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Arte&letras

Ana María Matute, eterna infancia

Ana María Matute fue grande entre las grandes escritoras españolas gracias a que siempre, de niña hasta su vejez, conservó el espíritu y la visión con que los niños miran con asombro al mundo. ‘El libro de Ana María Matute’, de Blackie Books, lo cuenta todo

Ana María Matute, eterna infancia Francisco Millet Alcoba

Cuando Ana María Matute tenía cuatro años su padre le trajo un muñeco de Londres que los ingleses llamaban Golliwogg y Ana María en su lengua de trapo bautizó como Gorogó. Tenía la cara redonda y negra y vestía chaqué. Gorogó y Ana María pasaron juntos toda la vida. Ella lo llevaba a todas parte, era su amigo, el que nunca le traicionó. Gorogó tenía, como ella, el mismo asombro ante el mundo.

La pequeña historia se lee en ‘El libro de Ana María Matute’, una peculiar biografía de la escritora, recopilada por Jorge de Cascante y publicada por Blackie Books, que refleja de modo casi fotográfico como era el mundo interior de Ana María Matute que siempre se rigió con el espíritu de una larga infancia que, como Wendy, mantuvo hasta el final.

El libro es un gran espacio en el que habitan la literatura y la vida de la Matute, dice su autor, Jorge de Cascante, y tiene el objetivo de aspirar a ofrecer una perspectiva que nos acerque a la realidad de la escritora. Esta antología sobre la Matute se construye en parte con palabras de ella, recuperando citas de entrevistas, de conferencias, de cartas, o de prólogos, así como de páginas de su diario. También con decenas de fotos familiares y sociales, y de sus propios dibujos. Todo con el afán de despertar el afán de leer sus libros.

Junto a su biografía hay otras cuarenta y cinco escenas biográfica, que funcionan por sí solas, como la pequeña historia de su amigo Gorogó, o la de El Malo, como llamó a su primer marido.

Antes y después, su obra fue siempre una denuncia y una crítica feroz a la hipocresía social reinante, a la injusticia y deshumanización del mundo

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La primera etapa de la obra de Matute, cuenta Cascante, hasta su depresión a principios de los setenta, que la tuvo veinte años sin escribir, está marcada por un realismo trufado de fantasía. Ahí están ‘Pequeño teatro’, ‘Los Abel’, ‘Primera memoria’ o ‘Los hijos muertos’. Pero tras superar la depresión y volver a escribir, su narrativa da un giro de timón y se centra del todo en la fantasía, aunque ella la llamaba literatura mágica, dejando al realismo como un invitado menor. De esta segunda etapa salieron novelas magistrales como ‘Olvidado rey Gudú’, ‘Aranmanoth’ o ‘Paraíso inhabitado’.

Antes y después, su obra fue siempre una denuncia y una crítica feroz a la hipocresía social reinante, a la injusticia y deshumanización del mundo, y apela siempre a una moral natural que combata esas desigualdades. Por eso sus obras tienen un sello de crudeza y salvaje.

Dos sucesos marcan su infancia y su literatura posterior. Con tres a años, su niñera Anastasia les lee a ella y sus hermanos cuentos de Andersen, de los hermanos Grimm, de Perrault, con los que llena su cabeza de historias que desea contar. Luego, con cinco años, cayó gravemente enferma y estuvo a punto de morir por una infección renal. Se repuso en casa de los abuelos maternos, en el pueblo riojano de Mansilla de la Sierra. Allí conoció una realidad y unas gentes distintas donde la aventura, el medio ambiente y la gente sencilla del pueblo fueron determinante en su obra. Años después, las obras de construcción de un pantano obligaron a inundar aquel pueblo para siempre.

A mediados de los setenta cae en una depresión tremenda e inexplicable que le tiene más de veinte años sin escribir ni publicar. Pero también lo superó.

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En su vida también fue crucial su profesora María Jesús, que le cambió la vida cuando era profesora de Literatura, en los años de la República. Ella intuyó que tras esa niña tartamuda se escondía una timidez que había que eliminar. Le ayudó a ello y sobre todo le descubrió a Alberti y a García Lorca. Cuando empezó la guerra María Jesús se exilió. «Fue clave para mí, me cambió la vida y nunca pude agradecérselo», recordó siempre.

Un marido vividor

Lo pasó muy mal con su primer marido Ramón Eugenio de Goicoechea, un vividor. Con él vivió los peores años de su vida. No trabajaba, llenó el matrimonio de deudas y de precariedad total. Para sobrevivir ella y su hijo, que nació en el 56, escribía cuentos semanales para la revista Garbo. Se separó en 1963 y por ley perdió la custodia de su hijo, que recuperó pocos años después.

Al año de separarse conoció al gran amor de su vida, Julio Brocard ‘El Bueno’. Como era muy discreto y se negaba a hacerse fotos, durante casi treinta años, Ana María tuvo en su mesilla una foto de Paul Newman pues, según ella, Julio era «clavadito» al actor.

Luego a mediados de los setenta cae en una depresión tremenda e inexplicable que le tiene más de veinte años sin escribir ni publicar. Pero también lo superó.

«No tenía motivo. Había recuperado a mi hijo, tenía éxito, mis libros se traducían, viajaba con mi gran amor, no me sucedía nada malo y de repente me encontré soplando en el vacío». Le duró tres años, pero aún estuvo casi veinte sin escribir, apartada de la vida. Fue en esos años cuando comenzó sus viajes y estancias en EEUU invitada como profesora por varias universidades en Oklahoma, en Virginia (Charlostteville) , Indiana, Milwaukee.

En los años siguientes terminó de recoger los frutos de su extraordinaria carrera literaria con el Premio Nacional de las Letras Españolas, o el Premio Miguel de Cervantes. El Premio Nadal o el Planeta también figuran en su gran currículum.

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