No pude acostumbrarme a la decrépita figura de sus últimos años. No me resignaba a verle deambulando sin rumbo por la calle que a ambos nos vio nacer. Le hablaba, trataba y respetaba como realmente le conocí: vigoroso, fuerte, intrépido, ejemplar. Esa es la palabra que lo define: ejemplar. Y ahora que se nos ha ido lo evoco como lo tengo grabado en mi memoria: recorriendo los campos de Sant Josep. De Cala d'Hort a Benimussa o de es Cubells a la Flota.

En mis oídos resuenan los aldabonazos a su puerta cuando, de madrugada, alguien solicitaba el viático. Tañía la campana y los vecinos del arrabal nos levantábamos y, arrodillados en los balcones de nuestras casas, no volvíamos a la cama hasta que no se viera el fanalillo o no se oyera la campanilla. Creo que hay una frase que dice: «Cuán sublimes son los pies de los que anuncian Mi mensaje». ¡Con cuánta exactitud puede aplicarse esta sentencia a mossènyer! Y no digamos aquella otra cita: «Me devora el interés por Tu casa». Don Pep ha sido el sacerdote de la parroquia que, hasta la fecha, más se ha preocupado por su iglesia.

Pero no fue este su único mérito. Aquí quedan per memòria la catequesis dominical, interrumpida por alguien que quería confesarse; sa missa cantada, sermó i processó pagades; la jornada del Domund con teatro incluido bajo los porches de la iglesia; el solemne y juvenil mes de María, que él iniciaba con su potente voz de exchantre cantando «Venid y vamos todos...». Las procesiones del Corpus, Cristo Rey y Corazón de Jesús. Las concurridísimas «misiones» cuaresmales; las procesiones de cap de mes, los rosarios de la aurora; la pascual salpassa con sus tradicionales obsequios de flaones y huevos; las populares subastas de trigo, embutidos y quesos a beneficio de las obras parroquiales o en sufragio de las almas de los difuntos y tantas otras actividades y buenas obras. Su voz potente seguirá llenando la amplia nave de mi bien amada iglesia parroquial; sus consejos guiando la vida de quienes tuvimos la suerte de tenerle como párroco.

Su recuerdo y su sombra seguirán vivos entre quienes lo conocimos, lo respetamos y lo quisimos. Con mossènyer Coques se nos ha ido un capítulo de la pequeña gran historia de Sant Josep. Pero nos queda, como consuelo, su memoria.