La secular decadencia económica de España, multiplicada por la destrucción de la Guerra Civil, dejó un retraso en muchas cosas que ni el desarrollismo pudo paliar. Por ejemplo, en espionaje. El franquismo nos lo dejó dividido entre el exterior (el efectivo, en manos militares) y el interior, que protegía al régimen de obreros, estudiantes y curas. Con aquellos mimbres se fueron tejiendo sucesivos cestos, hasta llegar al actual, que es ya cosa seria salvo en su modelo real de dependencia. La inteligencia nacional ha de estar a la distancia justa del gobierno: ni poca (para que no la instrumentalice, ni lo comprometan sus acciones) ni mucha (para no fortalecer su natural tendencia a ir por libre). Da la impresión de que la crisis actual tiene que ver con la insuficiente definición práctica –no es asunto solo de normas– de esa distancia. El protocolo debería elaborarse ahora.
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