Diario de Ibiza

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Memoria de la isla

Flashes de una bahía

Nuestra memoria afectiva retiene los paisajes de nuestra infancia y adolescencia que, por ser biográficos, nos explican y nos identifican, de aquí que percibamos su mutación como una amputación, como una pérdida sustantiva

L’Illa Plana ya no es una isla. JOSEP Mª SUBIRÀ

Después de leer a Kavafis, -«pide que tu camino sea largo, que sean muchas las mañanas de verano en las que puedas entrar con inmenso gozo y alegría en un puerto que no conocías»-, Porcel nos describe su llegada por mar a la isla: «Suposo que el poeta grec no va conèixer Ibiza. Jo he recorregut els ports del Mediterrani i és a l’Ibiza matinal i radiant on els seus versos cobren sentit. Fa anys que mantinc l’opinió que l’alba en el port d’Ibiza és un espectacle d’una importància radical». Me temo que Porcel, hoy, no diría lo mismo.

El lado sur del puerto que ocupan los viejos muelles y los Andenes, desde el codo de poniente a la plaça de sa Riba, apenas ha cambiado desde mediados del siglo pasado y, sin embargo, la bahía no se parece en nada a la que conocimos quienes tenemos ya cierta edad. Ha perdido el dilatado arco que tenía y el cemento ha cegado más y más el espejo del agua. La barrera de edificios construidos en su lado norte nos ha robado el paisaje del pla de Vila y la ordenada cuadrícula de acequias y huertos de ses Feixes, un insólito humedal que, por su situación, antigüedad y características, era posiblemente único en el Mediterráneo. Pero no quedó aquí el destrozo. La debacle final la hemos provocado hace sólo unos años en la dentellada que le hemos dado al antepuerto con las plataformas y los nuevos muelles.

En determinado momento fuimos conscientes de que la bahía se nos quedaba pequeña y nos faltaban amarres para las comunicaciones marítimas que exigía la isla. Recuerdo que don Camilo Cesáreo, Práctico entonces del puerto, -corrían los años 50-, ya advirtió en estos mismos papeles que tendríamos que hacer nuevos amarres en el antepuerto, cerrándolo con un dique que desde el faro de Botafoc apuntara a l’Illa Negra. En aquel momento, la propuesta pareció desmesurada y temeraria, pero de haberse ejecutado, tal vez hubieran podido salvarse los humedales de ses Feixes, un paisaje histórico que tenía un incuestionable valor medioambiental y patrimonial. Al final, ha llovido sobre mojado, porque después de dar al traste con el norte de la bahía y desfigurar el viejo puerto, se recuperó aquel proyecto de los nuevos muelles en el Botafoc y se desfiguraba también el antepuerto en una jugada que nos plantearon con descaro, sin disimulos: con el pretexto inapelable de la seguridad nos cerraron sine die los Andenes que luego, en una segunda tacada, se utilizaron como moneda de cambio: sólo los recuperaríamos como paseo si se construían las plataformas de Botafoc, a las que después se añadió el dique.

Plano de J. Ballester (1740) con las tres islas.

La regresión de la bahía

Siempre que subo al mirador de la Catedral, entre los antiguos edificios de la Universitat y la Curia, no puedo dejar de ver la regresión que ha sufrido la bahía. El problema no ha estado en los cambios naturales, casi imperceptibles por su lentitud, que según pasaba el tiempo provocaban los aportes de tierra y los temporales; el problema ha estado en los cambios que hemos introducido nosotros contra natura y con sorprendente aplicación. En menos de lo que dura la vida de un hombre hemos modificado el paisaje hasta hacerlo irreconocible. Un espacio prácticamente inalterado durante milenios, lo hemos puesto de revés en sólo unos años. Es una transformación que podemos seguir en cinco tiempos o momentos que aquí describo sucintamente y que el lector interesado puede visualizar en el extraordinario trabajo que tenemos en ‘Vila i ses feixes.Els camins de s’aigua», pgs. 19, 41, 87, 89, 141 y 234. (Gen/Cob , Ibiza, 2009). Es un ejercicio doloroso pero ilustrativo.

El paisaje más antiguo, anterior a toda memoria, sólo nos lo pueden recuperar los geólogos y los arqueólogos. Es el que en atrevida aproximación dibujan Horst D. Schulz y Gerta Maass-Lindemann, del Instituto Arqueológico alemán: una única bahía de doble ensenada –la del viejo puerto y Talamanca-, de más de 3 km en dirección NE/SW., arrancaba en la Punta des Andreus en dirección a Jesús, bajaba por la línea que hoy da la segunda ronda en dirección SE hasta can Misses, ocupaba es Pratet y cerraba por poniente la península del Puig de Vila; mar adentro y en el frontis de la doble bahía, perpendicular a ella y en dirección NW/SE.,como una flecha en el arco, había una única isla, alargada, de poco más de un kilómetro.

El segundo paisaje sería el que ya vieron los púnicos (s. VIII-VII aC) y era ya muy distinto: la gran isla, erosionada durante miles de años por los temporales queda ya troceada en tres islotes separados por estrechos freos; el mayor, que quedaba más al norte, puede que aún permitiera el paso de pequeñas naves entre las dos bahías, pero se iría colmatando con arenas y nos lo podríamos imaginar como el paso arenoso que separa actualmente el Espalmador de Formentera.

El tercer paisaje es el que nos ofrecen los mapas que ya en el siglo XVIII traza Juan Ballester de Zafra: la isla mayor, cuadrada y llana, -s’Illa Plana-, queda ya unida a tierra firme y separa las dos bahías que, por el aporte de tierras, siguen reduciendo su espejo de agua.

El cuarto paisaje lo tenemos, sólo cien años después, en las descripciones y dibujos que nos deja el Archiduque en Las Islas Pitiüsas. Sus noticias son importantes porque entre sus viajes, 1867, 1885 y 1898, el paisaje cambia con los diques que unen las 3 islas en un largo istmo que protege por levante los viejos muelles: «Hoy ya no existen los estrechos y poco profundos freos que cuando visité por primera vez las Pitiüsas separaban la costa de Ibiza de la Isla Plana, ésta de la Grossa y, a su vez, ésta de la de Botafoch; las obras emprendidas para mejorar las condiciones del puerto han hecho desaparecer los canales que separaban estas pequeñas porciones de tierra que han dejado de ser islas».

A partir de este momento ya estamos frente al quinto y último paisaje, el de la brutal mutación que en nuestros días han provocado las plataformas y el nuevo dique de Botafoc, borrando definitivamente el escenario histórico que muchos de nosotros llegamos a conocer y que no era muy diferente del que vieron los púnicos. La conclusión a la que llegamos es que hoy es imposible hacer la lectura que de nuestra historia nos daba el paisaje.

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