Ni ginecólogo ni matrón. A media hora del hospital. Sin una ambulancia en la puerta. Sólo un megalómano aceptaría un encargo para el que, si surge un problema, no está preparado. Y que podría tener trágicas consecuencias. Un encargo que no se acepta por amor al arte. Sólo hay que darse una vuelta por internet para ver lo que cuesta dar a luz en el propio domicilio. No es barato. Y si algo no va bien, porque la naturaleza, aunque algunos prefieran ignorarlo, es tan maravillosa como despiadada, puede salir aún más caro. Y no me refiero al dinero. Pero hay que hablar de dinero. Porque, nos guste o no lo que hacen, estemos o no de acuerdo con su labor, es su trabajo. Si al médico negacionista, mal llamado de Formentera, le ofrecieran volver a trabajar en la sanidad pública ¿aceptaría? Quizás su cuenta corriente, en un campo abonado para todo lo alternativo y natural como es esta isla y con una parte importante de la población que antes cree en los seres de luz que en la ciencia, esté más contenta ahora que antes de la pandemia. Perdón, plandemia. Un negocio. Pero no sólo de los otros, como repiten. También suyo. El negacionismo es un negocio. Y peligroso. Hay una bebé en una UCI, no lo olvidemos.
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