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valentin villagrasa

Desde la Mola

Valentín Villagrasa

La temporada del serrucho

Pensaba que íbamos a centrar nuestras conversaciones en la ‘pertinaz’ sequía que nos persigue este verano. Desde aquellas lluvias de abril (han caído cuatro gotas contadas y de barro) esperábamos que las tormentas de finales de agosto que han castigado a zonas del levante peninsular nos llegarán como ‘aguas de mayo’ a primeros de septiembre. Danielle que venía de ‘huracán’ se ha quedado en asintomático al pasar por aquí. Y sigue haciendo ese calor húmedo, asfixiante que se ha convertido en el protagonista del verano. Lo cierto es que este tema, recurrente, ha acaparado el protagonismo en las conversaciones de bar o fiesta ilegal en las casas habilitadas para cayetanos de día, canallas de noche. Septiembre es propenso a adelantar sensaciones sobre la temporada. Hay quien califica (como en el 2018) este mes como un 40 de agosto (será para ti). Para otros la temporada no ha respondido a las expectativas. Ni por el número, ni por la capacidad de gastar del turista medio (de los pudientes no hablamos porque con o sin pandemia están ahí. A lo suyo). Se habla de una temporada serrucho (yo como mal pensado, lo había trasladado a los caminos laterales, de tierra, que de piso en serrucho entienden y mucho). Se trata en verdad de definir lo sucedido a lo largo de estos meses que suelen ser intensos en el sector de la hostelería y restauración. Me cuentan en varios establecimientos esa falta de continuidad en la ocupación. Hoy hasta las trancas y mañana con tranquilidad sospechosa. Al día siguiente vuelta a empezar con más nervios de los habituales. La normalidad la ponen los propios turistas. En julio y agosto vacaciones familiares, los niños, la suegra, las cuñadas y cuñados. Algunos pisos, casas de nativos y residentes se convierten en auténticos hoteles con literas incluidas, a cambio de un ‘hoy invitamos nosotros’ (estírate, cuñao, que para una vez toca langosta al huevo frito).

En septiembre parejitas (generalmente jóvenes, aunque algunas maduritas y repetidores, de fin de semana) han trabajado en agosto y vienen ahora que hay menos afluencia, se puede entrar en ses Illetes y algunos hasta regulan los precios. Regresan los alemanes y de países aledaños que despiden con sonrisa de falsa complicidad a los italianos ‘invasores’ (los criticamos, pero que no falten a su cita). Y en esas nos encontramos, cuando empiezan a llegar una y otra patera con migrantes, alguno en silla de ruedas, me cuenta Carmelo Convalia. Un suceso que nos devuelve a una realidad, escondida en nuestras conciencias, pero no nos puede dejar indiferentes.

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