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Prats, Xescu

Club Náutico Ibiza: ¿Cómo hemos llegado a esto?

El padre de un amigo, que supera de largo los noventa años, sale estos días a probar suerte con los raors junto a otro pescador aficionado, que tiene la barca amarrada en los pantalanes del Club Náutico Ibiza desde hace una eternidad. Pescar es lo que ha hecho toda su vida y, en parte, es probable que la inyección de energía que recibe cuando navega tenga relación con su longevidad. Si en el futuro próximo el CNI desaparece y un nuevo adjudicatario puramente especulativo implanta tarifas para millonarios, se le acabó la pesca.

Durante todo el fin de semana he leído con estupor las noticias relacionadas con el acto multitudinario organizado por el Club Náutico Ibiza el pasado viernes, que puso de relieve el extraordinario apoyo que esta entidad casi centenaria recibe de la sociedad ibicenca. El manifiesto, que escribió el historiador Felip Cirer y leyó el arquitecto Elías Torres, dos iconos de nuestra cultura, dejó bien clara la injusticia y el atropello descarado que se pretende perpetrar con la institución. Lo simbolizaban de manera especialmente significativa los niños de la escuela de vela de la primera fila, conscientes de que la posibilidad de seguir practicando su deporte favorito está en peligro.

Lo primero que debemos preguntarnos es cómo hemos llegado a esta situación. Por qué razón quien ha podido ponerle remedio no lo ha hecho. Desde hace 2.700 años, cuando los fenicios fundaron una ciudad de marineros y pescadores como Ibiza, su puerto siempre ha pertenecido a sus moradores. Al ser un territorio de titularidad pública, acabó asimilado por el Estado, que en teoría debería haberlo gestionado como tal. Sin embargo, en estas últimas décadas ha sucedido justo lo contrario: la bahía se ha ido privatizando progresivamente mediante concesiones multimillonarias, aniquilando la visión popular que siempre había tenido el puerto.

Que vengan multinacionales y fondos buitre a apropiarse de cadenas hoteleras y restaurantes es triste y lamentable, pero poco puede hacerse frente al fulgor de sus cheques en blanco. Sin embargo, que desde lo público se caiga sistemáticamente en esta misma tentación, y además con un oscurantismo inquietante, constituye una ofensa para todos los ibicencos. Es indigno de una institución de todos como la Autoridad Portuaria de Balears, que depende del Ministerio de Transportes. Máxime si quien la dirige es un expresidente del Govern balear, a quien se le presupone mayor conciencia social y una visión más allá de la puramente mercantil.

El primer despropósito provocado por el rumbo errático de quienes gobiernan el puerto fue echar a los pescadores de los andenes y mandarlos al extrarradio. No me cabe duda de que el muelle de grandes esloras que existe ahora les acabará proporcionando pingües beneficios, pero han matado de un plumazo el encanto y la atmósfera pintoresca que proporcionaba la presencia de la gente del mar, que siempre había marcado los ritmos de la ciudad. ¿Con qué derecho se nos hurtó a los residentes e incluso a los propios turistas el momento maravilloso del regreso de los llaüts a puerto y la descarga del pescado en plena ciudad, con sus cajas multicolores palpitando vida? Sustituyeron algo que nos hacía únicos por la vulgaridad de la ostentación y un monumento al despilfarro.

La APB ya no se conforma con especular con puertos deportivos y locales comerciales, o llenar de cruceros el dique de es Botafoc, incrementando la contaminación y saturando la bahía a unos niveles proporcionalmente mucho mayores a los de Palma, donde ya se ha puesto freno al disparate. Ahora le llega el turno al último reducto ibicenco que quedaba en la bahía.

Me parece fundamental que el CNI haya alzado la voz y ejercido esta demostración de fuerza y cohesión social, pero el despropósito perpetrado por la Autoridad Portuaria tal vez requiera llevar este asunto más allá de nuestro territorio. Un club social, de gente normal y corriente, nunca podrá competir con los buitres de la especulación. Jamás se debería haber permitido llegar a este extremo. Cabe exigir dimisiones y llamar con contundencia a las puertas de Madrid que sea necesario, también mediante nuestros representantes políticos, que para eso ocupan sus escaños.

Si el Estado no es capaz de gestionar correctamente lo que pertenece a todos los ibicencos, habrá que denunciarlo, repudiarlo y presionar para que nos lo devuelvan. No soy un iluso ni un utópico, pero es posible que solo elevando la batalla a las más altas estancias pueda sortearse el terrible final al que, más pronto o más tarde, parece abocado el Club Náutico Ibiza. Y ya de paso, tal vez sentar un precedente que beneficie a las múltiples entidades similares que hay por todo el país y que, en algún momento, se verán inmersas en la misma encrucijada.

@xescuprats

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