¿Hubo algún momento durante aquel combate en el que pensó ´de aquí no salgo´? «No. Luego sí lo pensé. Después, tranquilamente, mientras tomaba con mi gente un café en la cantina de la base de Qala e Naw (Baghdis)». El ibicenco Lorenzo Vingut Harrington (Sant Antoni, 1979) apura un Chesterfield mientras relata en la terraza del Club Náutico de Eivissa los pormenores del combate que el 5 de septiembre de 2009 entabló contra los insurgentes en Sangatesh Boluda, un poblado afgano. Al ahora capitán de Infantería de Marina, entonces teniente, le concedieron en 2011 la Cruz al Mérito Naval con distintivo rojo por su «temple en el mando» durante la hora y media en la que él y los nueve hombres a su mando permanecieron bajo fuego hostil aquella jornada. Pocos militares españoles pueden lucir el distintivo con ese color, propio de acciones heroicas y bélicas: «Su desprecio por el riesgo que afrontó fue un ejemplo para todos», decía sobre él una nota remitida por el Ministerio de Defensa cuando le fue entregada la medalla el 15 de junio de 2011.

El miedo: «El miedo siempre está ahí. Es lo que a un animal le permite salir de una situación complicada. Sube la adrenalina y eleva incluso tus posibilidades físicas y mentales. Aquel que diga que no tiene miedo en un combate, o miente o está loco. Miedo pasamos todos. Pero el miedo es mayor cuando te enfrentas a algo ante lo que no sabes reaccionar. Otra cosa es que tengas miedo y sepas qué tienes que hacer», explica Vingut. Aquel 5 de septiembre el adiestramiento permitió al entonces teniente y a los soldados a su mando no entrar en pánico: «Temes por tu vida, pero no te das cuenta del riesgo en ese momento. Estás tan metido en lo que tienes que hacer que no te percatas del peligro real que corres. Luego, después del combate, llegas a la base, te pegas una ducha, vas a la cantina y mientras tomas un café con tu gente es cuando dices ´madre mía en la que he estado´. Y con ese café es cuando te entra todo el cansancio».

El contingente enviado a Afganistán no está implicado en operaciones ofensivas: «Todos los combates se producen en defensa propia o en apoyo de operaciones del ejercito afgano», destaca el capitán. Las misiones consisten en acudir a los pueblos cercanos para preguntar a sus habitantes cuáles son sus necesidades, además de escoltar a la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, dependiente del Ministerio de Exteriores y que realiza allí, entre otras cosas, proyectos de saneamiento y de carreteras. También dan cobertura a los camiones de ayuda humanitaria y trasladan médicos y veterinarios militares a pueblos que carecen de esos servicios: «Pero la situación es allí tan insegura que hay que llevar un despliegue apropiado. Cuando lo hacemos, tenemos que tomar una zona alta para poder observar el terreno», explica.

El 5 de septiembre ascendieron con dos vehículos Lince hasta una cota de Sangatesh Boluda para controlar los aledaños mientras un equipo médico atendía a la población: «Era un camino bastante angosto, de manera que en lo alto, si queríamos dar la vuelta, había que dar marcha atrás. Estuvimos allí toda la mañana y no hubo ningún problema. Pero los insurgentes no son tontos. Saben lo que tienen que hacer. Justo cuando se ponía el sol por detrás empezaron a atacarnos. Y lo hicieron en el momento en que estábamos abandonando la posición marcha atrás», justo cuando eran más vulnerables y uno de ellos se hallaba fuera de los vehículos blindados para apoyar la maniobra. «Escuché disparos, el guía se cubrió y se metió dentro. Los RPG [granada propulsada por cohete, o lanzagranadas] impactaban justo al lado. Vi que con los vehículos así no hacíamos nada: si salíamos marcha atrás, malo. Así que ordené al conductor que regresáramos a la cota, adelante de nuevo».

