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José Manuel Ponte

El fútbol, sin público y sin Messi

La Liga de Fútbol que se inicia el próximo fin de semana tiene muy complicado mantener el nivel de interés que había conquistado en anteriores campeonatos. La extensión de la pandemia aconsejó celebrar los enfrentamientos entre los clubes sin autorizar la entrada de público en los estadios. Fue una medida a la desesperada que permitió preservar, en alguna medida, los ingresos ya contratados con las televisiones (la partida más rentable de su contabilidad) pero que acabó por desvelar la situación de quiebra financiera de la inmensa mayoría de las entidades. Incluidas las más poderosas y en apariencia boyantes. Una realidad que reconoció el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, cuando se ofreció a salvar al fútbol, o por mejor decir al negocio del fútbol, mediante la creación de una Superliga en la que figurarían ad aeternum los mejores equipos de Europa y de forma subalterna el resto, que se disputarían las migajas. La propuesta de don Florentino fue rechazada por todo el mundo del fútbol al considerar que la ausencia de meritocracia en la competición haría inviable su existencia. Pese a los iniciales temores de que una liga sin aficionados en las gradas pudiera resultar un espectáculo atractivo, lo cierto es que el interés partidario no decayó y los jugadores se emplearon con el ímpetu y el vigor competitivo de que hacen gala en circunstancias, diríamos, normales. O como dice el presidente del Gobierno, señor Sánchez, en episodios de “la nueva normalidad”. Bien, ese desafío del fútbol sin público ha sido superado con nota, pero nos queda otro con el que no contábamos: la marcha de Messi del Barça cuando todo el mundo daba por hecho que renovaría su contrato con la entidad blaugrana.

Una sorpresa de última hora que nadie imaginaba, pero que entristeció al propio jugador, al resto de compañeros de la plantilla, al presidente del club, y en general a todos los que gustan del fútbol de calidad, del que Messi era un intérprete destacado. Nadie ha explicado todavía con la suficiente claridad cuáles fueron los motivos de este desenlace que nadie quería, aunque se apunta a la situación de quiebra financiera del Barça, a las limitaciones legales que impone la Liga y a la cuantía de los avales que debían presentar los directivos a título personal. El domingo a mediodía compareció ante la prensa un Messi lloroso que casi no podía hablar para expresar su pena por abandonar el equipo en el que juega desde los trece años, y la ciudad, y la casa que había escogido para vivir. De Messi, que se ha hecho inmensamente rico jugando al fútbol, siempre recordaremos su aspecto de niño feliz con la pelota en los pies, su alegría de patio de colegio, su habilidad para zafarse de las guadañas defensivas sin protestar demasiado y esa precisión artillera para mandar el balón a esquinas inaccesibles de las porterías en los lanzamientos de faltas con barrera. Lo echaremos de menos. Sobre todo, los fines de semana del otoño y del invierno. Era uno de los alicientes que teníamos a los que nos gusta el fútbol.

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