edward Said, Orientalism (1978), un ensayo sobre las representaciones occidentales de los pueblos de África, Asia y Oriente Medio. Según Said, la representación de Oriente como opuesto a Occidente se generó como instrumento de poder para apuntalar la hegemonía europea. Said, ve en el imaginario occidental sobre la civilización islámica un ejercicio de legitimación de poder, de autoafirmación de la superioridad de la cultura y la identidad europeas, muy alejado del análisis histórico-cultural serio.

La llamada teoría poscolonial somete a debate los mecanismos de dominación desplegados por las potencias occidentales y en especial la producción de conocimiento en los ámbitos académico, intelectual y cultural acerca de los países descolonizados. El ensayo de Said se centró en el orientalismo británico y francés que legitimaron sus imperios mediante empresas comerciales desde la época colonial. Otro tanto podría decirse de los Países Bajos y su imperio comercial, o de España y su retórica de la cristianización.

La perspectiva que tenían los pueblos orientales sobre Occidente era bien distinta. La amenaza invasora y colonizadora (en lo territorial-político, comercial y religioso), hizo que, por ejemplo, en Japón los emperadores y señores durante el Shogunato (s. XVI-XIX) siguieran una política de autarquía y aislacionismo, prohibiendo el comercio con Occidente (a excepción de los Países Bajos) por temor a ser colonizado social y culturalmente. La presión colonizadora de Occidente reforzó la reacción en Japón. Y eso mismo puede decirse de otras regiones de China, Indochina o India.

El arte, la ciencia y la cultura europeas fueron admiradas por la aristocracia y las élites sociales e intelectuales de la Rusia zarista. Escritores, músicos, filósofos, pintores ansiosos de libertad y cosmopolitismo. Sin embargo, la cultura política del pueblo ruso seguía siendo de sometimiento al poder. Numerosas aportaciones recientes de la eslavística analizan la perestroika -reforma liberalizadora de la economía iniciada por Mijaíl Gorbachov en los últimos años de la Unión Soviética para favorecer el desarrollo económico. Simultáneamente la glásnost iba encaminada a fomentar el pluralismo político, impulsar la libertad de prensa y expresión, el debate social. Si la perestroika acabó en manos de un grupo de oligarcas procedentes del poder soviético, la glásnost ha derivado en la persecución brutal de la disidencia.

Hay dos modelos extremos de cultura política: la del sometimiento a la autoridad del líder y del estado, y la que aspira a la participación de la población en las libertades y actividades cívicas. La primera opción se dio históricamente en regímenes totalitarios y populistas como la Rusia soviética o la España franquista.

La amenaza de la democracia occidental

Vemos que la construcción de Occidente como amenaza no es nueva y es útil como argumento para crear un enemigo y una unión emocional incondicional. Una parte de la sociedad rusa -y probablemente la cúpula militar- cree que siendo Rusia una nación inmensa y heterogénea, entre Oriente y Occidente, necesita un líder fuerte como Putin. En definitiva, es la continuidad frente a la amenaza del cambio, en este caso, la amenaza de la democracia occidental frente a la oligarquía. El pueblo se sometió históricamente a los zares, después al estalinismo y el aparato soviético, ahora a Putin. Una cultura política en torno al líder y el miedo a la disidencia y el control social; una noción contraria a la soberanía del pueblo, libertad de expresión y prensa, pluralismo político e ideológico, valores esenciales de la república.

En la cultura política rusa hay más continuidad que cambio. Fueron siglos de absolutismo zarista y de totalitarismo soviético. Para la Rusia zarista, la revolución bolchevique era una gran amenaza, pero también lo era la democracia occidental. La historia contemporánea no ha consolidado en Rusia una cultura política basada en prácticas democráticas. Algunos eslavistas sostienen que desde 1991, Rusia ha tratado de crear una nueva identidad nacional basada en una mezcla de zarismo, comunismo y estalinismo. Eso significaría que, a excepción de colectivos de artistas, intelectuales, profesionales, académicos, periodistas, la cultura política rusa sigue aferrada a los principios básicos del régimen soviético. Algunos eslavistas consideran que la experiencia de Yeltsin y su «democracia» privatizadora, la perversión de la perestroika y la glasnost durante la década de 1990 desprestigiaron el valor de la «democracia» y la «política» en la sociedad rusa. Occidente se ha construido dentro de Rusia como amenaza. La OTAN es un argumento.

Todo lo anterior tiene mucho que ver con la animadversión construida hacia Occidente y con la resistencia de las élites políticas, económicas y militares a perder el poder. Rusia se aferra a preservar su viejo modelo político totalitario de la contaminación democrática occidental, y en la frontera, los viejos aliados sufren las consecuencias.

Bibliografía

Denton, A. Russian Political Culture Since 1985 Geohistory, 2006.

Hahn, J. Continuity and Change in Russian Political Culture, Cambridge, 2009.

Needham, J. Science and civilization in China, Cambridge, 1956 -1995.

Rukavishnikov, V. The Russian Political Culture at the Beginning of the 21st century, México, 2007.

Said, E, Orientalism, New York, 1978.

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