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Cultura

El ‘ball pagès’ vuelve a la normalidad en Ibiza

Tras un año en blanco debido a la pandemia, el Festival Folklòric celebra su XXXVI edición con las actuaciones de las ‘colles’ de Sant Jordi, de Sant Rafel y de la Associació Cultural Pinyol Vermell de Campos, seguidas por decenas de vecinos que llenaron la carpa

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XXXVI Festival Folkloric Sant Rafel Vicent Mari

Ni un año en blanco (2020) ni poder ensayar han desanimado a las colles de ball pagès de Ibiza. Tampoco a las de Mallorca: ayer, en la XXXVI edición del Festival Folklòric de Sant Rafel, no sólo actuaron las agrupaciones de Sant Rafel y de Sant Jordi, sino también 18 miembros (cinco de ellos niños) de la Associació Cultural Pinyol Vermell, de Campos (Mallorca), que con sus bailes, ropajes e instrumentos demostraron que aunque seamos de la misma Comunitat Autònoma nos separa un universo cultural.

La mayoría de los de Pinyol Vermell (expresión mallorquina que se refiere a «una cosa bien hecha, de buena calidad», según explicó su presidente, Joan Adrover) llegaron vestidos con ropa de trabajo, más dos en ropa interior antigua y dos con atuendos «de señor». Adrover mostró la enorme diferencia que existe entre los ropajes tradicionales de su isla y los ibicencos. La falda de la mujer está compuesta de dos piezas: una inferior de unos 70 centímetros, más otra franja de distinta tela y más corta en la cintura. Termina en un cordón y, ya por dentro, tiene otra tela de refuerzo «para no ensuciarse». Bajo esa falda, otra y un bombacho. A modo de camisa, un gipó con mangas de «tres cuartos» rematadas por siete botones. En la cabeza, un rebosillo (pañuelo) con florecitas como motivo. No les falta un coqueto delantal. Y ellos, calçons amb bufes y una camisa de drap con cinturón de esparto, del que Adrover lleva colgando unas castanyetes. Como zapatos, unas porqueres con un diseño muy estilo Camper. Nada que ver tampoco con Ibiza las jotas, boleros y fandangos que bailaron. Ni su danza ni su música ni sus instrumentos.

El de ayer fue el primer intercambio cultural que la asociación mallorquina realizaba tras estallar la pandemia, en la que ensayaron mediante grupos burbuja. Ya estuvieron en el festival de Sant Rafel en 2018. Según Adrover, las colles mallorquinas tienen buena salud porque «hay al menos una en cada pueblo». Una de sus curiosidades son sus óssos, inspirados en el escudo de Campos, donde se representa un oso derecho de color marrón. Los interpretan los niños en las fiestas.

Fina Tur, la presidenta de la Colla de Sant Rafel, estaba contenta por poder recuperar el festival, suspendido en 2020, y por la presencia de la Associació Cultural Pinyol Vermell, invitada «a última hora». «Es de agradecer que hayan venido, pues lo habitual es que sean convidados con un año de antelación», según Tur. Pero la incertidumbre derivada de la pandemia también afectó a esta edición del festival y hasta casi el último momento no supieron si finalmente podría celebrarse: «Estuvo en el aire hasta no hace mucho».

«Estuvimos mucho tiempo parados. Sólo nos comunicábamos por móvil o por redes. Ha sido una alegría poder volver a encontrarnos»

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Durante la pandemia, la colla organizadora del festival lo tuvo complicado para ensayar: «Estuvimos mucho tiempo parados. Sólo nos comunicábamos por móvil o por redes. Ha sido una alegría poder volver a encontrarnos». Asegura que, a pesar de todo, siguen apuntándose niños: ayer bailó por primera vez una pareja de 6 y 7 años y el próximo domingo, el día de la fiesta mayor, lo hará otra. Tenían ganas de bailar, pero también había muchas ganas de verles: la carpa de Sant Rafel se llenó de público, pese al fresco, la lluvia y las mascarillas.

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