Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

La isla de las serpientes

La invasión de los ofidios no se frena y sigue creciendo. En Formentera la guerra ofídica no está decidida, pero las sierpes en Ibiza han sentado plaza. Han venido para quedarse. Sin depredador específico que se las zampe, lo único que podemos hacer es contener su proliferación. O mejor todavía, hacer del problema oportunidad. Nos la podríamos ingeniar, por ejemplo, para que el eslogan Isla de las Serpientes fuese un nuevo atractivo para quienes nos visitan, prometiéndoles efectivas descargas de adrenalina: «Querido turista, usted puede estar sentado en una terraza, tomando el sol sobre una roca o echando una cabezada debajo de un pino y, sin más, sentir las caricias de un ofidio, unas deliciosas cosquillas en su brazo desnudo que le permitirán sentirse como Adán y Eva en el Paraíso. No espere, claro, que la bicha le ofrezca una manzana. Y si está nadando en las Salinas y ve una cabecita que culebrea a ras de superficie y se le acerca, ¡mucho ojo!, no la confunda con una anguila porque es una sierpe que, como pez en el agua, sabe nadar».

El caso es que ahora ya tenemos una naturaleza virginal y primigenia para ofrecer, al turismo de aventura, safaris ofídicos. Cada visitante podría cazar sierpes en función de lo que duren sus vacaciones: si está una semana, estará autorizado a cazar 2, si está dos semanas, 5, y si está todo un mes, 10 serpientes. Con cebo y lazo, de manera parecida a como hemos cazado siempre las lagartijas los oriundos. Bien mirado, tiene lógica que, cuando se promociona el caos como venimos haciendo con meritoria aplicación, la presencia de las serpientes, junto a las arañitas letales y los escarabajos que devoran las palmeras, sea el colofón que hemos pedido a gritos. Han pasado 18 años desde que se detectó el primer ofidio y aún estamos elaborando informes, haciendo evaluaciones, elevando consultas, jugando con las trampitas, barajando mecanismos jurídicos y hablando de establecer cuarentenas en el puerto. ¡Pues qué bien! Se necesita ser ineptos para no haber controlado a tiempo, desde el principio, la entrada de los malditos olivos ornamentales, prohibiendo incluso su importación. Hemos llegado tarde.

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