Facebook me va recordando cumpleaños —Santo Facebook y mi mala cabeza— y que hace tanto viajaba de aquí a allí, o de allí a aquí. Muchos viajes, la puesta de largo de proyectos, algún encuentro con amigos, pero siempre, siempre cosas buenas. Quizá por eso, aunque debería estar molesta con Zuckerberg y todos los suyos por los muchos malos usos que dan a tanta información de mi persona, me gustan y mucho este tipo de hemerotecas. No soy tonta. Entre medias hubo días grises que simplemente no permití que trascendieran. Guardé para mí los velorios y las jaquecas y sin esa intención, ya veis, logré que cayeran casi, casi en el olvido. Por eso, cuando algo te angustie, haz el ejercicio de tomar distancia. Esto que tanto te preocupa ahora ¿lo recordarás dentro de 10 días? ¿Y 10 meses? ¿Y 10 años? Pues quizá, no es para tanto. Igual hasta se puede respirar hondo y dejarlo pasar.

Y esta hemeroteca de Facebook y de «las noticias que no importan a nadie más que a mí», me sirven como un ejercicio para ver desde la perspectiva del tiempo la cantidad de cosas que, alguien os dirá que «han pasado», pero no es cierto, sino que tú (y tú y tú) has hecho que pasen. Y no estarán las que tú (y tú y tú) decidiste dejar pasar. «Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.» Que decía Machado. Y aunque hay gente que se encoge de hombros antes de contestar: «Pues a mí no me pasa nunca nada», en realidad sospecho que lo que quieren decir es que están dejando que la vida les pase por encima. Y yo, que me conozco bien a estas alturas del partido, que me conozco infinitas faltas, no, no peco de la de no vivir.

¿Qué pondría mi epitafio?

Para cuando escribo estas líneas aún no me ha despertado la alerta de Facebook de este 25 de noviembre, pero os adelanto que me deparará algún aeropuerto (mi vida, por fortuna, es así) y también, que hace un año me dejé convencer por la directora de este diario para publicar algo que había leído mío, años atrás y que la mantuvo despierta de madrugada, leyendo más. No por la calidad de la prosa, no vayáis a pensar, sino por lo que tenía de puñetazo donde más duele. Por lo que tenía —es justo reconocerlo— de desnudarme de ropa y piel hasta quedar en carne viva. Era un artículo escrito el 26 de diciembre de 2011 (otra muesca en la hemeroteca), después de que las propias palabras me llevaran a empujones al ordenador a contar las bodas de plata que jamás habría tenido porque, de no haber huido de aquel matrimonio, habría sido apenas una muerta más en una época en la que ni siquiera los cadáveres de esposas asesinadas a manos de sus maridos se contabilizaban. Una más. Una menos. Habría muerto oficialmente de cualquier cosa: de un accidente doméstico, de uno de tráfico, de un golpe fatal caído del cielo. A saber cuál habría sido la versión dada sobre mi muerte... ¿Y mi epitafio? ¿Qué pondría mi epitafio? Quizá hasta algo tan indigno como «Tu marido que te ama». ¡Cuántas lápidas estarán cubiertas de mentiras por toda la eternidad! Dan ganas de vomitar. Pero no morí. Y poco mérito más puedo atribuirme que ese: estar viva, pudiendo no estar.

Y hace poco más de un año, una mujer que se presentó como Cristina Martín me contactó tras leer por ahí que había publicado un libro donde se publicaba, entre muchas otras, aquella pequeñita historia de un maltrato con final feliz. Quería pedirme compartir un artículo viejo, publicado en un blog y después en un libro, ahora en las páginas de Diario de Ibiza. ¡Un verdadero disparate, dónde vamos a parar! Pero cuando os enfrentéis a una propuesta tan aparentemente disparatada, deteneos. Yo creo que con frecuencia esconden verdaderas ganas.

El Diario de Ibiza. Ibiza. El lugar donde nací, donde vive mi familia y decenas de amigos «de los buenos», pero también el lugar del que escapé hace tantos años porque —este punto es importante— Ibiza además de pueblo, es isla, y qué pequeña se queda cuando alguien te quiere matar. Y aunque pareciera que escapar es huir de una situación de mierda —ya sabéis, escaquearse, no afrontar cualquier cosa, porque a fin de cuentas son sinónimos, ¿no?— hay una sutil pero importante diferencia entre huir y escapar.

