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Para empezar

David Ventura

Pavo, cállate

Cuando mis amigas debaten sobre feminismo, suelen tener siempre opiniones contrarias. Por ejemplo, sobre la famosa ‘ley trans’: unas ven en ella una saludable ampliación de derechos . Otras, en cambio, consideran que esta ley es un gran error que provoca un borrado de las mujeres. Respecto a la prostitución, las hay partidarias de ‘empoderar’ a las trabajadoras sexuales, mientras que otras consideran que la prostitución supone una vejación de tal calibre sobre el cuerpo de la mujer que el empoderamiento es imposible y la única solución es el abolicionismo. Hay quienes consideran que ser mujer es, también, un constructo cultural, y se toman muy en serio esa frase de que «no se es mujer, sino que se llega a serlo». Otras opinan que esto es una chorrada, que la biología es tozuda y que una mujer es una mujer, y basta. También están las que pasan olímpicamente de estos debates. ¿Qué pienso yo de todo esto? Mi respuesta es que mi opinión importa entre cero y nada. Que mi opinión es irrelevante y no vale un pimiento. Los hombres tenemos la mala costumbre de opinar de todo y querer tener siempre la última palabra. El mundo saldría ganando si, de tanto en tanto, los hombres nos quedáramos callados y nos limitáramos a escuchar y aprender. ¿Se imaginan qué alivio?

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