El próximo 25 de enero, Lucas, un hermoso mastín del Pirineo, cumplirá 10 años. Pesa 82,5 kilos y hace que todos los demás canes que esperan la bendición del obispo en la festividad de Sant Antoni parezcan diminutos. Los niños se lo comen con los ojos y su dueño, Carlos Mir, les invita a tocarlo. «Es muy bueno. No le doy pienso sino arroz y carne y va aguantando, aunque sufre bastante de la espalda», explica, un poco preocupado, porque al animal se le empieza a notar que se está haciendo mayor. Para aguantar año a año con buena salud lo lleva siempre a bendecir a Sant Antoni. Ayer, el obispo Vicente Juan Segura, en deferencia a su gran tamaño, le obsequió con una buena ración de agua bendita, que el can recibió sin inmutarse.

A pocos metros de él, el polo opuesto de las razas caninas, un chihuahua de kilo y medio, Chispi, que descansa en los brazos de la pequeña Isabel, junto a su hermano Josema. «Venimos siempre a que le echen el agua bendita. En casa tenemos de todo: un loro, una tortuga y cuatro o cinco perros más pero son más grandes», explica la madre de los pequeños, Maribel. También diminuto, el pequeño Jordan, otro chihuahua de dos meses que cabe en la mano de Yomaira, su propietaria.

El sol que lució ayer durante toda la mañana en Sant Antoni favoreció una gran afluencia a la bendición de animales, que se celebró tras la misa y la procesión en honor al santo. Centenares de personas se acercaron a la plaza frente al Ayuntamiento para ver o para bendecir a las pequeñas fieras. Algunos por tradición y otros por verdadera devoción, como Mónica y Ariel, propietarios de un gato, Pascual, que llevaba hasta la medalla de San Antonio en el collar. «Es una mezcla de persa con otra raza y cumplirá en abril cuatro años», explicaba su dueña.

«Somos muy creyentes y nos parece bonito que los animales estén bendecidos. Son un regalo de Dios», apuntaba Mónica. El otro gato de la pareja, Pancho, también de casi cuatro años, naranja y atigrado, esperaba en el trasportín a la bendición. «Son nuestros hijos», bromeaba Ariel.

Tigresa, una gatita de un año, vivía ayer su primera bendición por Sant Antoni. «Nos gusta que la bendigan porque es su primer año de vida», explicaba Ana, su dueña, que sostenía a la gata en el regazo. No parecía muy asustada, a pesar de la presencia masiva de perros. «Sí que está inquieta, tiembla un poco. La he sacado del trasportín para que le de un poco el aire pero está temblando», añadía su propietaria, muy pendiente del animal.

Entre los más peculiares de la mañana, la erizo Gorda, de seis años, y habitual de la bendición. «Si no se enoja, es muy sociable», comentaba su dueño, Julio, respecto a si eriza las púas con frecuencia. También llamaron la atención el conejo persa Tuti, de Shirley, Diana y Roberto, o las tortugas Picardías y Águeda, de Anabel.

Inauguraron el desfile las buldogs inglesas Tasha, de cuatro años, y Chesca, su hija, de un año, que reaccionó sacudiéndose cuando recibió el chorro de agua bendita. «Tasha tuvo nueve bebés en la clínica de Sant Jordi y todo muy bien», explicaban los dueños Jaime y Felicia, visiblemente orgullosos de las dos criaturas.

Las mascotas no fueron los únicos animales que recibieron la bendición. También fueron ´bautizados´ los caballos, mulas y ponis de los carros que desfilaron. Tuvieron su protagonismo las palomas del Club Columbòfil Portmany, que sobrevolaron a los presentes en una suelta masiva.

Entre las autoridades que siguieron la misa y la procesión estaba el presidente del Consell, Vicent Serra; las alcaldesas Pepita Gutiérrez, Pilar Marí y Neus Marí, el alcalde Vicent Marí y el concejal Jaume Marí como representante de Sant Joan. También acudieron consellers como Vicent Roig y Alex Minchiotti, además de José Sala, Virtudes Marí, o la delegada de Educación, Belén Torres, que con un sombrero de ala parecía ir de incógnito.

Algunos turistas, pocos, asistieron a la procesión por el carrer Ample con la habitual cara de sorpresa que suelen poner al paso de los santos católicos.