La posibilidad de ser un faro

Huir viene del latín, fugire y viene a significar largarte pitando para alejarte de algo que te da miedo y escapar viene de ex y cappa; fuera capucha. ¿Veis la diferencia? Por ahí debe ir eso de que uno tenga una «escapada romántica» y que una «huida romántica» sea más bien que se va a comprar tabaco y nunca más vuelve. Como que huir tiene que ver con alejarse «de» y ese «de» que dejas por resolver sea el protagonista. En cambio, al escapar ese «de» queda en pasado, por lo que considero que a la fuerza queda zanjado y finiquitado, y el protagonista, el protagonista es todo lo demás. Cuando escapas, y te quitas esa capucha, o esas muchas capuchas donde ya casi no se te veía, te das cuenta de que el protagonista de tu vida siempre fuiste tú, pero por un tiempo se te había olvidado. Por eso, huir de vez en cuando está bien, es lícito, pero después, que no se os olvide además escapar.

Y publicarlo en Diario de Ibiza significaba remover dolores añejos y despertar un monstruo que bien sabíamos que no está muerto, sino dormido, en cada una de las paredes de aquella preciosa isla blanca. Pero, caramba, también significaba que alguna mujer que estuviera oculta entre capuchas pensando que no hay escapatoria, podría verse, quizá, reflejada en mí. En ese «mí» de ahora. Y esa posibilidad de ser un faro, pudo más que el miedo a monstruos y fantasmas porque ojalá, ojalá yo lo hubiera tenido cuando necesitaba una luz al final del túnel tanto como respirar.

Hay un pequeño cuento anónimo que me encanta: Una tormenta sacude con fuerza un pueblo de costa. Un hombre pasea mirando desolado todos los destrozos que el viento ha ocasionado. Se acerca al paseo marítimo y ve que las olas están vaciando el mar. Toda la orilla está llena de algas, peces y estrellas de mar. Entonces descubre un anciano que se enfrenta al viento y una y otra vez se agacha, recoge una estrella y la lanza al mar antes de que muera. Y una y otra vez, las olas las devuelven y el anciano, se vuelve a agachar. El hombre que mira se apiada del anciano y se acerca a la orilla para intentar detenerle antes de que sufra un accidente y con un nudo en la garganta le dice: «Pero qué hace, hombre ¿No ve que tanto esfuerzo no tiene ningún sentido?» El anciano se agacha, recoge otra estrella y mientras la lanza al mar, responde: «Para esta estrella sí lo tuvo».

La historia rescatada de un blog

Y así siento los artículos, las historias, las palabras. Por eso escribo. Como un anciano que se agacha porque quizá logra algo tan importante como salvar la vida de una estrella y si acaso no, porque el mero hecho de intentarlo dota a la vida —de las estrellas y la propia— de sentido. Porque además creo que nos mantiene vivos a partes iguales el oxígeno, el agua y el saber que si hace falta algún día, alguien habrá que nos devuelva al mar.

La acogida de aquella pequeñita historia de un maltrato, rescatada de un artículo viejo en un blog y después en un libro solo puedo describirla como un abrazo. Decenas de correos, mensajes y llamadas y, para mi sorpresa, de personas que no habían pasado jamás por algo así, pero necesitaban dar las gracias porque miraban ahora desde otra perspectiva una tragedia común en el televisor. Antes del tiempo, antes de los deportes. Otra mujer asesinada presuntamente en cualquier lugar.

Hoy me ha pedido Cristina Martín, directora de este Diario de Ibiza, que escriba «sin límite de palabras» —cómo me conoce ya esta mujer— qué ha significado este año. Qué ha pasado desde la publicación de aquel artículo. ¡Uf, tantas cosas! Y Facebook ahí, callado, sin ayudar. En primer lugar, me invitaron a tener una sección dentro de estas páginas del diario en que crecí y eso son ya 33 sábados con una sección titulada «Una ibicenca fuera de Ibiza» (por favor, no os la perdáis). Estos meses tuvieron mucho de viajes contando historias de viajes: charlas y lecturas de mis libros, charlas y exposiciones de un proyecto en India que me llevaron a muchas ciudades, dentro e incluso fuera de España y, por fortuna, también varias veces a Ibiza. Y entre historias y libros, siempre, en algún rincón, aparecía sobrevolando otro abrazo, otras gracias por aquel artículo que aún me ponen la carne de gallina. ¿Os imagináis lo que representa para un escritor ver que las palabras trascienden? ¿E imagináis lo que significa para aquella pobre niña ibicenca que escapó? ¡Ojalá, ojalá pudiera decírselo! Ojalá pudiera sobrevolar a alguna de aquellas mil quinientas noches escondida aterrada y sola bajo las mantas, intentando ser invisible, soñando con teletransportarme a otro lugar, para decirme: «Tranquila. Todo esto pasará. Pero has de ser tú la de hacer que pase».

