De manera didáctica y desenfadada, el antropólogo, primatólogo y director ejecutivo del Instituto Jane Goodall en España, Federico Bogdanowicz, se ganó ayer la atención de los chavales que acudieron al Club Diario a escuchar la amena conferencia ´Jane Goodall y los chimpancés salvajes: 50 años de investigación, conservación y educación ambiental´ (más información en la contraportada), en la que dio detalles del peligro que corren estos primates que comparten con el hombre el 98% del material genético. Acabada la charla, Bogdanowicz se transforma: ese tipo cercano, simpático, dicharachero, vestido de explorador (pero sin salacot), que se ganaba a todos con sus bromas, se convierte en un serio director ejecutivo que explica con crudeza la labor que desempeña en África el instituto que representa.

-En la conferencia ha mencionado las similitudes entre humanos y chimpancés, ¿pero qué cualidades tienen esos primates de las que nosotros carecemos?

-Me remito a una frase de Jane Goodall. Cuando ella empezó pensaba que los chimpancés eran solamente simpáticos y buenos. Años más tarde comprobó que eran tan agresivos que podían hacer guerras contra otros, que eran muy territoriales e incluso podían matar. Dejó entonces de pensar que eran mejores que nosotros y vio que eran como nosotros, para bien y para mal. El problema de nuestra especie es que tiene una capacidad muy grande de poder hacer grandes cosas: podemos empatizar con especies muy lejanas y con gente que vive en lugares muy remotos y por causas que no son las personales, pero a la vez podemos crear mucha destrucción. Esta es una capacidad que el chimpancé no tiene, pues aunque puede provocar una pequeña guerra territorial, no puede crear ni tirar bombas atómicas. Por eso, cuando le preguntan a Jane Goodall si prefiere a los humanos o a los chimpancés responde que prefiere ciertos chimpancés a ciertos humanos, y ciertos humanos a ciertos chimpancés.

-La fundación trabaja en el santuario para chimpancés de Tchimpounga, donde dan refugio a primates huérfanos cuyas madres o grupos han sido cazados como alimento o que iban a ser vendidos como mascotas. ¿Por qué, después de tantos años, es necesaria aún esa protección? Desde hace décadas se habla de esa matanza de madres de chimpancés sin que haya una aparente solución.

-Y cada día se mata a más. Aumenta la población local, aumenta su necesidad de recursos. Si bien hay leyes, no se llevan a la práctica. Y allí es muy difícil sensibilizar sobre algunas especies. En algunos países africanos no es tabú comer chimpancé o gorila, como aquí no lo es comer cerdo o vaca, que sí lo sería para un hindú. Hay que trabajar en proveer alternativas económicas a la caza y otras fuentes de proteína animal, como la cría de pollos o la pesca. En el Instituto trabajamos en eso, pero las necesidades son tan grandes que una ONG solo pone un parchecito, cuando esto necesita políticas gubernamentales, regionales, continentales. También sigue habiendo deforestación. Cada vez que compramos madera tropical, especialmente si no está certificada con un sello FSC, alentamos la eliminación sin contemplaciones de trozos enteros de bosque. Destrozan así el hábitat y el alimento de chimpancés y muchas más especies. Por eso el Instituto basa la protección del chimpancé en cuidar a la población local, que ha de estar implicada y ha de beneficiarse de esa conservación, a través del ecoturismo o de alternativas económicas para que no haya una contradicción entre su subsistencia y cuidar el ecosistema, sino que vayan de la mano.

-La protección de los primates pasa, pues, por la supervivencia de las poblaciones cercanas.

-En Tanzania, en Gombe, alrededor de ese parque nacional donde estudió Jane Goodall, hay una serie de aldeas que han deforestado los aledaños y solo queda un islote verde de bosque que es la reserva. El instituto empezó en 1994 un programa de conservación centrado en la comunidad que se llama ´Takare´. No hay solo que evitar la deforestación, sino también hay que gestionar la tierra para que no se pierdan los recursos. Si por ejemplo cultivan café, con expertos les mostramos cuáles son las mejores variedades que se podrían vender como comercio justo. Producen así muchos más ingresos para la población local y a la vez los cafetales se usan como zonas de amortiguamiento entre el parque y las comunidades. Y son cultivos que los chimpancés no invaden porque no les gusta el café. Además, requieren árboles mayores que les den sombra. También damos becas para que las mujeres accedan a la educación, que es de pago en Tanzania. Cuanta más información tienen, más tarde se quedan embarazadas, menos cantidad de hijos y mejor gestión hacen de los recursos. Hay microcréditos, programas de sanidad... Son más de 30 aldeas que se benefician de este programa. A veces nos preguntan por qué no ayudamos a los niños en vez de a los chimpancés. Los chimpancés no tienen bolsillos. El dinero va a los trabajadores locales. En Tchimpounga tenemos a 60 personas (que representan a 60 familias muy extendidas) que trabajan como cuidadores, veterinarios, ecoguardas, logística... Reciben formación. De hecho, la veterinaria que dirige la oficina del Instituto en Congo ha promovido en él a mujeres como jefas en una sociedad que es bastante machista. Y todo eso ocurre gracias a la protección del chimpancé.

-¿Cuál es la situación de la República del Congo, donde se encuentra ese refugio?

