Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Prats, Xescu

El turismo de excesos no tiene fronteras

El lunes de la semana pasada, el compañero José Miguel Romero publicaba en estas páginas un impactante reportaje sobre el West End y cómo vuelve a amanecer cada día alfombrado con cientos de globos y cápsulas de gas de la risa, vomitonas y basura de toda clase, que los trabajadores del servicio de limpieza se afanan en limpiar al amanecer, estableciéndose un círculo vicioso interminable.

El West End es el único enclave de Ibiza afectado por el Decreto contra el Turismo de Excesos del Govern balear, publicado en 2020, que prohíbe la publicidad que empuja a consumir alcohol, las excursiones etílicas tipo pub crawl y las ofertas de 2x1, barra libre, etcétera. En Mallorca hay otras dos zonas –la playa de Palma y Magaluf–, e igualmente han retomado la decadencia pretérita, sin variar un ápice el tipo de público y los productos que allí se ofrecen, con independencia de que cumplan la ley o no.

Conclusión: por pionero y bienintencionado que fuera este decreto, ha servido de poco. El turista que viene a beber, bebe, y hasta reventar. Con ofertas o sin ofertas. El colocón permanente es su aliciente y el principal motivo del viaje. En su país, las bebidas valen el triple e igualmente se emborracha. Censurar las ofertas que incitan al consumo salvaje es positivo y necesario, pero de escasa utilidad práctica. La raíz del problema, por tanto, es el tipo de turista que viene y no el marketing del alcohol que consume.

Los cambios tienen que ser mucho más profundos e ir encaminados a regenerar estas zonas, transformando en paralelo el perfil del viajero que desembarca y la tipología de negocios que operan en estos barrios. Y para eso hay que trabajar todos a una, desde el convencimiento de los propios empresarios, y aislar a quien ponga palos en las ruedas.

Que el West End vuelva a las andadas, algo absolutamente previsible, resulta mucho menos inaudito que el hecho de que este barrio sea etiquetado por el Govern balear como apestado y le aplique unas normas específicas, mientras que otros lugares donde ocurre exactamente lo mismo no reciben el mismo trato. A corta distancia, en la playa de s’Arenal, hay una oferta diurna de ocio, con un local gigantesco del que cada día salen riadas de borrachos y no se le aplican las mismas restricciones. En Platja d’en Bossa, la situación es idéntica, con procesiones etílicas, prostitución a mansalva, venta de drogas, etcétera. ¿Por qué a unos se les tilda de turismo de excesos y a otros no? Realmente resulta incomprensible y difícilmente justificable.

Dos días más tarde de la publicación del reportaje, otra noticia aún echaba más picante al revoltijo de contradicciones. En ella se informaba de que las party boats, que siguen produciéndose a diario en nuestro litoral, esquivan la ley de excesos y comercializan barras libres en sus excursiones. De hecho, éstas constituyen su único producto: 90 euros la de sangría y cerveza y a 200 la de licores. Con el peligro añadido de que los turistas etílicos, que son exactamente los mismos que se mueven por las zonas descritas, ahora están en el mar y, por consiguiente, se multiplica el riesgo de accidentes, ahogamientos, etcétera. El Govern balear ha dicho públicamente y de manera reiterada que los party boats están prohibidos, pero la realidad es que no existe un solo artículo legal que los impida. Tan solo se ha prohibido la inscripción de nuevas empresas dedicadas a este menester, lo que significa algo ciertamente inquietante: en el Govern balear hay cargos públicos que desconocen lo que dicen sus propias leyes, generando una alarmante confusión entre la ciudadanía.

A todo ello, hay que sumar otra evidencia incontestable. De la misma manera que se considera turismo de excesos al que toma cervezas y aspira gas de la risa como si no hubiera un mañana, debería calificarse al que se hincha a Moët & Chandon y cocaína en un beach club, un hotel-discoteca o una sala de fiestas. El ocio en general, en Ibiza, está orientado al exceso porque es el que genera mayores beneficios. En los servicios de urgencias no se etiqueta para las estadísticas a los borrachos y drogados de consumo barato de los que vienen de los locales de lujo, pero la realidad es que los sanita-rios se ven obligados a tratar tanto a unos como a otros, y probablemente en la misma proporción.

El turismo de excesos, en definitiva, no tiene fronteras y acotarlo a zonas muy determinadas constituye, además de una injusticia, una inutilidad y un insoportable ejercicio de cinismo.

@xescuprats

Compartir el artículo

stats