Los primeros años

«El aprendizaje básico, leer y escribir, lo hice durante los años de la guerra»

«Nací en Valencia en 1931, en un edificio de la calle Marqués de Caro, junto a Na Jordana, en pleno centro histórico de la ciudad, en el barrio del Carmen. La zona estaba repleta de antiguas iglesias que, posteriormente, serían bombardeadas por la tropas nacionales, porque habían sido convertidas en depósitos de armas.

Las primeras letras las hice en un modesto parvulario que regentaban unas monjas, cercano a casa. Recuerdo las gradas de madera y que era mixto. Creo que no duró mucho tiempo más.

Como era el hijo primero de mis padres los juegos eran con otros niños y niñas de la escalera de aquel edificio. No nos dejaban salir a jugar a la calle cuando las cosas empeoraron al comenzar la guerra.

Precisamente al inicio de la guerra mi padre fue detenido, juzgado por el delito de ser «desafecto a la República» y condenado a un año de cárcel. La condena se transformó en un cautiverio por varios campos de concentración durante los dos años siguientes.

El aprendizaje básico, leer y escribir, lo hice durante los años de la guerra civil, en mi propia casa, gracias a la labor infatigable de mi tío Rafael Gimeno, que me enseñó mucho más que un profesor. Con el final de la guerra, regresado mi padre de su infortunio, ingresé en primaria en el colegio, medio en ruinas, de los Padres Escolapios. Creo que no disponían de muchos religiosos, había un excelente conjunto de profesores seglares, represaliados por ideología, que resultaron de fundamental dirección en un aprendizaje bastante liberal.

Esta fase de enseñanza primaria duró hasta el año 1941, de manera que en septiembre de aquel año empecé mi bachillerato.»

Juventud y universidad

«Durante los veranos no estaba de moda el mar, sino las estancias en los pueblos de montaña»

«El periodo de mi juventud fue muy duro para todo el mundo, había pobreza y penuria en el ambiente. Los ´pequeños´ aprendimos pronto a romper zapatos y a jugar al fútbol en el patio del colegio.

Recuerdo que mi tío Rafael me llevó por primera vez al campo de Mestalla para ver un partido de fútbol del Valencia y luego me hizo socio infantil.

Durante los veranos no estaba de moda el mar, sino estancias en los pueblos de montaña cuyos aires beneficiaban a los pequeños con problemas pulmonares. Conocí diversas poblaciones de Teruel y del Alto Palancia (Castellón).

Las escasas diversiones en aquella Valencia se reducían a los conciertos dominicales de la Filarmónica y a los partidos de fútbol de la liga española.

Al finalizar el bachillerato y el llamado examen de Estado, se me presentaba el problema de qué dirección tomar, en qué Facultad matricularme. Como era algo versado en matemáticas, mi profesor me orientaba en la ingeniería. Pero había que ir a Madrid o a Barcelona, y los medios familiares no permitían tanto dispendio.

Entretanto, a punto de finalizar el verano de 1948, había que decidir entre las distintas Facultades existentes en Valencia y elegí la de Derecho. También lo hicieron la mayoría de mis amigos del colegio, de manera que la transición a la Universidad no fue demasiado traumática.

La criba efectuada a lo largo del ciclo universitario fue tremenda. De los más de cuatrocientos que comenzaron el primer curso, tan solo finalizamos unos treinta. Y al examen voluntario de licenciatura solo nos presentamos seis.

Después de licenciarme se volvió a plantear la misma pregunta: ¿qué hacer ahora? Es famoso el dicho «en Derecho se abren muchas salidas», pero el gran tema era saber cuál era la salida adecuada en mi caso.

Mi padre hizo que fuéramos a consultar a mi tía abuela, la madre Genoveva Torres Morales, y en la primera ocasión en que hablamos, después de exponerle mis dudas, me indicó la vía del notariado como salida más adecuada para mí.

Afortunadamente se interpuso ante el tema vocacional la dinámica vital, lo que implicaba tener que dejar resuelta la vida militar. Hice milicias universitarias, mientras era estudiante, en dos veranos, en un campamento de Málaga, y seis meses de prácticas en un regimiento al finalizar los estudios, que resultó ser el de Ibiza.

Esta fue una etapa corta de mi vida, pero en un duro invierno. Recuerdo que tuve de oficial instructor al teniente Cosme Vidal Lláser, intachable militar y versado en artes literarias. Era un hombre muy culto y un amigable y excelente conversador. Durante la época de las maniobras, junto al que era mi teniente José Villegas, otro excelente y gran militar, recorrimos toda la zona noroeste de la isla, con base en Sant Joan. Era un paraíso total.

En marzo de 1954 ya estaba libre en lo militar. Como no quería ser una carga para mis padres, tomé la decisión de presentarme a las primeras oposiciones que se me presentaran. Me ofrecieron el temario de las oposiciones a técnicos de Administración civil. El primer ejercicio era escrito y los otros dos orales. Había unas veinticuatro plazas y se presentaron más de ochocientos. Afortunadamente obtuve el número 4 y se me destinó a Vizcaya.»

Bilbao, primer trabajo

«En los años vividos en Bilbao pude constatar la dureza de la censura»

«Con motivo de la toma de posesión en Bilbao pasé por Zaragoza para visitar a la tía abuela, madre Genoveva, que me volvió a insistir en que yo debía aspirar a algo más y que debía preparar ´notarías´, asegurando, muy convencida, que «has de hacerte notario», lo que años después se cumpliría.

