Justo hace un año, al cámara y realizador ibicenco Albert Martos le llamó la atención un reportaje en la prensa del día. Se cumplía el primer aniversario de la represión militar contra la población rohingya en la República de Myanmar, una minoría musulmana en un país budista. La indignación que le produjo el «genocidio silencioso que viene sufriendo esta etnia, sin que el resto del mundo se entere», le empujó a preparar un documental, 'Vivir sin país, el exilio rohingya'. (Mira aquí todas las imágenes)

Martos ya había grabado en India y Nepal para dos proyectos anteriores, 'El color del alma' y 'El legado de Birendra', así que a su jefe en la productora audiovisual Pauxa, Pablo Alcántara, no le extrañó la petición de su compañero. «Me dijo si podía pedir las vacaciones para ir a Bangladés a grabar en los campos de refugiados de los rohingya y yo acababa de conocer el tema por una campaña de Amnistía Internacional, porque es una crisis humanitaria muy oculta», recuerda Alcántara.

Martos no solo vio cumplido su deseo de ir a documentar esta crisis humanitaria, sino que la productora para que la trabaja se sumaba a sus planes y asumía el proyecto. En este reto le acompañaría a las cámaras Luna Alcántara, la hija de Pablo. «Se habla mucho del tema religioso en la crisis rohingya, pero muy poco de los intereses económicos que esconde», lamenta Luna.

Petróleo y gas

El suministro de petróleo y gas a China desde el estado de Myanmar donde nace el conflicto, Rakhine (Arakán para los rohingyas), es señalado como el plan geopolítico detrás de la intervención del ejército. Pero la represión de los musulmanes en Myanmar viene de atrás: «Tienen un campaña de fake news.

VIVIR SIN PAÍS, EL EXILIO ROHINGYA from Pauxa Producciones on Vimeo.

Los rohingyas llegaron a Rakhine en el siglo XIX, después de que el Imperio Británico tomara el control de la Bengala Oriental (la actual Bangladés). De hecho, siempre han sido considerados como inmigrantes bengalíes por los budistas, pero, tras la independencia de Birmania, los musulmanes pudieron convertirse en ciudadanos del nuevo país gracias a la constitución. Sin embargo, se les privó de este derecho en 1982.

«Los que tenían la ciudadanía antes de 1982 la conservan, pero los que nacieron después, no». «Se convirtieron en un pueblo apátrida y sin derechos en Myanmar», afirma. La represión militar entre 2012 y 2016 ya causó la huida de 300.000 refugiados a Bangladés. Pero el 25 de agosto de 2017 llegaría el violento ataque que asoló las aldeas musulmanes de Rakhine, con 700.000 personas huidas hasta el país vecino, que recrean los desgarradores testimonios de 'Vivir sin país, el exilio rohingya'.

Laberinto burocrático

Antes de su llegada a los campos de refugiados de Bangladés, Martos tuvo que superar el quebradero de cabeza de la tramitación burocrática para conseguir el visado de prensa. «Pero, además, después debíamos conseguir in situ otro permiso de la administración de los campos de refugiados», afirma. Así que iban a llegar a Bangladés sin saber a ciencia cierta si podrían entrar a grabar y entrevistar a los refugiados.

Como avanzadilla, Martos fue solo a Myanmar en noviembre para grabar imágenes que pudieran acompañar al documental. Evidentemente, entró como turista pero su cámara réflex le hizo pasar desapercibido y cumplió su cometido, aunque sin poder llegar al estado de Rakhine donde se originó la crisis. Allí también le sorprendió el carácter pacífico de los birmanos budistas, lo que refuerza su sospecha de que el rechazo a los musulmanes «y a todas las demás minorías étnicas del país» está promovido por oscuros intereses administrativos.

La recogida de testimonios empezó en Londres, donde el equipo de Pauxa Producciones entrevistó a dos líderes en el exilio: Nurul Islam, presidente de la Organización Nacional de los Rohingyas de Arakán, y Mohammed Ilyas, presidente de la Asamblea Nacional de los Rohingyas de Arakán. Además del millón de refugiados en Bangladés, la represión étnica de esta población desde la independencia de Birmania ha originado más de cuatro millones de exiliados en el resto del mundo.

Las entrevistas a estos dos dirigentes les sirvieron para conseguir los contactos en los campos de refugiados para llevar a cabo el documental, pero Martos también tuvo que recabar apoyos de varias ONG y de la Organización Internacional de la Migración de Unicef. Con todos estos requisitos, consiguieron el visado de prensa de la Embajada de Bangladés. «Solo nos dieron siete días, queríamos trabajar más tiempo», lamentan, aunque ya podían embarcarse en el rodaje.

Albert y Luna, cargados con tres cámaras, trípodes y el resto del equipo técnico, viajaron de Barcelona a Qatar y de allí a Daca, la capital de Bangladés, donde aterrizaron el 8 de junio. Les quedaba el vuelo interior para llegar a Bazar de Cox, un puerto pesquero en el Golfo de Bengala y la ciudad más cercana al mayor campo de refugiados del mundo, Kutupalong.

