Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

La bonita trampa vilera

El mar por el sur y por el este. Y por el norte y el oeste, dos autovías de circunvalación urbana que crean una doble barrera infranqueable entre el resto de la isla y la ciudad. Al cerrar de manera tan estricta la ciudad, hemos caído en nuestra propia trampa. Hoy sólo podemos entrar o salir de Vila por tres carreteras, la de Sant Josep, la de Portmany y de la Santa Eulària, que, como hace cien años, siguen teniendo el kilómetro cero en el paseo de Vara de Rey. Sorprende comprobar que, después de tanto tiempo, en esto de la movilidad estemos mucho peor que nuestros abuelos. Porque el tránsito, entonces, más que de coches, era de carros y bicicletas. No puede extrañarnos el caos que el embudo que tenemos en los accesos a Vila resulte caótico, cuando, en vez de cuatro carros, intentan entrar o salir de Vila, por cada vial, 80 o 90 coches a la vez.

Nos ha faltado visión de futuro y la previsión de preservar los caminos radiales que llegaban a Vila. En vez de aprovechar su capilaridad, los cegamos con los dos cinturones y con ellos nos enjaulamos. Hubo un momento en que las rondas se pusieron de moda y proliferación en los entornos urbanos con ingenuo mimetismo.

Y no es difícil ver que en Ibiza nos han perjudicado, al perimetrar la ciudad en su inmediatez y no más alejadas del casco urbano, -tal como tenemos en la PMV-812 y PMV-812-2 -, lo que hubiera facilitado los accesos radiales. Hoy tenemos la ciudad encajonada, encorsetada en un cerramiento de muy difícil solución. Y cuanto más tardemos en abrir la ciudad, más complicado será reconducir la situación. Nuestros abuelos lo hicieron mejor con los caminos radiales que multiplicaban los accesos a la ciudad. Es temerario avanzar sin tener en cuenta el retrovisor, sin tener en cuenta el pasado que, a la vista está, nos sigue dando lecciones.

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