Diario de Ibiza

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Andrés Ferrer Taberner

A pie de isla

Andrés Ferrer Taberner

Los mil caminos de Ibiza

Sospecho que hasta que no memorizas los principales caminos de tierra en Ibiza, no dejan en el fondo de considerarte aquí un forastero más, por muy bien que hagas tus deberes de residente.

Pero cómo podemos orientarnos cuando las vías vecinales no cesan de bifurcarse a diestro y siniestro jugando a confundirte. Menos mal que casi siempre tienes el mar a la vista, un punto de referencia insuperable. De todos modos, por mucho que el cerebro grabe la red viaria al completo siempre surgen dudas razonables sobre qué ramal coger. Al fin y al cabo, como dijo Franz Kafka, todo camino es una forma de vacilación.

Para ser esta una isla de modestas proporciones, y sobre todo con un interior tan aquietado, mira que hay caminos dondequiera que poses ojos y pies. Tantos que no pocos viajeros que se adentraron por ellos en el pasado se extraviaban sin remedio, circunstancia que les hacía sentirse ridículos, habida cuenta de lo pequeña que es la isla en comparación con el continente europeo, del que procedían la mayor parte. Pero así era Ibiza, un laberinto polvoriento al que acudir con un hilo de Ariadna sin fin para salir airoso.

En su libro ‘Las Antiguas Pitiusas’, publicado en 1868, el archiduque Luis Salvador de Austria nos dice sobre la isla que «una multitud de senderos atraviesan a su vez los campos para mal que bien comunicar entre sí las dispersas alquerías, de tal suerte que la geografía isleña se nos aparece cruzada y recruzada por doquier de caminejos y sendas».

En efecto, tal madeja de caminos obedece a la particularidad más sobresaliente de la geografía humana ibicenca tradicional: la dispersión rural de su población. La infinidad de casas y campos diseminados en el paisaje insular requería de caminos comunales y privados que comunicasen las heredades entre sí.

En ‘Viajeros Contemporáneos’, del escritor Vicente Valero, leemos que «cada finca era una isla en sí misma, de manera que los caminos eran como puentes, y los individuos debían de sentir así cierta sensación de proximidad». Este autor considera los caminos como un elemento más de la casa misma. «Una casa rural ibicenca», escribe, «empieza donde empieza su camino».

Por eso no es de extrañar que, al igual que las higueras más monumentales, muchos caminos gocen de nombre propio lo mismo que las fincas; una razón más a añadir para considerar toda esta red viaria de caminos de tierra patrimonio cultural.

Consciente de ello, el Ayuntamiento de Santa Eulària acaba de pedir la colaboración de los vecinos para elaborar el catálogo municipal de vías rurales. Este arduo trabajo de campo emprendido por el consistorio pretende definir, en el plazo de tres años, la titularidad y las características de unos 400 kilómetros ubicados en este municipio.

A mí me vendrá de perlas una publicación así, porque cada vez que salgo a correr con mis zapatillas y me aventuro por un camino nuevo pensando que es público, al final se me aparece siempre el propietario de la casa de turno adonde irremediablemente conduce aquel. Y encima me sale al paso armado con un perro con un lomo más alto que el de un toro, hechos ambos, amo y bestia, unos basiliscos. Como soy un larguirucho requemado por el sol, se empeñan en confundirme con un anglo recién aterrizado en la isla, por lo que me vociferan los dos en inglés (aquí hasta los perros lo hablan), razón por la cual acabo ya de desorientarme del todo y me adentro aún más en su propiedad. Si no se dan prisa con el catálogo, llegará el día que ya no lo contaré.

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