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El desencanto de Barcelona

Más que nunca, Barcelona es un estado de ánimo. Como un trencadís de Gaudí, han confluido en la ciudad los fragmentos de varias y profundas decepciones, conformando un mosaico nostálgico y aletargado.

Ahí están los restos del naufragio del procés. Un desengaño que son muchos. Para los que no practicaron la fe en Ítaca, la frustración llegó muy pronto. De repente, se sentían forasteros en sus calles. La multitud que creyó en el espejismo independentista, que participó en las muchas e impactantes celebraciones, ahora se debate entre la desazón, el escepticismo y la melancólica indiferencia. En otras piezas se esconden los ecos de aquel runrún de Ada Colau, de un proyecto nacido del 15-M y que despertó en muchos la esperanza de otro modo de hacer política. Pero la ilusión pronto se pobló de trampas. Algunas propias, muchas otras de quienes se resisten a perder las riendas. Aún hay más, la pandemia ha añadido otras piezas, tristes y pegajosas. Frente a ese Madrid que apenas se detuvo, la vida quedó en suspenso en Barcelona. Y la ciudad se puso fea. Y las críticas aúllan. Pero por debajo de los lamentos, una Barcelona tozuda y resiliente sigue latiendo. Falta darle brillo a sus piezas.

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