Junto al renovado paseo de s´Alamera, Santa Eulària ha estrenado un espacio cultural dedicado al pintor Laureà Barrau i Buñol, vecino durante décadas de la localidad y que, sin embargo, es un gran desconocido para buena parte de los ciudadanos del municipio.

Barrau (1863-1957) nació en Barcelona y se formó como artista en Francia, Italia y Argentina. En 1912 llegó a Eivissa por primera vez acompañado por su esposa, la francesa Berta Vallier. Según relata ésta en uno de sus diarios, quedó cautivado por la luz y por las mujeres «ibicenses». Tanto que sus visitas se hicieron cada vez más frecuentes y las estancias más largas hasta que se estableció definitivamente en la isla. Primero de alquiler, en Dalt Vila, y después en Santa Eulària, donde residió junto al Teatro España hasta que compró la casa de persianas verdes (situada frente a la gasolinera de la calle Sant Jaume) en la que vivió y en la que murió.

Tras su muerte, su viuda se comprometió con la parroquia de Santa Eulària a legar todos sus bienes y parte de la obra del artista a cambio de que le permitieran construir un panteón para ambos en el cementerio que la Iglesia posee en el Puig de Missa. En ese enclave se compró una casita para poder vivir junto al lugar donde reposara su marido, que inicialmente, y a la espera de que se construyera ese panteón, recibió sepultura en el Cementerio Viejo de Vila.

Doña Berta, como se la conocía, murió en 1964, pocos años después de su marido, y en su testamento dejó al párroco de la localidad sus dos casas, con todos los enseres que en ellas había y más de un centenar de cuadros del catalán. La mujer había creado años atrás un pequeño museo en homenaje a Barrau en su casita del Puig de Missa, lugar que el cura mantuvo intacto.

Museo de verano

Vicente Costa fue el párroco que recibió las obras de manos de la viuda y se encargó de conservar no solo los cuadros sino también los muebles, los pinceles de Barrau y su caja de pinturas. Aquel museo solo abría en verano, pues los inviernos eran demasiado húmedos en una casa orientada al norte. «Cuando llegaba el frío descolgaban todos los cuadros. Los guardaban en la casa parroquial y después los volvían a colgar exactamente en el mismo lugar en el que los tenía doña Berta; de hecho, estaban numerados en su reverso y cada número se correspondía con un espacio en la casa», relata Toni Tur Sendic, técnico municipal de Cultura del Ayuntamiento de Santa Eulària y responsable de la puesta en marcha de esta sala junto a Paloma Miguel, una joven licenciada en Bellas Artes que trabaja en prácticas en la institución y se ha encargado personalmente de limpiar algunas de las obras.

Hace unos años el deterioro del inmueble obligó a cerrar aquel pequeño museo, en el que la carcoma había empezado a afectar al soporte de los lienzos. Unos pocos cuadros se trasladaron al Museu Etnològic, el resto de la colección se almacenó en la casa parroquial.

Desde que la viuda de Barrau muriera han pasado por Santa Eulària cuatro párrocos: Vicente Costa, Juan Riera, Vicente Tur Ribas y Vicente Ribas. Este último, preocupado por las humedades del espacio en el que se guardaban los lienzos, negoció el año pasado con el Ayuntamiento para que se buscara una mejor ubicación a la colección.

El convenio se firmó en octubre de 2013 y se acordó que la parroquia cediera la obra durante 30 años a cambio de que el Consistorio encontrara un lugar donde ofrecer una exposición permanente y asumiera también la restauración y conservación de las pinturas. La colección fue tasada antes de rubricar el convenio y se determinó que el valor actual de lo que acoge la nueva sala ronda los 350.000 euros, cuantía por la cual se ha contratado un seguro.

Legado dividido

Cuando doña Berta decidió dividir el legado de su marido, mandó buena parte de las obras a Terrasa. Paloma Miguel señala que muchas de ellas están conectadas con las que permanecen en Eivissa porque «Barrau realizaba siempre un dibujo preparatorio, después un boceto más elaborado y finalmente montaba la obra en función de los anteriores, como si de un collage se tratara». Como consecuencia, en Santa Eulària se exponen algunos óleos cuyos dibujos permanecen guardados en Barcelona y allá tienen cuadros que son el resultado final de bocetos incluidos en el legado ibicenco.

En los 90 metros cuadrados del que hasta hace unos meses era el Sindicat Agrari, se exponen ahora más de un centenar de piezas de Barrau: no solo sus cuadros, también parte del mobiliario que el matrimonio trajo consigo al instalarse en la isla y objetos de cerámica que coleccionaron con mimo. La parte de su legado que Berta decidió donar a la parroquia de Santa Eulària incluía 186 piezas a las que se han sumado cinco obras propiedad del Consell (algunas de las cuales estaban hasta ahora colgadas en los despachos de algunos consellers y han sido cedidas por un periodo de cinco años) y otras tres que pertenecen al Ayuntamiento, puesto que fueron adquiridas de otras colecciones con independencia del legado, y que, en el caso de las dos de mayor formato, cubrían las paredes del despacho de alcaldía.

