Llevaba gafas cuando la estatua se inauguró, el 5 de agosto del 80, pero no permanecieron en su sitio ni 24 horas. «Al día siguiente se le cayeron», explica el arquitecto Elías Torres, que recuerda cómo se gestó el monumento a Isidor Macabich mientras se estaban configurando los jardines de sa Carrossa y que confiesa que esos lentes desaparecidos, sin los que resulta difícil recordar a Macabich para quienes lo conocieron, los ha guardado él todos estos años, por si algún día hubiera que volver a ponérselos a la imagen en bronce.

Lo cierto es que sin ellos, sin sus lentes, este Isidor Macabich oscuro de piel y hábito muestra cierta expresión de desconcierto bajo su sombrero de prelado del Papa, como si no acabara de comprender las transformaciones que ha experimentado y también padecido la isla por la que tanto trabajó, como si no entendiera a los aspirantes a vándalos que alguna vez osan pintarle la cara ni a los muchos turistas que se acercan a saludarlo, que a veces se sientan a su lado y que se hacen fotos con él sin saber exactamente de quién se trata ni el afecto que sus conciudadanos le tributan. Junto a él, a decir verdad, una placa resume en tres líneas su biografía y en ella puede leerse uno de sus poemas, uno dedicado a un eucaliptus, cualquiera de los que hay en sa Carrossa y a cuya sombra él solía sentarse.

Se gestó en los 70

Se gestó en los 70La estatua en homenaje al incansable historiador, eclesiástico y escritor empezó a cobrar forma en los años 70 y fue Elías Torres quien propuso al escultor madrileño Francisco López, recientemente fallecido, para llevar a cabo la empresa. Costó algo más de un millón de pesetas e incluso se creó la Comisión Pro Monumento a Isidoro Macabich para reunir la suma, a la que contribuyeron instituciones, entidades y particulares. Francisco López no conoció a Macabich en vida, así que trabajó con fotos suyas y con la colaboración de Torres para conseguir dar forma a una obra que fuera fiel al recuerdo del prohombre pitiuso. «Había que pensar en muchos detalles, como si había que representarlo con la capa que Macabich siempre llevaba. Y teníamos dudas de si hacerlo de pie o sentado», rememora Elías Torres. Finalmente, Macabich está acertadamente sentado en un banco, con un libro abierto a su lado, lo que confiere a su imagen cierta condición de eternidad e inmutabilidad, como si fuera a quedarse siempre en ese preciso lugar del mundo, como si nunca hubiera querido estar en ninguna otra parte.

El día en el que, finalmente, la estatua se inauguró, coincidiendo con el I Congrés de Cultura Pitiusa, soltaron palomas en los jardines inacabados de sa Carrossa. Cuando se descubrió la estatua, que habían cubierto con múltiples piezas de tela blanca, azul y roja, creando una especie de tipi, hubo ball pagès, poemas y discursos. Y el profesor Isidor Marí, uno de los que intervinieron durante el acto, recordó que era fácil imaginar a su tocayo leyendo su breviario en aquel mismo lugar, y aludió a su compromiso, «que todos podemos asumir», de luchar «por un pueblo libre y digno que mantenga su personalidad en el marco de las tierras baleares, catalanas y españolas, al tiempo que avanza decidido a un futuro de plenitud». Más de cuatro décadas después de la muerte del historiador, casi eterno en sa Carrossa, la lucha continúa.