«Se está perdiendo nuestra historia agraria». Josep Lluís Juan, técnico de Promoción Agroalimentaria del Consell de Ibiza, advierte de que en un plazo de entre «cinco y diez años» se pueden perder buena parte de los almendros de la isla y todos los del Pla de Corona, una de las estampas más características del campo de la isla cuando explota en febrero su floración. En cinco años se ha perdido casi un 30% de la superficie de cultivo de almendros en Ibiza, según los datos de la conselleria balear de Agricultura.

En 2015, en Ibiza había 332 hectáreas de almendros, con una producción de 154 toneladas, mientras que cinco años antes la superficie alcanzaba un total de 462 hectáreas (115 toneladas de frutos se recogieron ese año).

Aparte de la aún desconocida incidencia de la 'Xylella fastidiosa', el problema de este cultivo es el final de su ciclo vital, agravado por los últimos tres años de sequía extrema, y la falta de renovación. Un almendro puede vivir entre 70 y 80 años y desde hace 40 años no ha habido nuevas plantaciones. «Todos los árboles están en el límite de su vida útil, se están muriendo. Si no se hacen nuevas plantaciones en cinco o 10 años no se verá la floración de Corona», alerta Juan.

El Consell prevé un proyecto piloto de nuevas plantaciones en el Pla de Corona para recuperar este cultivo con la idea de que sea «sostenible económicamente» y de mantener las variedades autóctonas, pero la aparición de la 'Xylella fastidiosa' puede echarlo al traste.

Antiguamente, la cosecha de almendra de la isla llegó a alcanzar una producción de 1.000 toneladas. En 1842 el diario Correo Nacional ya hacía referencia de una de las variedades únicas de almendra de la isla, la mollar (fita), que se exportaba fuera de la isla. Juan explica que las variedades tradicionales más preciadas eran antiguamente las fites, la pau (dura pero de muy buen gusto y que se utilizaba para elaborar la salsa de Nadal), la espineta en el Pla de Corona (la más valorada allí, también para la salsa), así como las mollarisques, que se abren con los dedos. «Son variedades únicas reconocidas por una calidad excelente que no se encuentran en nuestro entorno [Mallorca o Valencia] y muy preciadas por su dulzura», explica Juan.

Producción de «miseria»

La regresión es tal que en los últimos años lo que se considera una producción normal se sitúa en las 70 toneladas, lo cual es «una miseria», apunta Juan. Pero la última cosecha se ha quedado sólo en 24 toneladas, un balance «pésimo», según el gerente de la cooperativa de Sant Antoni, Juan Antonio Prats.

La ingeniera agrónoma de la cooperativa, Alicia Morales, asegura que el almendro se ha convertido en un cultivo «marginal», aunque no se muestra tan pesimista. «No me aventuraría a prever un cambio tan drástico ni a dar una fecha [sobre su final]», apunta.

El técnico de Promoción Agroalimentaria atribuye el retroceso del cultivo del almendro a «la falta de rentabilidad de su producción» y, sobre todo, «a la falta de payeses». «No es un problema de subvenciones. Un payés profesional que quiera ganarse la vida no lo hará con almendros, sino con el cultivo de productos de huerta». Se podría sacar provecho del cultivo de este fruto seco con la explotación de una extensión de entre 20 y 30 hectáreas, pero «una persona que disponga de agua y dos hectáreas, se ganará mejor la vida con la huerta».

El cultivo del almendro ahora es «rentable». De hecho, en la Península hay un boomde almendros (de riego, no de secano como en la isla) para tratar de cubrir la demanda de un mercado que ha quedado algo desabastecido, lo que ha incrementado los precios. Pero el técnico del Consell apunta que el mercado a granel de la isla es «una ruina» ya que no puede competir con Estados Unidos. Por ello, Juan apunta que la solución es apostar por un producto diferenciado, de calidad, como la marca Ametlla d'Eivissa.

Los olivos se triplican

Esto es precisamente lo que se ha hecho con la producción de aceite local, recuerda Juan. En el mismo periodo que se ha reducido en un 30% la superficie de almendros, se ha triplicado la de olivos, pasando de 32 hectáreas y 9,6 toneladas de cosecha en 2010 a 96 hectáreas y 542 toneladas en 2015.

Juan considera, a modo de opinión personal, que ha llegado el momento de que toda la riqueza que el turismo ha traído a la isla revierta para mantener «la historia agraria de la isla», y con ello su paisaje. «No tenemos 10 años para hacerlo», advierte.