­«¡Basta ya, tenemos dignidad!», gritan los integrantes del piquete informativo que recorre las calles más céntricas de Ibiza bajo los paraguas y armados con megáfonos y estridentes silbatos. La lluvia ha dado un respiro: anoche los sindicalistas habían quedado a las once en el edificio Brisol, en la avenida 8 d´Agost, para formar un piquete pero decidieron abortar la operación dado que el agua les llegaba hasta la rodilla y las calles y carreteras estaban inundadas.

El piquete peina Vila durante más de tres horas (desde las nueve de la mañana) e integrado por entre cien y 250 personas en algunos momentos, según cálculos del secretario general de CCOO, Felipe Zarco, que marcha a la cabeza. Si no fuera por este grupo cargado de banderas rojas de UGT y CCOO nadie diría que hay huelga general: apenas han cerrado locales -el bazar Rosana ha colgado dos carteles en su fachada, militante, para que no haya duda: está cerrado por la huelga y anima a secundarla- y los bares sirven cafés como cada mañana a los clientes que ocupan las mesas y las barras. Miquel Ramon, de Esquerra Unida, observa que en el primer tramo de la calle Aragón hay más establecimientos cerrados que de costumbre, pero no se atreve a atribuírselo a la convocatoria sindical: «Hay tantos sitios cerrados por la crisis que ya no sabes...», reflexiona, mientras sujeta una bandera con una mano y un cigarro con la otra.

El grupo se va deteniendo delante de cada comercio abierto y grita consignas: «Os van a explotar igual», clama Zarco a través del megáfono. Algunos locales optan por cerrar al paso del piquete. Los sindicalistas reparten folletos en los que se resumen las razones de la huelga que se ha convocado en toda Europa para reivindicar que «hay culpables, hay soluciones»: «Nos dejan sin futuro. Echa el cierre un día para no tener que cerrar siempre».

El piquete se para delante de la pastelería La Canela y se producen momentos de tensión. Algunos sindicalistas más exaltados instan a los dependientes y al dueño -que están en la puerta junto a un policía que trata de templar los ánimos- a que cierren, mientras otros corean «chulería, chulería», «no compréis en esta tienda». El dueño, Gonzalo González, se encara con ellos y les reprocha que se ensañen con los pequeños comerciantes: «Idos a Matutes, a Mercadona, no a joderme a mí -grita indignado-, venís a chillar a los pobres comerciantes». Su hija, que también trabaja en el negocio familiar (y su hijo, y su mujer), se enzarza con los sindicalistas: «Yo no puedo chapar, cómo pago mi casa». Y zanja: «Esto es una vergüenza». Su padre, alterado, explica tras el paso del piquete: «Yo tengo derecho a trabajar. No voy a cerrar la puerta, no lo hice antes y no lo voy a hacer ahora. De aquí comemos todos, mi hijo, mi hija y mi mujer». El piquete se aleja mientras algunos siguen gritando: «Hala, que vendas muchos pasteles», «a ver si os arruináis».

El Mercat Nou, abierto

En el Mercat Nou el paseo de la comitiva roja (el color de los petos, chubasqueros y banderas que lleva la mayoría) es más relajado. Reparten propaganda, algunos charlan con las dependientas, una mujer afea con amabilidad a una señora que compre en un día de huelga general -la señora se ríe y muestra su bolsa: «Si no llevo casi nada»-. Son las diez y media de la mañana y la zona de las pescaderías está desierta y a oscuras, pero los del piquete no se dejan engañar: no es que los pescaderos estén más concienciados, sino que el temporal ha impedido que llegue pescado y tienen el día libre porque no les queda otro remedio. La mayoría de los puestos están abiertos, pero las pocas clientas que hay esquivan a los piquetes girando por otro pasillo, como la ex Defensora del Pueblo, María Luisa Cava de Llano, que empuja un carro de supermercado lleno de bolsas de las que asoman enormes y brillantes pimientos rojos.

«También te están robando a ti», espetan a los dependientes del mercado, que observan como si no fuera con ellos. «Los obreros son los que consumen», «os pedimos solidaridad», «no nos mires, a ti también te afecta», siguen gritando. Un sindicalista se dirige a una mujer de un puesto de venta: «Si al final estamos todos en la misma barca: unos no van a poder comprar y otros no van a poder vender», resume.

Unos escuchan las consignas y comentarios de los manifestantes con simpatía, pero no todos las comparten. «Encima de como están las cosas hacen huelga -critica una clienta-. Dame choricitos», pide a la charcutera, que responde, amable: «Te gustan picantitos». De fondo se oye el coro: «A ti que estás mirando, también te están robando».

Los silbidos y los gritos arrecian delante de las entidades bancarias, la sede del PP y la del Consell, donde varios policías contemplan la escena desde la entrada. Parece que hay poca actividad en el edificio, en cuya planta baja, sin luz, no hay nadie, solo un cartel en el que indica que se atiende en el primer piso.

«Defendemos tu paga extra», recuerda Zarco a los funcionarios que han acudido a trabajar y que el próximo mes tendrán que apañarse en Navidad sin extraordinaria debido a los recortes. Pero nadie se asoma tras los cristales.