No son ni las ocho de la mañana del domingo y a las puertas del local de la asociación de vecinos de Platja d'en Bossa hay media docena de personas. Algunas cruzan los dedos y repiten «quenometoquequenometoquequenome...». «Soy suplente del suplente», afirma una de ellas al policía local que, junto a una representante de la Administración, organiza los primeros compases del cotarro electoral en Platja d'en Bossa. «¿Mesa B?», pregunta. «Mesa B», responde: «Dame el carné, pasa y ve avisando de que te quedas». A la susodicha se le pone el gesto como si en el local social, en vez de urnas y papeletas, hubiera visto a unas gemelas en un pasillo. El agente explica que no han podido localizar a muchos integrantes de mesas, algo habitual en Ibiza en esta época del año. Muchos empadronados sólo residen aquí durante la temporada.

Montar una mesa electoral es como hacer un puzle sin ver la foto. Las papeletas y los sobres, a la cabina y sobre una mesa. Y ahí se acaba todo lo conocido. De las cajas, además de bolígrafos, lápices, celo, subrayadores fluorescentes y folios salen decenas de actas y hojas que hay que rellenar. Una de las vocales, titular, no se siente capaz de resistir todo el día. Está enferma y en tratamiento, pero no ha presentado recurso. Primera llamada a la junta electoral. Ésta con el teléfono de la representante de la administración, todas las demás a lo largo del día, que no son pocas, debido a los problemas del censo (se cerró tan pronto, a final de junio, que los que hicieron algún cambio después, aunque han recibido la tarjeta con su nueva mesa electoral deben votar aún en la antigua), con el móvil de los ciudadanos que pringan en las mesas. La enferma se marcha rumbo a la junta electoral con toda la documentación médica y a la suplente de la suplente de un vocal no le queda otra que agenciarse una silla.

A las 8.30 quedan constituidas las dos mesas de Platja d'en Bossa, que se organizan más por intuición que por certeza. No hay interventores. «Así estaréis más tranquilas», comenta el apoderado de Unidas Podemos, uno de los más madrugadores. Los hay de PSOE y Vox. El del PP se irá al poco de abrir el colegio y no regresará hasta las siete de la tarde, una hora antes de iniciar el recuento. De Ciudadanos ni lo hay ni se le espera. La única presencia de los naranjas en Platja d'en Bossa será la de sus papeletas.

«A ver si lo arreglamos», comenta, con cierto tono de resignación, el pintor Adrián Rosa, uno de los primeros votantes de la jornada. Un comentario que repiten una y otra vez muchos de los más de 600 electores que se acercan a lo largo del día al local social, que más que en Platja d'en Bossa parece estar en Siberia, por el frío que hace. La puerta abierta a escasos metros de las mesas y dos ventanas rotas, que no se pueden cerrar. La corriente perfecta. «Qué envidia los que están en colegios cerrados», comenta una de las integrantes de las mesas. «O en Can Ventosa», apunta otra, frotándose las manos para entrar en calor. La cortina de la cabina baila. Las papeletas vuelan.

«Si tenéis ratos muertos, id rellenando todos los papeles, que si no luego os dan las tantas», comenta el policía local antes de marcharse. Aquí se firman más papeles que libros Pérez-Reverte en la Feria del Libro de Madrid. «¡Así no!», grita mirando a las presidentas y señalando la cabina un apoderado itinerante de Podemos. Las dos miran las papeletas, sin entender. «¡Rectas, no tumbadas!», señala advirtiendo de que ni él ni ningún otro representante de los partidos puede tocar sobre o papeleta alguno. Pues nada, papeletas rectas, no tumbadas.

La de gente que tiene el DNI caducado. O roto. Incluso muy roto. Destrozado. Lo suficiente como para llamar a la junta electoral (con el teléfono propio) para preguntar si puede votar. Puede. Aunque esté partido en dos y le falte un cacho. «Tengo cita para renovarlo», comenta mirando a los dos policías nacionales que custodian el colegio electoral. Los apoderados de Unidas Podemos y Vox hablan de 'Joker' en la esquina más refugiada del viento, mientras la familia Magriñá vive las elecciones casi como una fiesta. Acuden prácticamente todos juntos y se hacen fotos unos a otros introduciendo los sobres en las urnas. A media mañana ya han desaparecido tres bolígrafos para marcar la papeleta al Senado. A partir de ahora, con acuse de recibo.

El café de Abdón

El café de AbdónA mediodía, la representante de la Administración regresa para coger los datos de participación y, ya de paso, acercar unas botellas de agua. Platja d'en Bossa es un erial. Sólo queda un bar abierto a cientos de metros a la redonda. Y lleno hasta los topes. Imposible escaparse a comer algo rápido. Familiares y vecinos se apiadan de los sufridos voluntarios forzosos de las mesas. Ahora traen un té calentito, ahora unos frutos secos, ahora unas chocolatinas... Lástima de la batamanta. «Esto es una experiencia», le dice, con sorna, a una de las vocales su marido. Nadar con delfines, hacer puenting, las tres experiencias que quiere vivir toda persona antes de morir. «Las luces se encenderán, ¿no?», comenta una de las presidentas. Todo el mundo empieza a girar la cabeza cual niña del exorcista buscando los interruptores. Oh... Oh... Están en una zona cerrada del local. Hay que llamar al Ayuntamiento. Algunas imaginan el colegio alumbrado con la estrella de Navidad, como recurso de emergencia. Pero no. Un amable señor renuncia a su siesta para encender las luces. El frío es insoportable. Los policías golpean el suelo con los pies para entrar en calor. Abdón, un vecino, trae dos litros de café con leche recién hecho. Muy calentito.

«¿Dónde está el de Vox? ¿Se ha ido a buscar a su caballo?». Con estas palabras accede al colegio el apoderado del PP poco antes de que empiece el recuento. No es el único comentario guasón que hará en las próximas horas y a los que los demás, dispuestos a mantener la camaradería de la jornada, harán oídos sordos. A falta de diez minutos para las ocho, empuñan ya sus carpetas y bolis para el recuento. A las ocho en punto se cierra la puerta. Los agentes se sientan, tras doce horas de pie. Se abren las urnas. Primero, el Congreso. Con todo su papeleo. Y luego, el Senado. Que no tiene menos papeleo. No faltan los votos nulos. Desde el papel higiénico en los sobres (¿voto útil?), al típico dibujo del órgano reproductor masculino pasando por un «Obama presidente». «Nos ha fallado la loncha de chorizo», bromean en la sala, donde todos están ya cansados y deseando marcharse. El recuento no está exento de tensión. Hay dudas con algunos votos al Senado. Las presidentas quieren darlos por buenos, pero el apoderado del PP se niega. A los demás les da igual. Es tarde, si ellos no van a defender sus propios votos... Nulos se ha dicho.

El recuento acaba pasadas las once de la noche. Y aún queda papeleo. Actas que rellenar. Tres sobres que preparar. Uno para la trabajadora de Correos que hace rato que espera. Y los otros dos para la junta electoral, con custodia policial. Los vocales se van. El coche patrulla no se sabe cuándo podrá pasar y, además, hay que buscarse la vida para volver a Platja d'en Bossa. Al final, los agentes en su propio coche escoltan a las presidentas, también en sus vehículos. Los presidentes de mesa se cruzan en la puerta del Cetis. Todos tienen cara de zombi. Es casi medianoche. Llevan 16 horas trabajando ininterrumpidamente para el Estado. Por 65 euros. «Esto no está pagado», coinciden, ya libres de sobres, votos nulos, actas de escrutinio, de sesión, de constitución de la mesa...