Los más rápidos ya han recogido las sillas plegables en las que hace un momento se sentaban y las primeras copas y canapés vuelan a la misma velocidad que el centenar de personas que llena el espacio desentumecen las lenguas enlazando saludos, comentarios y conversaciones. Sobre el tiempo. Sobre los poemas con los que el poeta catalán ha inaugurado la tercera edición de las jornadas literarias Eivissa, Puerto Mediterráneo del Libro. La «voz cálida» de Margarit (como la ha presentado el director del encuentro, Gabriel Torres Chalk) hace apenas unos segundos que ha terminado, como no podía ser de otra manera, en el mar: «Como los prácticos que en sus falúas salían cuando había más peligro…».

Antes de llegar a puerto, sin embargo, el poeta ha recordado el frío de la posguerra, ha jugado al escondite inglés más descorazonador, se ha cobrado una pequeña venganza con las restauraciones («…restaurar es embalsamar un cadáver de piedra…»), ha echado de menos un vertedero, pasado la noche en el Hotel del Porvenir del París de los años 60, vuelto a ser un niño que iba al matadero a buscar sangre para la comida, leído a Tolstoi para enamorarse de su Ana Karenina particular durante una nevada y evocado un cuchillo escondido entre libros. Todo ello con su voz sin artificios, liberada del zumbido de la mosca que durante los primeros minutos del recital parecía haberse colado en las entrañas del micrófono. «¿Se me oye bien así?», preguntó el poeta quitándose el aparato del jersey. Y se le oía.

Margarit va y viene. De sus hojas en catalán a su libro en castellano. Confiesa que sólo tenía pensado leer obra en su lengua pero que la presencia entre el público de amigos castellanoparlantes le ha animado al recital bilingüe. «Soy nacionalista catalán, pero educado», afirma dirigiéndose al público en general y al poeta chileno Raúl Zurita, que se sienta en la segunda fila, en particular. Precisamente Zurita es el primero en aplaudir el segundo poema que recita Margarit, un autorretrato que habla de «cuerpos desnudos y oxidados» que vuelven al mar y «cielos llenos de albaricoques».

Zurita, al que Margarit se dirige en varias ocasiones, no es el único poeta entre el público. Vicente Valero, Manel Marí, Ben Clark, Pau Sarradell y Mario Riera escuchan el primer recital que el Premio Nacional de Poesía de 2008 ofrece en la isla. «Es la primera vez que recito en Ibiza, a la que no venía desde 1966», detalla mientras la mesa en la que la alcaldesa de Ibiza, Lurdes Costa, y el director del encuentro acaban de inaugurar las jornadas se retira a una esquina, dejando el escenario libre para los primeros versos de 2010 del Puerto Mediterráneo del Libro: «De la guerra quedava el capot vell d´un desertor al meu llit. De nit sentia el tacte adust d´uns anys que no van ser els més feliços de la meva vida…».