Mi tía abuela falleció el 3 de enero de 1956, en lo que se dijo entonces «olor de santidad». Posteriormente fue declarada venerable, después beata, y santificada por Juan Pablo II en Madrid en el año 2003. Invitado a tal evento, mi hermana Amparo y yo pudimos participar en el solemne acto de santificación.

Durante los años vividos en Bilbao pude constatar la dureza de la censura que, increíblemente, podaba la famosa revista jesuítica ´El mensajero del corazón de Jesús´. Afortunadamente, mi función estaba centrada en el turismo y en el procedimiento administrativo.

En aquella época pude asistir a los numerosos espectáculos de ópera de la ABAO, visitaba asiduamente el campo de San Mamés para admirar a mi equipo de fútbol, el Athletic de Bilbao, que participó en las primeras ediciones de la Copa de Europa. Tenía una gran amistad con el director de Radio Bilbao-Ser, Eduardo Ruiz de Velasco, e incluso llegué a colaborar en algunos de sus programas. Participé, si bien indirectamente, en la creación y constitución de la primera Federación de Cine-Clubs de España y pude comprobar con asombro el enfrentamiento entre los cine-clubs del SEU (Sindicato de Estudiantes Univeritarios) y los cine-forum de la Iglesia.

Durante este periodo en Bilbao había comenzado a prepararme para unas oposiciones de mayor calado, incluso me propuse participar en las de ingreso en el Consejo de Estado como letrado. Consulté el tema con mi amigo José Luis Villar Palarí, que me recomendó preparar ´notarías´ y sugirió mi traslado a Valencia.»

Oposiciones a notaría

«Ingresé en el notariado en las oposiciones que se convocaron en 1965»

Llegué a Valencia en octubre de 1957 después de la tremenda riada de días antes. Todo el barrio viejo, donde vivían mis padres, había sido tremendamente castigado: el agua llegó a más de tres metros de altura. Había barro por todas partes y los jóvenes se ofrecían para sacar el barro aquí y allá con los escasos medios que nos daban.

El periodo siguiente, entre 1957 y 1960, fue de muchas dudas e inseguridad. La vida funcionarial continuaba y no me decidía a la vertiente notarial por la dureza de la preparación. Por fin, en 1960 ingresé en la ´escuela notarial´ de un célebre registrador de la propiedad, Emilio Bartual Vicens.

Fue muy duro compaginar la preparación con mi trabajo. Don Emilio era duro pero amable en el fondo. Tenía una rara habilidad para dar consejos. Con un cierto retraso por la edad, y tras dos intentos, ingresé en la notariado en las oposiciones que se convocaron en Madrid en 1965.

La oposición finalizó en diciembre del 65, enero del 66, y se abría un mundo nuevo y realmente diferente y apasionante. Me hacía una gran ilusión ir a un lugar diferente y, además, en aquella primavera me casé con la que es mi mujer, Mª Dolores Torres Puget, de raíces ibicencas por línea materna, a quien había conocido en Valencia años atrás y que, cosas del destino, sería la que me iba a dirigir de nuevo a las Pitiusas, a aquella Ibiza mágica que yo había dejado en un tiempo lejano.»

Primera notaría

«La plaza adjudicada era Puebla de Guzmán, en Huelva»

Como resultado del orden del número final de los aprobados, me correspondía tomar posesión en el Colegio notarial de Sevilla. La plaza adjudicada era Puebla de Guzmán, en Huelva, y hasta allí nos condujo el notario de Valverde del Camino, que era el sustituto legal entonces.

Tuve la gran fortuna de tener como compañero en la ciudad de Huelva al notario Enrique Fosar Benlloch, viejo amigo de las aulas universitarias, de las milicias y de tantos otros eventos compartidos. Enrique me asesoró y ayudó en todo momento.

Aquella primera notaría rural en Huelva me ayudó mucho humanamente. La gente era muy amable y se desvivía por atender al nuevo notario. Todos vivían modestamente, la mayoría de los hombres había emigrado a Alemania. La peste porcina había hecho estragos en la economía de toda la comarca.

La notaría comprendía una superficie de terreno mayor que las Pitiusas, con ocho municipios que visitar periódicamente. En cada uno de ellos el notario tenía su ´delegado´. De entre estos ayuntamientos, los más interesantes eran los de Tharsis, por las minas célebres, y Alosno. Las idas a Alosno eran frecuentes y muy divertidas. De allí aprendí muchas cosas del flamenco. Otro municipio célebre era el de Paymogo, casi junto a la frontera con Portugal, donde comprábamos café torrefacto de Angola.

Las relaciones periódicas en el Colegio notarial de Sevilla eran siempre concurridas y divertidas. El Colegio tenía una caseta propia en la famosa Feria de abril. Era también importante, dentro de la región de Huelva, la preceptiva asistencia a la también muy famosa Feria del Rocío.

La estancia en Huelva finalizó en el mes de enero de 1968, cuando se me anunciaba que, en el concurso de traslados, me correspondía una vacante nueva, creada en la Demarcación notarial de 1967. La notaría era la isla de Formentera.»