Bangladés les impactó como país pobre, superpoblado y lastrado por los ciclones del monzón. Encima, una joven alta, rubia y de ojos claros como ella lo tenía difícil para pasar desapercibida. «Es que todos, absolutamente todos me miraban con una cara que... ufff....», resopla, aún violentada al recordarlo. Esas miradas sin disimulo no la acosaron en el campo de refugiados, pero el impacto ante las condiciones de vida y los testimonios que encontraron son de una brutalidad que todavía hace que se estremezca.

En Kutupalong se hacinan 700.000 personas huidas tras el ataque militar del 25 de agosto de 2017. Los dos ibicencos tenían permiso para entrar en el campamento a las diez de la mañana y debían abandonarlo a las cuatro de la tarde, cuando sonaba el toque de queda. Debían invertir dos horas y media para recorrer los 30 kilómetros que separaban su hotel en Bazar de Cox del campo de refugiados, con lo que cada día pasaban cinco horas circulando «por unas carreteras que dan miedo».

Durante la entrevista, Albert Martos, Luna y Pablo Alcántara muestran las imágenes del campamento en su ordenador portátil. «Es inmenso, imagina una ciudad como Barcelona hecha sólo de chabolas de bambú y sobre un suelo de arena que no es firme y que se inunda y deben reconstruir durante los seis meses del monzón», relatan. Hay una foto muy ilustrativa, con una panorámica ocupada por chamizos entre los que sobresale un solo árbol: «Todo esto era jungla, pero la han deforestado para conseguir leña».

No hay electricidad, así que recurren a generadores y baterías, ni tampoco agua corriente, con lo que a lo largo del campamento se han instalado fuentes con perforaciones. Pero el agua del subsuelo se contamina con las aguas fecales, que discurren desde las chabolas a los riachuelos por acequias al aire libre. Las lagunas encharcadas que dejan los ciclones del Monzón también son un foco de infecciones y el cólera es la gran amenaza en estas poblaciones.

Luna abre Google Maps en su móvil y localiza la zona fronteriza de la costa de Bangladés con Myanmar. A medida que va ampliando la pantalla, desaparece el color verde del mapa y va descubriendo una gigantesca área desolada cubierta por las construcciones precarias de Kutupalong. En su teléfono también guarda vídeos que les pasaron los refugiados rohingyas del infierno que vivieron el 25 de agosto.

El horror

«Son muy fuertes», avisa. Aparece una panorámica de una jungla con colinas de las que emanan columnas de humo. Son las aldeas incendiadas por los militares. La perspectiva del vídeo se dirige a unos restos de cabañas y troncos, entre los que se adivinan cadáveres carbonizados. Imposible seguir con los vídeos que muestran cuerpos decapitados.

Martos invita a ver el tráiler del documental. Además de los dos dirigentes del exilio en Londres, han entrevistado a otras once personas, siete de ellas refugiadas y el resto representantes de entidades médicas o educativas. También cuentan con el testimonio de Razia Sultana, presidenta de una asociación de ayuda que fue distinguida con el Premio Internacional de Mujeres Coraje que concede Estados Unidos. «Hay un problema de tráfico humano en los campamentos porque ofrecen a las familias un matrimonio en Malasia o países de la zona para sus hijas, pero luego acaban en redes de prostitución o de esclavitud», explica. «Razia Sultana se encarga de preparar e informar a las familias para estos casos», detallan.

Pero los testimonios que les han dejado una huella más profunda son los de los refugiados, como el de Dildar Begum, una mujer de 30 años, la única superviviente, junto a su hija, de una familia de 35 miembros. Ella tenía un bebé de un año. «A Dildar la violaron ocho soldados delante de sus dos hijos y, como no paraban de llorar, un soldado partió en dos al pequeño con un machete», indican. En la entrevista, la mujer relata que creía que había muerto, porque no podía sentir nada en ese momento, pero, al darse cuenta de lo que acababa de pasar, rompió a llorar. El soldado la hizo callar con un machetazo, del que pudo sobrevivir. A los pocos meses de llegar al campamento, vio cómo se le desprendía el feto de esa violación en el baño.

También les ha impactado profundamente Faridullah, un niño de siete años que vio cómo aniquilaban su aldea y violaban a mujeres. Es el único miembro vivo de su familia y pudo escapar con un vecino que ahora lo acoge, otro de los pocos supervivientes.

Son tres minutos de tráiler y ya cuesta contener la emoción tras visualizarlo. «Yo lloré», confiesa Pablo Alcántara, «pero Albert y Luna llegaron completamente destrozados de Bangladés». «Albert vino a la productora con la cara descompuesta a empezar a montar las entrevistas y le tuve que decir que se tomara un descanso», recuerda.