-Más estable, políticamente, que su vecino, la República Democrática del Congo. Trabajamos con ese gobierno para ampliar las zonas de reserva y mejorar la protección. Pero siempre hay que analizar todos los intereses que confluyen. Es un país cuya principal producción es el petróleo y la madera, por lo que hay que trabajar conjuntamente con otros intereses para poder proteger determinadas zonas y, eventualmente, poder así reintroducir varios grupos de chimpancés de Tchimpounga que lamentablemente no pueden salir de allí porque no hay lugares donde hacerlo. Miras las imágenes por satélite y ves una área verde, pero abajo está lleno de cazadores y buscadores de oro o hay otros grupos de chimpancés, que son muy territoriales, de manera que si metes un grupo lo condenas a muerte. Y si no hay chimpancés te has de preguntar por qué, pues quizás haya ébola.

-Y la burocracia existente allí debe complicar aún más las cosas.

-Cada país va a su ritmo. Hay que hacerlo todo con papeles por triplicado, que se pierden y que luego hay que volver a presentar.

-¿El turismo se ha convertido en un mal necesario para el futuro de los primates?

-Es una herramienta que, como la televisión, se puede utilizar bien o mal. Usarla bien implica que haya consenso en la comunidad local, que no haya un impacto negativo en los animales que se intenta proteger, es decir, que se respeten las distancias entre los grupos de turistas y las comunidades salvajes para que no haya transmisión de virus, y que la riqueza que genera ese turismo se reparta no solo con los entes oficiales sino también con las poblaciones locales. Eso funciona muy bien en Uganda, donde el Instituto ha creado un programa de ecoturismo en selvas como Budongo. Ha resultado muy positivo para las comunidades locales, hasta el punto de que el gobierno quiere ahora hacerse cargo de ese programa.

-Desarrollan una campaña para salvar a los últimos chimpancés de Senegal. ¿Qué ocurre allí?

-Senegal es el hábitat más septentrional donde podemos encontrar chimpancés salvajes. Tenía más antes, pero su proceso de crecimiento y deforestación ha afectado a esta y a otras especies. Solo quedan en la parte sur del país, cerca de la frontera con Guinea, donde calculamos que hay unos 500 chimpancés. Son poblaciones muy interesantes porque tienen otro tipo de cultura e incluso usan lanzas para cazar. Primero investigamos dónde viven y qué recursos utilizan tanto ellos como la población local y en qué entran en conflicto y de qué manera pueden beneficiarse ambos. Una solución puede ser a través de ecoturismo o creando reservas, para que la comunidad respete el hábitat de los chimpancés y a la vez saque partido.

-En Lugufu, la ayuda iba destinada directamente a los humanos

-Fue una campaña que empezó en 2008 para los refugiados congoleños de las guerras propiciadas por el coltán [mineral usado en móviles]. Normalmente huyen a Tanzania, donde Naciones Unidas creó campos de refugiados. Y en uno de ellos, Lugufu, había 40.000 personas, 3.000 de las cuales eran de nuestro programa ambiental Roots & Shoots. Como no podían salir a cazar y tenían limitado su ingreso de proteína animal, crearon una incubadora con un escritorio donado y un circuito de agua calentado por una lámpara de aceite. Ponían allí los huevos y se turnaban para rotarlos cada dos horas, incluso de noche. Cuando nacían los pollitos, los repartían entre las familias del campo de refugiados y cuando crecían volvían a poner sus huevos en esa máquina. Desarrollaron una cadena que permitió alimentar a montones de familias. Era gente que había pasado por circunstancias traumáticas muy duras. Me quedaba sin palabras cuando me contaban sus historias, cómo habían asesinado a sus padres delante de ellos, encerrado a su familia en una choza para luego prenderle fuego o padecido violaciones. Pese a todo, hablaban de no buscar revancha, pues generaría más violencia, y que cuando volvieran a su país abogarían por la paz y el entendimiento entre los humanos y por una mejor relación con el entorno.

-En Tchimpounga alojan a 140 chimpancés. ¿Cómo empezó todo?

-Todo comenzó con un rescate que hizo Jane Goodall en Congo un día que vio una pequeña cría en un mercado. Los bebés de un año o dos están totalmente desesperados cuando pierden a su madre, a su referente. Se deprimen, como nosotros, pierden fortaleza, se debilita su sistema inmunológico. Prácticamente están condenados a morir. Jane se acercó a ella y vocalizó como un chimpancé [emite la onomatopeya oc oc oooc]. La cría [a la que luego bautizaron como Little J.] se aproximó y buscó su contacto. No la compró para no alentar así un negocio que ya había matado a su madre. Contactó con la embajada de Estados Unidos, hizo aplicar la ley, la confiscaron y buscó a una persona que se pudiera hacer cargo de Little J. Luego rescató más chimpancés: hoy en día son casi 150.

-¿Cuál es su chimpancé favorito?

-Tengo una favorita que se llama Lemba, que en la lengua kituba significa problema, por cómo fue su rescate. Me tocó ser su cuidador de noche en Tchimpounga, donde han de permanecer en cuarentena los primeros días, aislados de otros chimpancés para que no les transmitan sus virus y parásitos. Y a mí me tocó de seis de la tarde a seis de la madrugada. Eso significaba dar de comer y cambiar los pañales (porque al tomar antibióticos tienen diarrea) de noche a un animal que tiene cuatro manos [sus pies son igual de prensiles], con un frontal en la cabeza para iluminar... Fue muy complicado. No paraba de pedir el biberón. Intentaba ponerla a mi lado en la cama y no quería, pues prefería el contacto conmigo pecho con pecho y abrazada, porque le daba más seguridad. Fue difícil ser mamá chimpancé, pero una experiencia poderosa emocionalmente.