El artista Ricardo G. Eybrard falleció ayer en su casa de París después de sufrir una larga enfermedad que, en principio, había superado pero que rebrotó fatalmente. Eybrard vivía entre París y Ibiza, isla de la que se consideraba un enamorado, y poseía una casa en Sant Antoni en la que pasaba largas temporadas. En la isla había expuesto sus pinturas impresionistas en diferentes galerías. Su última muestra fue la más importante, en el Club Diario de Ibiza en el mes de octubre de 2009.

Eybrard (Bruselas, 1929) era hijo de un emigrante andaluz comerciante de vinos y de una madre francesa de buena familia de Burdeos, según relataba el escritor Albert Prats en un artículo publicado en Diario de Ibiza con motivo de esa última exposición. Creció en Burdeos y siendo muy joven se trasladó a estudiar a la Escuela de Bellas Artes de La Llotja, en Barcelona, donde hizo su primera exposición en la galería Pallarés en 1948.

Más tarde vivió la vida bohemia de París. En el barrio de Montmartre convivió con numerosos artistas, como Tàpies, Utrillo, Clavé o el ibicenco Gabrielet.

Además de su pasión por el arte, que impulsó tras su jubilación, Eybrard fue empresario en el sector de la construcción. De esa experiencia nace una de las muchas anécdotas que contaba sobre su vida. Su empresa de pinturas fue contratada para pintar un ascensor de grandes tamaño que iba a servir para mover cuadros de grandes dimensiones en el museo del Louvre. Cuando acabó la obra Eybrard estampó su firma en una de las esquinas del ascensor: «Tengo una obra firmada en el Louvre», decía entre risas en su última entrevista, algo de lo que muy pocos artistas pueden presumir.