Desde el aire, de Oeste a Este, su agreste morfología recuerda a un dragón dormido en el agua, mostrando su lomo de dinosaurio antiguo sobre la superficie azul. Como si un día fuera a despertar y a mostrar su verdadero poder. Desde tierra, desde las costas de Cala d'Hort, su silueta de montaña del Cretácico se ha convertido en un símbolo internacional mil veces interpretado en libros, postales, fotografías y cuadros, repetido tantas veces que, a menudo, a los ibicencos nos cuesta dios y ayuda encontrar es Vedrà, el verdadero, el nuestro, detrás de la leyenda y de la publicidad.

En realidad, es Vedrà es una pequeña y escarpada isla a 1.900 metros de la costa de Ibiza que, a pesar de su reducido tamaño y de su austera y pedregosa configuración, conserva valores naturales como solo las islas saben atesorar. Es Vedrà y el contiguo islote de es Vedranell, con 79,30 hectáreas de superficie entre los dos, conforman una reserva natural de ámbito marítimoterrestre, lo que significa que sus valores biológicos merecedores de protección se extienden por tierra y mar; y aire si tenemos en cuenta que muchos de ellos son aves.

Los islotes están incluidos en la Red Natura 2000 y cuentan con el amparo que les otorgan las figuras de protección LIC (Lugar de Importancia Comunitaria) y ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves), además de haber sido incluidos, en el año 1991, en la ley autonómica por la que se definieron las ANEI (Área Natural de Especial Interés) de Baleares. Ya en 2002 se declaró (Decreto 24/2002, de 15 de febrero) el parque natural de cala d'Hort, cap Llentrisca i sa Talaia, así como las reservas naturales de es Vedrà y es Vedranell y de los islotes de Poniente.

Y cierto es que, más allá de los datos técnicos, la espléndida y popular roca esconde misterios en sus ángulos, pero son misterios muy terrenales. El primero de ellos es el origen incierto de su rotundo nombre bisílabo. Una de las hipótesis indica que la denominación podría provenir del latín 'Veteranus', por la posibilidad de que alguien viera en su silueta a un soldado vigilante; la segunda de las tesis más difundidas apunta a la palabra 'Vitrare', derivada de 'vitre' (vidrio), y se explicaría por los reflejos brillantes que las olas originan al romper contra sus orillas. Sin embargo, la hipótesis más verosímil, la que actualmente tiene mayor aceptación y que demostraría que las respuestas más sencillas suelen ser las verdaderas, indica que Vedrà proviene del adjetivo 'Petranu', que hace referencia a sus peñascos, a un lugar enriscado. Así de elemental.

Ascenso a los Picatxos

Ascenso a los PicatxosTambién podríamos considerar un misterio mundano el hecho de que se establezca el año 1950 como el primero en el que la cima del coloso fue escalada, una curiosa proeza que incluso periódicos nacionales destacaron en sus páginas como un verdadero hito del montañismo patrio. Curiosa proeza porque la magnificencia de es Vedrà no es una cuestión de altura, ya que sus dos cotas más elevadas, el Picatxo de Tramuntana y el Picatxo de Migjorn, se elevan a 382 y 381 metros sobre el nivel del mar y es improbable que no fuera coronado en más de una ocasión antes de esa fecha.

Las crestas de es Vedrà, el lomo del dragón, no resultan una escalada excesivamente arriesgada, pero los montañeros catalanes que alcanzaron la cima en 1950, en dos horas y media, aseguraron que no había registro alguno de anteriores ascensos. Y, en lo alto de la loma, en una explanada a la que llamaban sa Pastora, plantaron un banderín y enterraron un bote de cinc con un improvisado mensaje de saludo a todos los montañeros españoles. Los alpinistas catalanes, eso sí, se enfrentaron con su hazaña a la leyenda que aseguraba que quienes lograran alcanzar la cima de es Vedrà cambiarían automáticamente de sexo. Que se sepa, los dos hombres siguieron siendo hombres al regresar a su tierra.

Por otra parte, se antoja difícil considerar tal ascenso una proeza porque, un siglo antes, el islote tuvo un ilustre habitante, el padre Palau, que, cabe dar por hecho, recorrió cada rincón del territorio en los intermitentes periodos de retiro espiritual que en él pasó. De hecho, la cueva que habitaba se encuentra ya en la zona más elevada del monte, y junto a los picatxos plantó una cruz de madera que tiempo después, en la misma década en la que los montañeros catalanes marcaron su hazaña, fue sustituida por una de hierro por el Club de los Muchachos del padre Morey. El padre carmelita Francisco Palau viene a ser el nexo entre la historia de es Vedrà y su mitología.

