Diario de Ibiza

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Daniel Martín

El púlpito

Daniel Martín

Difuntos

Cientos de personas caminan entre los pasillos de nuestros cementerios, arreglando los nichos de sus seres queridos. Es curioso ver cómo esta tradición se mantiene viva entre nosotros, siendo los más mayores los que mantienen encendida la antorcha de todo esto. No hacemos un homenaje a la muerte, sino que, al recordarlos, alabamos la vida que con ellos compartimos y esperamos la vida que con ellos algún día disfrutaremos. Y es que todos tenemos ese deseo de eternidad en nuestro corazón. Pese a filosofías o corrientes ideológicas que quieran encerrarnos en lo meramente visible, siempre hay algo que araña en lo que somos y que clama eternidad. Por ello ese deseo de supervivencia, ese instinto innato de seguir adelante. No creo que todo el camino recorrido, todas las alegrías vividas, todo lo trabajado y sufrido, acaben sin más en un nicho. Los cristianos lo llamamos cielo, otras religiones lo califican y sueñan de otra forma, pero desde que el primer hombre miró al firmamento, sintió la necesidad de soñar que sus pasos no acaban en este tiempo.

Soñamos con una realidad invisible que nos abraza para siempre, junto a aquellos que nos precedieron. En Jesús hemos escuchado que en la casa del Padre hay muchas estancias y en el propio hecho de su resurrección, hemos sentido la fuerza recreadora sobre la muerte. Es cierto que algunos no tienen fe, o que no acaban de entender muy bien cómo es posible todo esto. Yo también me sorprendo ante el misterio en cada funeral y me sobrecoge la carga emocional de cada despedida. Pero como un gran filósofo apuntó, Pascal, prefiero apostar por la realidad de lo que me espera. Prefiero levantarme cada día con el corazón puesto en algo más allá de lo inmediato y material. Prefiero confiar en que aquellos que más quise hoy me siguen acompañando e intercediendo por mí. Prefiero soñarme eterno, para que el despertador de cada día no me sumerja en una agenda de sucesos inmediatos, sino que en ellos y desde ellos, me abran las puertas de lo invisible. En definitiva, prefiero ser un niño que confía en que la muerte es un paso, una Pascua, hacia los brazos de todo un Dios que solo sabe querernos. Que en paz descansen todos los nuestros. Que algún día podamos fundirnos con una mirada de amor que nos hace ser y nos sostendrá para siempre en la gloria de los que reposan de todos sus esfuerzos.

Daniel Martín | Sacerdote

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