Heridas del pasado

Uno de los chicos de catequesis me recuerda el pasado viernes: «el martes es el Día de la Paz», cierto. No lo había olvidado, simplemente pensaba que era el miércoles, exactamente el Día de la No Violencia y de la Paz. El primer día del año, también como Iglesia, al iniciar un año nuevo, celebramos la Jornada de la Paz. Todos los días son pocos para pedir por la paz. La paz en el mundo, en nuestras familias, en nuestro interior tan perturbado por todo lo que acontece cada día. Vivimos en un mundo necesitado de paz.

La semana pasada rezábamos por la Unidad de todos los cristianos, una semana ecuménica, esta semana rezaremos por la paz. Rezar por la paz es trabajar por la paz, no es estar pidiendo algo con los labios y tirando piedras al que esta al lado. La oración es fruto de la acción y la acción nos debe llevar a la oración, por eso «a Dios rogando y con el mazo dando». Todo depende de uno mismo y desde esa interioridad encontrar que la fuerza para seguir «dando» nos viene de Dios.

Cuántas veces no hay paz en nuestros corazones por heridas del pasado, recuerdos que perturban nuestra paz, palabras que han herido, gestos que no podemos olvidar. Todas estas heridas guardadas con rencor imposibilitan la paz personal y la paz, muchas veces, como pueblo.

Viendo las guerras actuales, uno piensa, ¿cómo será posible restablecer la paz después de tanto daño, de tanta destrucción y de tanto dolor? Educar en la paz significa no provocar conflictos, ver como el diálogo es la pieza clave para encontrar solución a los problemas, pero también pasa por el curar heridas del pasado. Si no es así, es imposible encontrar paz.

Desde las aulas se quiere insistir mucho en educar para la paz. Importante, pero en el mundo violento en el que vivimos es necesario que, como todo, este aspecto educativo venga respaldado por las familias. En la familia está el fundamento principal para educar para la paz. Resuena continuamente en mi memoria aquel niño al que, diciéndole que no pegara, me respondía «mi papá me ha dicho que, si me pegan, pegue». Es difícil que desde tantos ámbitos intentemos curar heridas que dificultan la convivencia si desde las familias no colaboramos en que la paz sea una realidad en nuestros hogares y fuera de ellos.