«'Carthago. El mito inmortal' es una ocasión más, para el Parque Arqueológico del Coliseo, de presentar al público aspectos importantes de la historia antigua del Mediterráneo, y el encuentro entre las diversas culturas establecidas a lo largo de sus orillas». Con este párrafo comienza la introducción del catálogo de la exposición 'Carthago. El mito inmortal' que alberga el parque arqueológico del Coliseo de Roma hasta el próximo 29 de marzo.

Son palabras de Alfonsina Ruso, directora del parque y una de las cuatro comisarias de la muestra, que cuenta con 27 piezas cedidas por el Museo Monográfico y Necrópolis Púnica de Puig des Molins. «Para ser un museo español y de un sitio tan pequeño como es Ibiza, 27 son muchas piezas», explica Maria Bofill, conservadora de la Necrópolis, y añade: «Nosotros hemos cedido 27 piezas, pero no son las únicas procedentes de Ibiza, porque hay tres que aporta el Museo de Arqueología de Cataluña y una de las que cede el Museo Arqueológico Nacional, que también son de Ibiza», explica.

Tras la caída de Tiro, la ciudad más importante del mundo fenicio, Cartago se independiza y desarrolla un poderoso estado que llega a rivalizar con griegos y romanos. Parte de ese desarrollo fue la antigua ciudad-estado de Ibiza, Aybosim, que según las crónicas se fundó en el 654 a. de C.

La exposición hace un recorrido por toda su historia, desde su fundación hasta la Cartago romana y cristiana, tratando múltiples aspectos con más de 400 piezas. La ciudad cayó en el 146 a. de C. al final de la tercera guerra púnica y fue destruida por los romanos. Sin embargo, no se destruyó todo, tal y como explica Bofill: «Gracias a las excavaciones arqueológicas que se han hecho desde finales del siglo XIX está saliendo a la luz la Cartago púnica. Una de las características de esta exposición es que se muestra la visión que de ella tenían los romanos. No sólo como enemigo temido, sino como enemigo admirado» .

«Mientras que el aspecto predominante de las relaciones entre estas dos ciudades en los relatos históricos modernos se centra en los acontecimientos de las guerras púnicas y en el carácter emblemático de Aníbal, la investigación arqueológica pone de relieve las relaciones mucho más complejas entre las dos metrópolis, marcadas también por momentos de diálogo y tratos comerciales especialmente importantes», aclara Ruso en su texto de introducción a la exposición.

El mito de Cartago

Durante el siglo XX la historia de Cartago estuvo rodeada de cierto halo de misterio. Se creó un mito alrededor de su potencia comercial y militar y la influencia que tuvo en el mundo antiguo. Así lo explican los cuatro comisarios de la exposición, Alfonsina Ruso, Francesca Guarneri, Paolo Xella y el español José Ángel Zamora López: «Aún hoy en día, el propio nombre de Cartago evoca una civilización exótica, un extranjero alarmante, un enemigo temible: algo completamente diferente. Esta es una visión que el mundo moderno ha heredado de la tradición clásica. De hecho, nuestra información sobre la historia de Cartago proviene principalmente de los autores latinos, que la hicieron parte de su propia historia, que han transmitido su punto de vista».

Entonces, el más conocido intento de conquista de Roma por parte cartaginesa fue el de Aníbal Barca, considerado un gran estratega militar. Su intento, aunque notable, no tuvo el éxito que buscaba.

Sin embargo, más de dos mil años después, Cartago y su cultura han conquistado Roma con una exposición en uno de los máximos exponentes del poder de la Roma imperial, el Coliseo. Y como en la antigüedad, Ibiza o Aybosim contribuye a tal empresa. Hace dos mil años enviando tropas y ahora piezas arqueológicas.

Benjamí Costa, director del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera (MAEF), narra uno de esos episodios militares en el artículo que escribió para esta exposición y en el que explica la historia púnica de la isla: «Durante la Segunda Guerra Púnica, Ibiza se mantuvo fiel a los cartagineses, sufriendo un intento fallido de conquista por parte de la flota romana en el año 217 a. de C. En esta coyuntura, las islas Balears enviaron emisarios a Escipión para pedir la paz. En el año 206 a. de C. la flota de Magón llegó al puerto de Ibiza. Tras perder los territorios ibéricos y después de que Cádiz cerrara sus puertas, se retiró a invernar a las islas y reclutó nuevos mercenarios: Ibiza recibió la flota amistosamente y proporcionó suministros».