Prácticamente todas las piezas del legado Barrau han requerido restauración, una labor que ha durado más de dos meses y para la cual el Consistorio ha contado con Nina Ferrer (responsable de las piezas de papel) y Pepa Roig (pinturas). De hecho, la tarea continúa porque más de una treintena de obras están siendo restauradas en este momento y el Ayuntamiento prevé que haya una rotación de manera que algunas de las ahora expuestas sean descolgadas para su limpieza y arreglo y sustituidas por otras que forman también parte de la colección pero permanecen guardadas en el altillo construido en la misma sala.

Sendic explica que la de Barrau no será una muestra estática. El Consistorio cuenta con más obras de las expuestas, de manera que las temáticas y épocas podrán ir variando.

El Sindicat Agrari, cuyos integrantes celebraron esta semana el día de su patrón, Sant Isidre, cedió su antigua sede, situada en s´Alamera, a cambio de que el Ayuntamiento restaurara también y expusiera al público el cuadro de honor de los socios fundadores (1928) y las fotografías de la primera junta directiva y de todos los socios. Esta última imagen se reprodujo en el mismo lugar, pero los protagonistas esta vez fueron los actuales socios, algunos de los cuales son bisnietos de aquellos fundadores.

Colecciones particulares

La inauguración de la nueva y céntrica Sala Barrau permite revalorizar la figura de este pintor. Algún vecino ha descubierto al visitar la muestra que el dibujo que tiene en casa es en realidad el boceto de un cuadro e incluso hay coleccionistas de otras ciudades que poseen obra de este autor y han viajado ya a Eivissa para visitar la exposición.

«Sabemos que en Santa Eulària hay aún bastantes obras de Barrau en colecciones privadas. Quizás en un futuro se puedan redescubrir estos cuadros que están en manos de particulares y que enriquecerían mucho la muestra y permitirían tener un catálogo más completo», apunta el técnico de Cultura, quien confirma que, pese a los cambios de ubicación sufridos por el legado, no se ha perdido ni una sola de las obras inventariadas.

De la selección y agrupación de las obras en conjuntos para su exposición se han encargado Sendic y Miguel con la ayuda de Elena Ruiz, directora del Museo de Arte Contemporáneo de Eivissa (MACE). Las zonas se han diseñado con arreglo a la temática de los cuadros y a la técnica utilizada, procurando proteger de la luz los dibujos en papel.

Uno de los puntos más atractivos de la exposición es el rincón de Berta. Sobre una cómoda muy femenina y de formas curvas, procedente de Barcelona, se han dispuesto seis retratos de la esposa del artista. A unos pasos se agrupan varias imágenes costumbristas: una mujer sacando agua, otra sentada en el porche de la iglesia, la seca de albaricoques o el Cementerio Viejo de Vila, donde los restos del pintor descansaron por algún tiempo en un panteón de la adinerada familia Montero. Bajo esas pinturas una pequeña mesa de madera acompañada por dos de las sillas del salón del matrimonio, forradas en terciopelo verde.

En la vitrina de la sala se han colocado las piezas de cerámica conservadas: antiguos frascos de farmacia, jarras y muchos platos decorativos que en su día adornaron alguna pared. «Con la cerámica hay poco que hacer. Las piezas no se pueden volver a cocer y muchas están astilladas por dentro», advierte Paloma Miguel.

En una de las esquinas el visitante encuentra bocetos muy elaborados de caballos y burros, animales que pintó en muchas ocasiones, y que fueron reproducidos después como parte de otras obras más complejas. Junto a las ventanas y a los lados de otra gran cómoda modernista se han situado dos de las obras cedidas por el Consell de Eivissa, ambas de gran formato. En una aparece un joven pescador sin camisa y al fondo, recortada, se distingue la silueta de Santa Eulària. En la otra dos aguadoras con sus cántaros.

La pared «mágica»

Miguel califica de «mágica» la pared sobre la que los visitantes fijan su mirada al entrar en la sala. Se ha pintado de verde, y bajo una enorme reproducción de la firma del autor aparecen casi 40 cuadritos, «como pequeñas postales», todos ellos cercados por diferentes molduras doradas. «El dominio del color es increíble, la expresión, la pincelada€ Esta es su paleta, describe la técnico mientras señala un gallo al que Barrau eliminó la cabeza. En la pared perpendicular aparecen algunas acuarelas que pronto serán descolgadas porque las telas se han abombado con el tiempo y la humedad y necesitan una intervención. Barrau trabajaba habitualmente el óleo y solo recurrió a las acuarelas, más cómodas, en una etapa en que la salud le era esquiva.

En otro de los espacios diseñados destacan los retratos que pintó de Berta y de sí mismo, dejando testimonio de la madurez de ambos. Junto a ellos, el de la pequeña Dorita y de un caballero con bigote al que no se ha logrado identificar aún. Un buen número de carboncillos y bocetos a lápiz cierran ese último rincón de una exposición que, sin embargo, queda abierta a nuevas incorporaciones.