A cubierto en pozos soviéticos

Volvieron a la posición y como disparaban contra ellos lanzagranadas decidieron salir de los Lince y situarse a socaire: «Era una antigua cota soviética [de cuando la URSS invadió Afganistán] en la que había pozos de tirador. Nos desplegamos en varios sitios y empezamos a responder con todo. Y aun así hacían fuego eficaz», señala. Que los talibanes los mantuvieran a raya da una idea tanto de su número como de su equipamiento, ya que los españoles no iban mal pertrechados: en cada Lince había dos lanzagranadas de 40 milímetros y ametralladoras pesadas. «Entonces hirieron a uno de mis cabos 1º en una pierna. Todo empezaba a complicarse, pero había que mantener la calma, ver si peligraba su estado y, en ese caso, sacarlo de allí. Pero era un orificio de entrada y de salida en el gemelo. Se le aplicaron los primeros auxilios hasta que lo bajamos luego a la ambulancia», rememora. Durante hora y media soportaron una lluvia de balas y granadas. Hasta que recibieron apoyo aéreo y de las unidades terrestres que se hallaban en el pueblo: «El problema fue que tuvieron que cruzar un río. Movilizarse y atacar al enemigo desde otra posición para que nosotros pudiéramos salir, les llevó su tiempo». Ese apoyo les permitió bajar hasta el pueblo, dejar allí al herido y regresar de nuevo al combate para apoyar a los que habían ido en su auxilio.

Salieron del poblado sobre las siete de la tarde, cuando ya anochecía, y aún así recibieron algún que otro disparo de hostigamiento durante el camino de regreso a la base de Qala e Naw. ¿Y si la ayuda no hubiera llegado antes del ocaso? «La noche era peor para ellos. Nosotros teníamos medios de visión nocturna», afirma.

De Bosnia a tierra hostil

Vingut salió de la Escuela Naval Militar en julio de 2003. Cuatro meses después era destinado a Bosnia, donde permaneció hasta junio de 2004: «La zona de los Balcanes estaba ya bastante tranquila. Luego volví en el 2006 y lo estaba bastante más. Incluso así había alguna que otra situación de tensión, aunque nada comparado con Afganistán». Pero tras su paso por la academia, Bosnia le sirvió para abrir los ojos, para percatarse de la enorme responsabilidad que había adquirido: ser jefe de un mínimo de 30 hombres. «Eres responsable de ellos y de lo que se hace», subraya. Que no es poco.

No duda un segundo en responder a la pregunta de cuándo pisó por primera vez suelo afgano. Es más, casi se atraganta con el café con leche para contestar raudo: «El 4 de marzo de 2008», dispara. La Infantería de Marina aún no había sido desplazada hasta allí: «Nos mandaron ese año para hacer un trabajo que ya hacía la Escuadrilla de Zapadores de Paracaidistas del Ejército del Aire (Ezapac): el control aerotáctico (Tactical Air Control Party, TACP). Hubo que meter otro TACP en la zona de operaciones. Y fue cuando nos llamaron. Tuve la suerte de ser el primero en ir».

No esperaba lo que se encontró: «Hasta 2008, la situación allí no era tan violenta. Apenas había altercados. Pero cuando llegué empezó a escalar la violencia. De hecho, aterricé un 4 de marzo y siete días después tuvimos que salir los equipos de operaciones especiales y nosotros rápidamente de la base porque estaban atacando a los nuestros. Fue aterrizar y empezar. Y el 28 o 29 de marzo tuvimos el primero de los combates. El primer combate de mi vida».

El primer combate

En su primer combate actuó «según procedimientos, sin pensarlo». Y todo gracias al entrenamiento extenuante recibido: «Respondes así -añade- gracias al adiestramiento que nos hartamos de hacer día a día. Muchas veces nos preguntamos por qué tenemos que repetir algo 20 veces. Pero luego, en el combate, te percatas: la razón es que haces las cosas sin darte cuenta. Puede que los tiros pasen rozando tu cabeza o que un RPG explote a tu lado, pero sigues solo pensando en lo que tienes que hacer. Esa facilidad, ese no perder el tiempo en preguntarte ´esto cómo se hace´ permite tomar decisiones, emplear útilmente el tiempo. Lo mecánico tiene que salir solo».

Aquel escenario es muy favorable a la insurgencia: «Nosotros nos movemos en vehículos blindados, por terrenos y pistas angostas que normalmente están cubiertas por cotas bastante altas. Ellos suelen situarse allí cuando quieren atacarte. Combates hay a menudo, pero sobre todo hostigamientos. Por donde pasábamos había alguna que otra cota desde la que sabíamos que nos iban a tirar dos o tres tiros. Respondías con un rafagazo y seguías adelante. Si no son una amenaza no te enfrentas siquiera. No nos enfrentamos por enfrentar», afirma.