Jamás quise hablar en directo

Tengo que confesar en este punto que pensé, ingenua de mí, que mi trabajo quedaba más que zanjado escribiendo y que jamás, jamás quise, además, tener que hablar en directo, mirando a las cámaras ni a los ojos, contando algo así. Tengo que confesar que me está doliendo el hecho de tener que contar infinitas más veces en este último año que en toda mi vida, cosas que hacen que mis piezas mal colocadas, a ratos, se desmoronen. Porque no, nunca jamás, ni a quienes más me querían di más que apenas dos titulares. No podría ser de otro modo, ¿cómo voy a ser capaz de contarle a quien me quiere, cosas así? Sería causarle un sufrimiento tan insoportable que a veces creo que podría causar la muerte fulminante. Así que el resumen era: «Sufrí malos tratos cinco años, pero es algo que pasó hace ya mucho». Fin. Pero me entrevistan y me hacen preguntas que jamás me había hecho ni a mí misma como en qué ha cambiado mi vida. Y pienso mucho antes de contestar, que nada o apenas nada. Mi vida era escribir, pintar, el teatro€ Y es como bien podría describir mi vida ahora. También viajando, pero es que de niña pensaba que viajar eran cosas de ricos ¡cuánta razón tenía! Que no hay nada que te enriquezca más que viajar. Así pues, mi vida es exactamente como soñé que fuera, solo que durante cinco años no es que estuviera pausada, es que además de casi morirme, no viví. Y también me preguntan, por supuesto, cómo, cuándo lo superé. Si superar es sobrevivir, ¡fue todo un éxito! Pero si superar implica olvidar o que ya no duela, ¡no, por Dios! Esto no se supera nunca... Solo se espacian las pesadillas. Se espacian los miedos y un día, sin que te des cuenta, has salido de casa sin mirar a todas partes. Solo saliendo. Pero os juro, mujeres que estáis ocultas, que vivir, VIVIR, es algo maravilloso; que el mundo está lleno de gente buena. Quizá ahora no la veis, pero estamos rodeadas de personas que os ayudarán, os acompañarán y os harán reír a carcajadas. Os juro que caminar sin mirar si te siguen, con la ropa que te dé la gana, pintarte o no los labios, bailar, cantar, hablar con un desconocido ¡porque sí! Es un regalo que está esperando que lo abráis.

El premio de periodismo

Así que escribir en el Diario de Ibiza, charlas, libros, viajes... ¡Tenía el cupo de alegrías como para guardarme alguna en la despensa para años más flacos! Pero hace apenas unos días me llamaron para comunicarme que había ganado el IV Premio de Periodismo contra la Violencia de Género de Fundación Grupo Norte. Me acompañará a recogerlo el próximo día 29 en la Asociación de la Prensa de Madrid, Cristina Martín, directora del Diario de Ibiza. También Joan Serra, subdirector general de contenidos de Prensa Ibérica en Cataluña y Baleares, pero que además era director de Diario de Ibiza cuando lo ganó la genial Marta Torres en su primera edición. Algo hará muy bien este periódico para que sus páginas se reconozcan por segunda vez. El hecho de que los galardonados hayan sido hasta ahora TVE, Cope, Mediaset España, Radio Nacional, YoDona, Onda Cero, Vocento o Antena 3 ya da una idea del nivel y del compromiso que tiene Diario de Ibiza contra la violencia machista. Y yo, un año después, no puedo más que darles las gracias por creer que las palabras pueden salvar. Con vuestro permiso, les pediré que el viernes brindemos por estos doce meses, por muchos motivos pasados y presentes, pero sobre todo por vosotras y vuestro futuro. Porque vais a escapar.