Diario de Ibiza

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De toda persona, y más de los líderes, lo primero que impacta es la imagen. Y aunque fijarse en el físico manifieste frivolidad, así es la vida y así es la política.

Algunos anteponen la personalidad, la exclusividad y la originalidad a la estética. Eso explicaría el flequillo despeinado de Boris Johnson y su forma desgarbada de lucir las chaquetas torcidas, ya sea en un party de esos a los que es tan aficionado, ya sea en el funeral del mismísimo duque de Edimburgo.

Y hay quienes, como Angela Merkel, con solo unas chaquetas de excelente corte y distinto color, se han impuesto por su valía. Otros, como Maduro, tienen en el chándal plasmadas sus esencias. Y en el mostacho. Otras, como Yolanda Díaz, han descubierto la exquisitez y la elegancia al tocar poder.

Y todavía hoy hay quienes culpan de los malos resultados de la primera Alianza Popular a los tirantes de Manuel Fraga, el hombre terremoto al que jamás se le hubiera ocurrido anteponer la cara al cerebro, pero allí estaban los apuestos Adolfo Suárez y Felipe González para demostrarle el imperio de la apariencia. Mas solo la imagen no basta. Hace falta saber pasearla.

A menudo, cuando veo a las personalidades desenvolverse, me acuerdo de mi abuela, que afirmaba que es mucho más importante la forma de andar que el vestido que se lleve. Miren, si no, la reina Letizia, tan guapa pero tan estirada. ¿Dice algo de su carácter ese modo de moverse? No entiendo cómo sus asesores no la animan a mostrarse más distendida.

Tampoco me explico quién es el tarado que le dice a Biden que se pegue esas carreritas ridículas lo mismo si se dirige a un atril que a un avión. Trump solía mostrar un gesto extraño como de cuello perennemente torcido, y nuestro Pedro Sánchez se contonea airoso con sus largos brazos balanceados no sé si de modo dinámico, desenfadado o porque no sabe qué hacer con ellos.

Putin tiene, según los expertos, andares de pistolero, con el brazo derecho pegado al cuerpo. No es por el párkinson, sino por su entrenamiento en la KGB. Y, sin más, discúlpenme esta desesperada constatación de cómo se mueve un criminal.

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