Los que señalan el objetivo

El ibicenco procede de los equipos ACAF (Adquisición de Blancos y Control del Apoyo de Fuegos) de Infantería de Marina, que se encargan de controlar, corregir y coordinar la artillería, el fuego naval y el fuego aéreo: «En Afganistán teníamos que dar apoyo aéreo. Lo hacíamos hablando con el avión vía radio, o señalando el objetivo con designadores láser, o marcando con humo el área... Nuestro trabajo es batir al enemigo con el apoyo aéreo, aunque eso no es realmente lo más importante. Si voy a tirar algo [un misil] desde el aire, lo más importante para mí es evitar daños colaterales (bajas civiles) y fuego amigo. Y hasta ahora lo he conseguido», se congratula.

Resulta paradójico, aunque solo sea por pura semántica, que un infante de Marina luche en un desierto: «Sí, mucho, pero es la capacidad que tenemos. Nuestra táctica es la misma, prácticamente, que la de Tierra, solo que además sabemos tomar una cabeza de playa y también somos paracaidistas. Hacemos un poquito de casi todo».

Una llamada antes del telediario

Mantener el temple en el mando es casi tan difícil para los militares que se la juegan a diario como vérselas luego con su familia: «Hay muchas cosas de las que no puedes hablar con ellos. No porque no puedas contárselas, sino por no preocuparles. Cuando me desplegué por primera vez en Afganistán, no esperaba lo que me iba a encontrar. Sabía que iba a una misión complicada, pero no esperaba ni de lejos lo que me encontré en cuanto a hostilidad y situaciones de combate». Cada vez que regresaba de una refriega, lo primero que hacía era ponerse en contacto con su madre. No le contaba dónde había estado ni lo que había ocurrido para no preocuparla. El fin de esa llamada era que oyera su voz. Pero en cuanto escuchaba la radio o la televisión, Amanda Harrington se daba cuenta en seguida de por qué la acababa de telefonear: «Si lograba hablar con ella antes del telediario, sé que se quedaba tranquila».

Sin cicatrices, solo algún corte «sin importancia» tras participar en ocho combates y numerosos hostigamientos, en la actualidad recibe un curso en Cartagena. Hombre de acción más que de despacho, espera regresar algún día adonde hay jaleo, aunque lo tendrá difícil tras el repliegue iniciado por España en ese escenario: «Sé que me tocará alguna vez despacho. Ya lo he tragado, y a medida que pasen los años, más despacho tragaré», dice mientras se encoge de hombros. «Yo no sabía si valía para esto -prosigue-. Nos metemos en el Ejército con la idea de que sí creemos valer. Pero no es reprochable si luego alguien se echa para atrás y dice ´esto no es lo mío´. Porque por mucho que te adiestres no hay ninguna situación que iguale al combate».

«Nunca sabes lo que te espera»

Cuando recientemente vio ´La noche más oscura´, la película que cuenta cómo los Seal (equipos especiales de la Armada de EEUU) acabaron con Bin Laden en su residencia de Abbottabad (Pakistán), le sorprendió las gafas de visión nocturnas que portaban los miembros del Devgru, unidad de élite dentro de los Seal, compuestas por cuatro tubos que permiten una visión nocturna periférica: «Nunca había visto esas gafas, deben de ser de quinta o sexta generación», seguro que mejor que las que llevaba aquel 5 de septiembre de 2009 en los Lince.

Pero lo que más le gustó de ese filme fue su realismo: «Normalmente, las películas americanas hacen hincapié en que todo sale siempre perfecto. Y no es cierto. Si entras en una casa, habitualmente te proporcionan información. Pero de ahí a la realidad hay un gran trecho. Al entrar encuentras cosas diferentes. Cuando fueron a por Bin Laden se toparon con mujeres. En esos casos tienes que reaccionar sobre la marcha. Has de discernir en milésimas de segundo. Abres una puerta, entras, ves algo que esperas que sea hostil... ¿Pero y si es una mujer? Lo que no tiene que ocurrir nunca es que la dispares. Ahí es donde enfocamos nuestro adiestramiento, en saber tomar esa decisión en milésimas de segundo». Cuando se le recuerda que el lema de los Seal es ´El único día fácil fue el de ayer´, responde: «Estoy de acuerdo, nunca sabes lo que te espera».