Se olvidaron de nosotras. Unos vinos se perdieron por el camino. Y un par de botellas de agua fresquita que, ante el riesgo extremo de deshidratación, tuvimos que reclamar en la barra. Lo de las empanadas (réquiem por las caprese que nunca llegaron) parecía cosa de Groucho.
Pasó más de una hora entre los primeros y los segundos. Una entraña llegó demasiado cruda. Acabamos medio afónicas de intentar hacernos oír por encima de los músicos. Y fueron, sin ninguna duda, las mejores horas, las más disfrutonas, divertidas, hilarantes, gustosas, carcajeantes y placenteras de los últimos dos años. Se nos había olvidado reír. De verdad. Con ganas. Sin atisbo de cinismo, sátira o sarcasmo.
Se nos había olvidado el solaz de beber entre confesión y confesión. Y comer metiendo todas el tenedor en el mismo plato. Y acercarnos, así, mucho, pegando hombro con hombro y mirándonos a los ojos para contarnos un secreto. O un cotilleo. O una ilusión. Ni nos acordábamos ya de lo que era sentir que se te van los pies y las caderas y los brazos con la música. Y a punto estuvimos (nos faltó vino o nos sobró decoro) de subirnos a la mesa y bailar. Como antes. Con los ojos cerrados y sin pensar en nada más. Se nos había olvidado esa complicidad de amigas. Y la risa tonta que no sabes cómo empieza. Se nos había olvidado vivir. #graciaschicas