Desterrado a Ibiza por las autoridades de Barcelona en 1854, Palau encontró en es Cubells una nueva misión apostólica y en el islote, «que se levanta desde el profundo de las aguas hasta el cielo», su templo privado en el que establecer contacto con Dios y con la Virgen María. Al parecer, sus experiencias místicas solían tener como protagonista la presencia de una mujer a la que llamaba 'la Mujer del Cordero'. «Desde mi último retiro en el Vedrà, he quedado tan recogido interiormente, que me es horrible tener que tratar con gente aunque sea santa», dejó escrito el ermitaño del islote.

No hay corderos en el lomo del dragón. Pero había ya cabras cuando el padre Palau lo convirtió en su Monte Carmelo. Ya en el siglo XX, las cabras de es Vedrà, reintroducidas en el 92 tras dos décadas sin ellas, se revelaron como una amenaza para la supervivencia de la importante flora que crece en las condiciones especiales de los peñascos. El problema cobró nueva dimensión cuando los islotes se declararon reserva natural. Finalmente, en 2016, el Govern balear decidió acabar con los animales de la manera más rápida y más sencilla; a tiros. Aunque algunas sobrevivieron.

La matanza de cabras sintonizó bien con la parte de misticismo que empaña la historia del islote causando cierta bruma de confusión. Y así, una forma de control biológico que, con cierta habitualidad y sin ruido, se usa en otros lugares del país se convirtió en polémica noticia internacional. Sangre sobre es Vedrà. Una decisión discutible y terrenal transfigurada en sacrilegio en tierra divina.

Los halcones de Bestorre

Los halcones de BestorreEs sorprendente el número de plantas que pueden encontrarse en tan rocoso terreno; un total de 116 especies entre las que destaca una docena de endemismos como la manzanilla de es Vedrà (Santolina chamaecyparissus ssp. vedranensis). Tiene, asimismo, el islote su propia variedad de lagartija pitiusa (Podarcis pityusensis vedrae) y una subespecie de caracol (Trochoidea ebusitana vedrae). Pequeñas y discretas joyas de la biodiversidad que, sin embargo, no pueden competir con la llamativa presencia de colonias de cormoranes (Phalacrocorax aristotelis), gaviota de Audouin (Larus audouinii), pardela balear (Puffinus mauretanicus) y halcón de Eleonora (Falco eleonorae). En la oscura, imponente e inexpugnable peña de sa Bestorre, en la cola del dragón, los halcones han encontrado un lugar seguro en el que vivir, su Alamut particular sobre el mundo. Siempre hay halcones en las grietas y cuevas de sa Bestorre, halcones que sobrevuelan las barcas de los pescadores y de los submarinistas que también allí han hallado su propia fórmula para enamorarse de es Vedrà, de su parte que no aparece en las postales pero que tampoco escapa a la fuerza del misterio, al mito de una isla en un triángulo de silencio en el que vienen a confluir todas las teorías paranormales del mundo.

Ni fuerzas extrañas inutilizan el sistema de navegación de sus lanchas o sus ordenadores de buceo ni han visto bases de ovnis en las profundidades y luces enigmáticas iluminando el azul, como narran algunos de los mitos que sobre el lugar existen. Bajo la superficie, donde el islote se extiende hasta 50 metros de profundidad, los buceadores constatan que las maravillas de es Vedrà siguen siendo todas de este mundo.

Y en el Cap de sa Bestorre, mirando hacia el ancho mar que se extiende hacia el Suroeste, hay un pequeño faro, el más desconocido y más modesto de los faros pitiusos. De hecho, fue inaugurado en los años 20 como una baliza y sólo pasó a ser oficialmente un faro en 1971, cuando aumentó su alcance luminoso gracias a un mejor equipo óptico-luminoso. Su luz, con destellos aislados cada 5 segundos, informa de la presencia de la roca hasta una distancia de 11 millas náuticas. Y esas son las únicas luces de es Vedrà; también resultan ser muy terrenales.

Es Vedrà y es Vedranell son trozos separados de Ibiza, de la Punta de l'Oliva y de los acantilados de Cap des Jueu, hace 10.000 años, debido a los cambios en el nivel del mar y en tiempos en los que el ser humano aún convivía con el Mamut. Más tarde, nuevas fragmentaciones dieron lugar al pequeño islote de sa Galera y a una serie de esculls como es Mac des Porxos o es Mac des Sec. Y el resto es historia. Y también mito. Miles de imágenes para una sola roca. El islote como símbolo ha traspasado, para bien y a menudo para mal, la cultura popular de la isla y de sus habitantes, también de sus propios mitos, casi olvidados entre tanta confusión esotérica. El gigante de es Vedrà, aquel al que le gustaba comer pulpos, ha sido canjeado por un extraterrestre luminoso en un mercadillo pseudohippy.

(Este reportaje forma parte del Atlas de las Islas Menores que prepara Le Conservatoire du Littoral, un organismo estatal francés para la preservación del patrimonio y el paisaje costero).