A finales del siglo XIX, cuando los franceses convirtieron Mali en una colonia, las familias, temerosas, se apresuraron a poner a salvo los manuscritos (los más antiguos datan del siglo XIII) que tenían en casa y que habían pasado de generación en generación. Los envolvieron en fundas de cuero, los guardaron en cofres y cajas y los sacaron de las ciudades. Los llevaron a las aldeas, los escondieron bajo tierra. Y allí permanecieron durante décadas, hasta que en los años 70, impulsado por la Unesco y con el objetivo de recuperar estos manuscritos, se creó el Instituto Ahmed Baba, en Tombuctú.

Así, casi como si fuera un cuento (pocas veces el «en un lugar muy lejano» habrá sido tan cierto), comienza la historia de los manuscritos de Mali que contó la investigadora ibicenca Susana Molins en la conferencia que ofreció el martes en el Club Diario, organizada por la Asociación de Amigos de Mali de Balears y que contó con la presencia de su presidente, Ali Seydina, y el portavoz en Ibiza, Jaume Estarellas. Molins, que trabaja tratando de sacar a la luz los secretos que durante siglos han guardado estos documentos, alertó de que, en estos momentos, debido al conflicto bélico, vuelven a estar en peligro.

Algunos, los de la biblioteca pública Ahmed Baba, han vuelto a las fundas de piel y los cofres en los que se enterraron y aguardan en un lugar secreto de Bamako, la capital del país, explicó. Aunque en malas condiciones. En un clima que no les es propicio. Un cambio tan brusco (del ambiente seco de Tombuctú a la humedad de Bamako) no sienta nada bien a unos manuscritos que han sobrevivido durante siglos. «Es un cambio fatal, no se sabe qué va a pasar», apuntó. De algunos se dijo en su momento que los islamistas los habían quemado, algo que desmintió la investigadora: «Es algo que dijo el alcalde de Tombuctú, pero venderlos es un negocio mucho más lucrativo que quemarlos».

Molins recordó el trabajo que durante décadas se hizo para recuperar el máximo posible de aquellos documentos que se escondieron de los colonos. «Se hizo una prospección por todo el país, incluso en las aldeas. Los prospectores ofrecían a las familias que tenían manuscritos algo que les hiciera falta, como una vaca o una cabra», detalló a los asistentes a la conferencia. Así, poco a poco, el fondo de la Ahmed Baba ha llegado a reunir más de 30.000 de estos documentos. A estos hay que sumar los que atesoran las bibliotecas privadas auspiciadas por familias: «Conocen el contenido de los manuscritos, es un legado histórico y familiar, de mucho valor emocional, por eso crean sus propias bibliotecas». Precisamente en los textos que guarda uno de estos centros, el Fondo Kati (conocida como la biblioteca Andalusí), investiga la ibicenca. Investigaba.

Debido al conflicto, Molins sigue trabajando, pero a distancia, con los documentos que tenía escaneados. Y el Fondo Kati ha iniciado la campaña ´Apadrina un manuscrito´ con la que pretende recaudar fondos para poder salvar y conservar los legajos. Los orígenes de esta familia se remontan, en la Edad Media, a Toledo, indicó Molins. Ella misma destacó, como muestra de la importancia de la tradición oral de África, que las niñas de la familia son capaces de recordar su genealogía hasta ese momento.

Susana Molins explicó que estos legajos recogen «todo el conocimiento del mundo islámico» y que hablan sobre religión, leyes, teología, mística sufí, numerología, astronomía y medicina, entre otros temas. Todos ellos están escritos en alfabeto árabe, aunque los hay en diferentes idiomas: desde las lenguas locales (songhai, bambara, fulfulde...) al afrikáans de los bóers e incluso el aljamiado (castellano medieval). Además, detalló que están compuestos de hojas sueltas -«el conocimiento era para compartirlo, cuando uno se aprendía una sección, se la dejaba a otra persona»- y no numeradas. «Cada hoja incluía la última palabra de la anterior y con eso sabían, cuando se la devolvían, dónde colocarla», añadió sobre estos documentos que, relató, los bibliotecarios de la Ahmed Baba, «protegieron como pudieron» cuando integrantes del grupo fundamentalista Ansar Dine hicieron de la nueva sede del fondo su vivienda durante meses.