No es lo mismo el dolor que el sufrimiento, aseguran los expertos en mindfulness. El dolor es sencillamente una sensación de nuestro cuerpo físico-emocional que nos resulta molesta en mayor o menor grado, razón por la que habitualmente nos resistimos a ella: no queremos sentirla. Normalmente consiste en una experiencia transitoria, cambiante, que se diluye si la abrazamos y permitimos.

El sufrimiento, por el contrario, puede alargarse indefinidamente: depende de nosotros crearlo o ponerle fin por medio de la aceptación, ya que se produce cuando nuestro pensamiento se resiste a una sensación que considera molesta. Cuando nuestro ego (la identificación con una idea del ´yo´ que es mental) entiende que una circunstancia es negativa, intenta resolverla y se resiste a aceptarla. Pero al resistirnos al dolor, lo perpetuamos sin darnos cuenta. En esto consiste el sufrimiento.

Los budistas afirman que todo aquello que aparece en nuestra consciencia forma parte esencial de quienes somos, a pesar de que el ego considera que estamos separados del mundo externo. La mente egoíca, es decir nuestra identificación con el pensamiento, insiste en creer que tú y yo, el cuerpo y el entorno circundante, son entidades independientes. Sin embargo, los expertos en mindfulness insisten en que esto no es así: sujeto y realidad no existen por separado; somos todo aquello que percibimos aunque nuestro pensamiento nos diga lo contrario. En otras palabras, somos el espacio o consciencia donde suceden los contenidos, más que las sensaciones y pensamientos que emanan en ese espacio.

Es por esto que, cuando rechazamos un fenómeno de nuestra realidad, ya sea una sensación de nuestro cuerpo, un pensamiento o una circunstancia externa, estamos rechazándonos a nosotros mismos sin darnos cuenta. El rechazo siempre es propio, siempre va dirigido hacia uno mismo. Y esa resistencia nos lleva a sufrir y a prolongar el dolor de manera innecesaria.

A medida que profundizamos en la práctica de la meditación y aprendemos a observar los contenidos que surgen en nuestra consciencia, se produce una desidentificación del ego: entendemos que no somos nuestros pensamientos. Surge entonces la distancia necesaria para abrazar y permitir todo lo que es nuestra vida. En ello reside la importancia de prestar atención plena al presente y de cultivar la aceptación: cada vez que apreciamos el presente, ejercitamos y fortalecemos nuestra capacidad de amar la vida. La práctica de mindfulness consigue que el agradecimiento se convierta en un hábito.

Para poder ilustrar la naturaleza de la realidad, algunos sabios milenarios han recurrido a la siguiente metáfora: dicen que nuestro presente -unas veces molesto y otras placentero- desea brotar en la consciencia para después poder diluirse como nubes que pasan, como el fenómeno cambiantes que es. Los contenidos de la atención o consciencia son transitorios, pero si los obstruimos se estancan y aguardan el tiempo que haga falta para poder salir a la luz y ser aceptados. A veces reaparecen por medio de reacciones psicosomáticas: el dolor que no nos permitimos sentir emerge tarde o temprano, ya sea por medio de una enfermedad física o de un bloqueo emocional que solo se diluye cuando permitimos que llegue a nuestra consciencia, cuando dejamos de reprimirlo.

Si damos cabida al dolor y lo permitimos, ponemos fin al sufrimiento: la molestia sana lo mismo que una persona herida a la que escuchamos y aceptamos tal como es, sin querer cambiarla. La atención consciente, el aprecio, constituye la forma de amor más poderosa del mundo. Por eso el mindfulness desarrolla la gratitud y la compasión, como se ha demostrado en los departamentos de investigación científica de Harvard y Stanford.

Hay que escuchar al cuerpo

Hay que escuchar al cuerpoResulta por tanto fundamental aprender a escuchar al cuerpo, que suele tensarse cuando incurrimos en autoexigencias, rigidez emocional y rechazo de la realidad. Uno de los ejercicios más empleados en la práctica de mindfulness consiste precisamente en sentir nuestro organismo desde los pies a la cabeza, en recorrerlo progresiva y lentamente al dirigir nuestra atención a cada zona, paso a paso. Cuando practicamos este ejercicio, muchas molestias físicas que antes nos pasaban desapercibidos brotan y se curan, gracias al amor que les concedemos por medio de la aceptación.

Esta reconocida técnica, denominada «escáner corporal», es la base del famoso Programa de Reducción de Estrés diseñado por la Universidad de Massachusetts (MBSR), un curso de ocho semanas convertido en un referente mundial tras ser avalado por el Instituto Nacional de Salud de EE. UU. Aunque actualmente se ha popularizado internacionalmente por sus demostrados beneficios a corto plazo, en sus orígenes se ideó para ayudar a personas con dolores crónicos y estrés. Los neurocientíficos responsables de idear el programa demostraron que es posible aliviar el dolor por medio de la aceptación y la atención dirigida, en un corto periodo de tiempo.

Cuidado, existe un malentendido muy común entre los principiantes: la aceptación no consiste en juzgar lo que estamos sintiendo en el presente. No es lo mismo pensar en el «ahora» que sentirlo momento a momento por medio de la atención. Cuando estamos pensando (intentando comprender por qué sucede una circunstancia o quién es su responsable, por ejemplo) no podemos sentir. Para sentir es necesario posar la atención en el foco de la sensación, situando toda nuestra consciencia allí, en lugar de intentar comprender su origen, de valorarla como buena o mala, de imaginar en qué puede convertirse, etc.

No es posible sentir el cuerpo, ni apreciar el entorno atentamente, mientras estamos pensando: la aceptación no es un proceso del pensamiento, sino de los sentidos y de la atención. Consiste en sentir plenamente dejando de lado los juicios.