Isabel Martínez de León tenía 22 años y era la arquitecta municipal de Sant Josep cuando paró el primer intento para convertir ses Salines en una zona turística con capacidad para 20.000 habitantes, del estilo de Ampuriabrava. Da escalofríos imaginar esa salvajada urbanística en la parte ibicenca del Parque Natural. La joven arquitecta resistió presiones de todo tipo durante los dos años en que estuvo en su puesto, de 1974 a 1976, dando la batalla jurídica contra el plan para cubrir de cemento ses Salines, lo que le costó su empleo, al igual que al alcalde que respetó sus informes técnicos contrarios y se opuso activamente a la urbanización, Josep Tur Serra, Coques. Isabel Martínez es un ejemplo de cómo la acción de una persona íntegra en un momento decisivo tiene enormes repercusiones y consecuencias para las generaciones posteriores. Y al revés: cómo los corruptos que movidos por el afán de lucro protegen intereses particulares en lugar de los generales dejan un legado de destrucción irreversible. Mientras la arquitecta luchaba por impedir el despropósito, guiada por su insobornable sentido de la ética y del servicio público, el secretario municipal, Josep Gustems, a sueldo de promotoras (como desvela el periodista Joan Lluís Ferrer en su imprescindible libro ‘Ses Salines. L’orgull d’un poble’), y el siguiente alcalde, Joan Ribas Ribas, facilitaron la edificación ilegal de Cala Tarida, Cala Vedella o Cala Corral. Martínez evitó con su integridad y valentía frente a los poderosos que ses Salines acabara igual. Nunca le daremos las gracias lo suficiente.
