Diario de Ibiza

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Mercedes Barona

Mayo furioso

Y sin habernos dado apenas cuenta, ha llegado mayo. Entre ponernos y quitarnos las mascarillas, pagar los abusivos precios de la luz y la compra, condenar los ataques rusos, y volver a escandalizarnos con la desvergüenza con la que algunos sacan tajada de las pandemias ajenas.

Mayo, mes de María, de las flores y de la vuelta a la vida en la calle. De las ganas de cervecear al sol, de ir a la feria del libro, de estrenar un vestido de lunares, perder las medias de vista, sacar las sandalias. Mayo como la promesa de las noches largas que están por venir y de los amores adolescentes que empiezan a notarse saliéndose de la piel. Los escotes, las faldas cortas, las siestas, los exámenes finales y los planes incipientes para el verano.

No sé en sus ciudades, pero en la que yo habito se siente el pulso en la calle, las ganas, la hartura de tanto pasado. Quizás por eso, por el buen humor que trae el solecito, se disipan muchas situaciones que deberían ponernos los pelos de punta. Por eso o porque cada día recibimos noticias que superan a las anteriores y es posible que hayamos cruzado el Rubicón del espanto.

No soy de naturaleza pesimista, más a fuerza de no permitírmelo que por otro motivo, pero hay días en que casi prefiero no poner los informativos y dejarme llevar por la inercia de las horas, como quien escoge no ir al médico para que no deje constancia de su dolencia. Porque a mí me duele.

Por ejemplo, el blanqueamiento de quienes siguen callados ante los más de 800 asesinatos (300 aún sin resolver) y bailan danzas criminales cuando excarcelan a asesinos confesos. Me dan igual las siglas, el cambio de chaqueta o la negación y las risitas de los medios; ya no matan porque están consiguiendo doblegar a un país entero gracias a la necesidad de otros de mantener sus sillas gubernamentales.

Me duele el olvido de quienes hace nada perdieron sus casas bajo la lava y que ya no ocupan ni un solo minuto en los informativos ni reciben visitas ni promesas que nunca se cumplirán de parte de políticos ansiosos de imágenes y votos. Duele el campo español, vendido a los intereses de multinacionales y mercados en los que cada vez pintamos menos; de granero a erial dependiente de otros países.

¿Y qué les digo del derroche y del asalto fiscal al que se nos somete, con impuestos que caen hasta tres veces sobre un mismo bien, sobre el trabajo de los autónomos, sobre cada mínimo movimiento vital? Harta de que pedir transparencia, control y menos despilfarro se tilde de insolidaridad. ¡Por supuesto! Insolidaria hasta la médula con quienes llevan toda la vida usando el dinero público como si no saliera del sacrificio y el trabajo de tantos madrugones y preocupaciones por llegar a fin de mes.

¿Y saben qué me duele más aún? El conformismo borreguil de esta España sumisa con su destino decadente, que se encoge de hombros como si no hubiera otra opción y nos mereciésemos todo lo que nos pasa. Quizás porque aún no somos conscientes de cuánto estamos perdiendo.

Acabamos de celebrar el 2 de mayo, un día perfecto para protestar y decir que no me conformo, que no es esto lo que quiero para mi país. Por muy mes del amor que sea.

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