Maria Bofill fue, en septiembre de 2019, el correo del museo ibicenco. Es decir, ella fue la encargada de viajar hasta Roma con las piezas y asegurarse de que estaban en condiciones antes de entregárselas a los responsables de la exposición. «El montaje fue algo increíble, lo tenían todo programado y pautado con un horario exhaustivo de lo que teníamos que hacer. Además,me impresionó bastante la figura del arquitecto, porque allí la costumbre es que el que coloca las piezas sea un arquitecto, no un arqueólogo o historiador. Fue curioso, pero aquel hombre era un perfeccionista y puso todas las piezas él personalmente, siempre buscando el consentimiento del correo. Yo creo que no durmió nada en los días que estuvimos montando la muestra», recuerda Bofill.

Pero el proceso comenzó meses antes con la petición de las piezas que los responsables de la exposición solicitaron al museo ibicenco. «Cuando recibimos la lista de piezas que pedían, lo primero que hicimos fue comprobar que esas piezas pueden viajar. Lo peor para una pieza es que le cambies su estabilidad. Una pieza arqueológica de 2.400 años quiere estabilidad de humedad, de temperatura, que no la muevas mucho. Con lo cual no puede ir cualquier pieza, se mandan las que están muy estables y con las que no se corra ningún riesgo. Lo primero es la seguridad de las piezas. Del listado inicial se cambió alguna, pero también se propusieron algunas nuevas que podían aportar cosas a la muestra, aunque básicamente se cedió lo que nos pidieron», explica Bofill.

Las 27 piezas que el museo cedió con los permisos pertinentes, proceden de cuatro yacimientos diferentes de la isla de Ibiza. Hay piezas de la necrópolis, una Tanit de la cueva de es Culleram y otra pieza de s'Illa Plana «para el apartado que habla de la religión y los cultos», además de otra de la necrópolis rural de sa Barda, en Sant Agustí. Por tanto, 24 piezas proceden de es Puig des Molins, con lo que hay una gran presencia del mundo funerario fenicio-púnico.

Entre las 27 piezas destacan varias de joyería en oro. Un colgante que representa una crisálida, un anillo con un prótomo o altorrelieve de caballo, un arete para la nariz. También se enviaron dos huevos de avestruz decorados, uno casi entero y otro convertido en copa, varias terracotas de Puig des Molins, s'Illa Plana y es Culleram; ungüentarios de pasta vítrea, que están colocados junto a las cabezas escogidas como portada del catálogo, un colgante con cuentas de piedras preciosas y el ajuar completo del hipogeo 27.

La muestra cuenta con piezas cedidas por veinte museos e instituciones italianos, un museo alemán, otro de Malta, seis españoles, uno de Líbano y otros seis de Túnez, país en el que están los restos de Cartago.

La muestra se inauguró el 30 de septiembre de 2019 y estará abierta hasta el 29 de marzo de este año, seis meses en los que pueden pasar por el Coliseo unos 2,5 millones de visitantes (recibe alrededor de 5 millones al año). Esto supone unos 30.000 visitantes diarios, que se reparten en diez visitas de 3.000 personas como máximo de una vez.

Tal es el detalle al que llega esta exposición que otro arqueólogo ibicenco, Joan Ramon Torres, aporta un detallado artículo acerca de las ánforas púnicas, sus características y diferencias con las de otros pueblos coetáneos. Ramon, autor de multitud de textos sobre la época púnica y responsable de la excavación del poblado fenicio de sa Caleta -primer asentamiento en la isla-, destaca entre todo lo que se sabe de las ánforas fenicio-púnicas algunas cosas que no se conocen: «Después de muchas décadas de investigación, todavía no está completamente claro qué productos transportaban las ánforas cartaginesas. Aunque probablemente no todos los tipos contenían el mismo producto, el vino debió ser uno de los contenidos principales. Otros, sin pretender ser exhaustivos, podrían haber sido el aceite, las conservas de pescado o de carne».